sábado, 2 de enero de 2010

LIBRO DE BUDA

INDICE DEL LIBRO DE BUDA
vida y hechas del Buda (Según el poeta indio Ashvaghosha, siglo 1 d C)
1 El nacimiento de Buda
2 La profecía del vidente Asita
3 La educación y el matrimonio de Buda
4 Los cuatro encuentros
5 La huida del palacio
6 Los años de austeridad
7 La tentación de Mará
8 La Iluminación
9 El primer gran sermón
10 LAS Cuatro Nobles Verdades
11 El regreso a la casa del padre
12 El cisma de Devadatta
13 La predicción de la muerte
14 Las despedidas finales y la muerte
15 Las exequias y el reparto de las reliquias
Sermones, diálogos, parábolas y discursos del Buda (Selección)
16 Sobre las enseñanzas del Buda
17 El sermón del fuego
18 La fuerza del perdón
19 El valor de la vida
20 La parábola del grano de mostaza
21 La parábola de la flecha envenenada
22 El mono estúpido
23 El elefante y los ciegos
Las últimas instrucciones a los discípulos
24 El sendero de la virtud
25 El hombre religioso
26 La vigilancia
27 El pensamiento
26 La vigilancia
27 El pensamiento
28 Flores
29 El necio
30 El hombre sabio
31 El santo
32 Los miles
33 La mala conducta
34 Castigo
35 La vejez
36 El yo
37 El mundo
33 El Buda
39 Felicidad
40 Placer
41 Ira
42 La Impureza
43 El justo
44 El camino
45 Los discípulos de Gautama
46 El camino hacia abajo
47 El elefante
48 la sed
49 El monje mendicante
50 EL brahmin
El budismo resumen histórico
Misiones y divisiones
La Escuela de THERAVADA
LA ORDEN
La Escuela Mahayana
UNIDAD Y DIVERSIDAD
INTRDUCION
El príncipe Siddharta Gautama, mejor conocido bajo el nombre de Buda o el Iluminado, ha sido uno de los grandes maestros de espiritualidad que ha conocido la humanidad. Nacido y criado en un ambiente de lujo y placeres hasta que llegó a la edad de 29 años, abandonó su familia y su vida principesca impulsado por un irrefrenable deseo de hallar respuesta a tres preguntas que le atormentaban: el porqué de la enfermedad, la vejez y la muerte, y el sufrimiento que tales experiencias, ineludibles para el hombre, causaban a la humanidad.
Su búsqueda apasionada y llena de sacrificios físicos y más tarde de esfuerzo de concentración mental le llevaron por fin, a encontrar respuesta a sus preguntas. La raíz del sufrimiento de los humanos estaba, según Buda, en su egoísmo y sus ansias de satisfacer sus ambiciones y sus pasiones. Si tales ansias quedaban eliminadas, el dolor y el temor desaparecerían.
Este descubrimiento, alcanzado por el Buda en un trance místico, fue la base de sus enseñanzas que, en poco tiempo, fueron abrazadas por miles de sus contemporáneos y, posteriormente darían lugar al nacimiento de una de las grandes religiones del mundo: el budismo.
Introducción
Siddarta Gautama, universalmente conocido bajo el nombre de Buda, nació en el año 560 a.C. cerca de la ciudad de Kapilavastu, en el actual Nepal y no lejos de la frontera septentrional de la India. Era el hijo primogénito del rey Suddhodana y de la reina Mahamaya, monarcas del pequeño reino de los shakyas. Según afirman venerables tradiciones su nacimiento estuvo rodeado de una serie de señales prodigiosas y cuando recién nacido fue presentado por su padre a los principales personajes de la corte, alguno de los sabios invitados a la ceremonia predijeron que el niño llegaría a ser un gran monarca o un gran vidente.
Como heredero del trono, el príncipe recibió una esmerada educación y el trato respetuoso de criados y cortesanos que su alto rango y futuras responsabilidades exigían. El propio Buda dijo en cierta ocasión a algunos de sus discípulos que había sido criado y educado con gran esmero, que había vestido lujosos trajes de seda, que en la residencia real había vivido en tres palacios distintos: uno para el verano, otro para el invierno y un tercero para la estación de las lluvias, y que en aquellos palacios habían entretenido sus ocios numerosas doncellas hábiles en la danza y en el manejo de instrumentos musicales.
A los diez y seis años de edad, el príncipe contrajo matrimonio con la princesa Yoshodhara, elegida por su padre entre quinientas hermosas jóvenes de nobles familias del reino. Antes de que se celebrara el matrimonio, el padre de la novia, sin embargo, exigió que el futuro marido de su hija demostrara su hombría en las artes marciales, cosa que Gautama no tuvo ninguna dificultad en hacer ganando una competición en la que concurrieron otros muchos jóvenes nobles. El matrimonio se celebró, y a su debido tiempo la esposa de Gautama le dio un hijo que recibió el nombre de Rábula.
El matrimonio no modificó el lujo y las comodidades que rodeaban al príncipe. Su padre, el rey, preocupado por la profecía de los sabios que habían predicho que su primogénito se entregaría a una vida de austeridades y preocupaciones religiosas, le había rodeado de todos aquellos lujos para evitar que entrara en contacto con el mundo exterior y sus crueles realidades. Por ello, el rey había tomado toda suerte de precauciones para que su heredero no saliera nunca de sus residencias.
Pero las preocupaciones del monarca no pudieron evitar que el destino del primogénito se cumpliera. El momento crucial se produjo cuando el príncipe alcanzó la edad de veintinueve años.
Las versiones tradicionales sobre las circunstancias que llevaron a Gautama a abandonar su herencia y su familia, si bien difieren en algunos detalles, todas coinciden en lo esencial, es decir, en el descubrimiento que el príncipe hizo de la existencia de la enfermedad, la vejez y la muerte. Estos fatales descubrimientos se produjeron como consecuencia de unos paseos que el príncipe dio por los alrededores de la residencia real. Aunque su padre había ordenado que todo aquello que pudiera resultar desagradable o turbador fuera apartado del camino que su hijo pensaba seguir, este se encontró de pronto con un anciano maltrecho y aquejado por todas las debilidades propias de una edad avanzada. El segundo encuentro, durante otro paseo, fue con un hombre gravemente enfermo, sucio, maloliente y abandonado por todos. En un tercer paseo el príncipe vio el cadáver de un hombre que era llevado a la pira funeraria para ser incinerado. Aquellos encuentros le revelaron los aspectos más dolorosos e insufribles de la vida, hasta entonces ocultados a sus ojos. Pero en un cuarto paseo también encontró a un anciano anacoreta que mostraba en su rostro una gran serenidad y se comportaba con apacible sosiego.
Durante todos aquellos paseos y encuentros, el príncipe iba acompañado por su fiel auriga, a quién sometió a una serie de apremiantes preguntas para que le esclareciera aquellos hechos ignorados por él hasta entonces. El auriga le explicó que todos los hombres estaban destinados a envejecer si vivían bastante tiempo, que todos estaban expuestos a sufrir enfermedades, algunas terriblemente dolorosas, y que asimismo todos sin excepción estaban destinados a morir sin que ninguno pudiera soslayar este destino.
El príncipe se sintió profundamente turbado por aquellas revelaciones. A causa de su anterior aislamiento desconocía que también las dolencias y la decrepitud formaban parte de la vida y que ésta finalmente estaba destinada a extinguirse. Para él, aquellos hechos resultaron de pronto más reales que la existencia placentera que había conocido hasta entonces. Fue una revelación dolorosa y trascendental, ya que a partir de aquel momento el príncipe quiso buscar una solución a aquellos hechos tan penosos e inevitables. El recuerdo del apacible anacoreta que se había cruzado en su camino en el cuarto encuentro le hizo sospechar que algunos hombres, pese a conocer las crueles realidades de la vida, habían encontrado el remedio para tan grandes males, y decidió indagar entre aquellos maestros para que le explicaran el sentido profundo de la vida y le proporcionaran el alivio a sus sufrimientos. Y así, una noche, el príncipe abandonó el palacio, abandonó a sus padres, a su esposa y a su hijo, decidido a encontrar la respuesta a las preguntas que le acuciaban. Ya lejos del palacio entregó a su fiel auriga que le había acompañado en su huida sus lujosos vestidos, sus joyas y su caballo, se vistió con un sayo y empezó una vida errante en busca de la verdad. Primero estuvo a los pies de dos maestros famosos, sin hallar en sus enseñanzas la respuesta a sus inquietudes. Pero como estaba decidido a encontrar la solución al problema que le atormentaba, se entregó a una vida de gran rigor ascético en compañía de otros cinco compañeros que como él buscaban la verdad. Durante seis años, Gautama se sometió voluntariamente a una vida de austeridad y grandes sacrificios, creyendo que aquél era el camino para hallar la verdad, pero que, en realidad le llevaron a las puertas de la muerte pues, entre otras renuncias, se había impuesto un régimen tan severo que apenas si comía, llegando al extremo de alimentarse con dos o tres granos de arroz al día. El propio Guatama describió en cierta ocasión a sus discípulos las consecuencias de los rigores a los que se había sometido diciéndoles:
«A causa de lo poco que comía, todos mis miembros quedaron como hiedra reseca y enredada; mis nalgas parecían las pezuñas de un búfalo; mi espina dorsal sobresalía de mi espalda como las cuentas de un rosario; las pupilas de mis ojos estaban hundidas en sus cuencas y brillaban como el agua en el fondo de un pozo profundo; mi cabeza estaba arrugada como una calabaza cortada antes de haber madurado y dejada expuesta al sol y al viento; la piel de mi estómago colgaba flácida de mis huesos; y cuando quería obedecer a la llamada de la naturaleza, al moverme me caía de bruces allí donde estuviese; incluso mis cabellos y el vello de mis piernas se desprendía de mi cuerpo porque estaba podrido en sus raíces.»
Pero tras aquellos seis años de sacrificios, el príncipe comprobó que estos resultaban inútiles y no le conducían al descubrimiento de la verdad sobre la vida, por lo que de pronto renunció a seguir aquellas prácticas austeras; volvió a alimentarse normalmente, se bañó y, tras haber recuperado sus fuerzas físicas, se entregó a una profunda reflexión. Sus cinco compañeros de sacrificios le abandonaron entonces creyendo que había renunciado a la búsqueda de la verdad.
Pero no era así. La tradición asegura que una vez repuesto, Gautama se sentó debajo de un árbol, conocido como bodhi, en botánica ficus religiosa, y se dijo a sí mismo:
«No me moveré de esta posición sentado en la tierra hasta que haya conseguido mi objetivo.»
También la tradición asegura que allí sufrió el asalto violento del dios Mará, el Tentador, y de todas sus huestes, que intentaron disuadirle por medio de promesas y amenazas de que prosiguiera con sus propósitos. Todas las tentaciones fueron rechazadas por Gautama. Y allí, tras una noche de vela e intensa concentración mental, sumido en un profundo trance, Gautama recibió por fin las respuestas a sus preguntas; quedó iluminado y se transformó en el Buda.
En palabras del propio Buda describiendo aquel episodio «Mi mente quedó emancipada, surgió el conocimiento, desapareció la oscuridad y se hizo la luz.»
Buda tenía entonces treinta y cinco años de edad, y había constatado que la vida de los humanos, sujeta a una infinita cadena de reencarnaciones, estaba condenada inexorablemente al sufrimiento, al dolor y al llanto.
«¿Cuál creéis, ¡Oh monjes!, preguntó en cierta ocasión a sus discípulos que sea mayor, el agua de los cuatro grandes océanos o las lágrimas que habéis derramado mientras errabais de trasmigración en trasmigración?».
Yo os lo diré:
«Habéis vertido más lágrimas que todo el agua que contienen los cuatro grandes océanos..»
El remedio estaba en interrumpir la infinita cadena de las reencarnaciones viviendo según los principios de las cuatro Sagradas Verdades que el Buda había descubierto: con la interrupción de la fatal cadena, quedaba interrumpido el sufrimiento. El lo había conseguido.
«Yo -dijo a sus primeros discípulos- no volveré más a este mundo.»
Y luego afirmó de forma más rotunda:
«Este es mi último nacimiento. De ahora en adelante no existirán para mí nuevos nacimientos».
Era el anuncio del camino hacia el Nirvana, la condición en la que todo sufrimiento, dolor y angustia mental cesaban.
Tras aquélla trascendental experiencia, íntima y personal, el Buda debatió en su mente si sería conveniente proclamar a otros el camino de la salvación que él había descubierto. La tradición asegura que finalmente se decidió por la predicación gracias a la intervención directa de Brahma, el dios supremo del panteón hindú, quien se dirigió al Iluminado y le dijo: «Que el Perfecto predique la Ley porque hay seres cuyos ojos mentales están cegados por el polvo y si no oyen la Ley, perecerán.. »
Y el Buda obedeció el mandato divino y comenzó su vida de predicación.
Primero se dirigió a Benarés, y en las afueras de la ciudad, en un lugar llamado Parque de las Gacelas, encontró a sus cinco antiguos compañeros de ascetismo, aquellos cinco que le habían abandonado cuando él renunció a seguir el régimen de sacrificios que no le habían llevado a descubrir la verdad.
Aunque al principio los cinco le recibieron con frialdad, muy pronto quedaron convencidos por las predicaciones de Buda.
Fueron sus primeros seguidores, a los que rápidamente se unieron otros muchos.
Cuando sus discípulos llegaron a ser sesenta y uno, Buda les envió a predicar su nueva doctrina, y los seguidores del Iluminado se multiplicaron de forma prodigiosa a partir de entonces, sobre todo en el norte de la India.
El propio Buda vivió en adelante una vida de continuas peregrinaciones anunciando a todos los que querían escucharle el camino de la salvación. En una de estas peregrinaciones visitó el reino de su padre, y toda su familia, incluida su esposa y su hijo Rahula, abrazaron la nueva fe.
Tras cuarenta y cinco años de ministerio, Siddarta Gautama, el Buda, murió a los ochenta años de edad. Falleció, al parecer, a causa de haber ingerido algunos alimentos en mal estado -trufas o setas- durante una comida que le ofreció un herrero que quiso agasajarle en su casa. El Buda, consciente de que había llegado al final de su existencia en la tierra, pidió a sus discípulos más íntimos que le llevaran a un bosquecillo cercano al río Hiranyavatti, en la tierra de los mallas, y allí, tras haber impartido sus últimas enseñanzas a sus monjes y, en especial, a su predilecto Ananda, dejó de existir.
Su cuerpo fue incinerado en una solemne ceremonia, y sus cenizas fueron luego repartidas entre siete príncipes que reclamaron la posesión de los restos del gran Maestro. Estas, estimadas como reliquias fueron depositadas en grandes monumentos, estupas, erigidos en su memoria. La extinción del Buda ocurrió en el año 478 a.C.
A lo largo de los textos que siguen se han respetado algunas palabras de origen sánscrito cuya traducción desvirtuaría su uso universal y familiar entre los budistas. Las más notables son las siguientes:
Arhat, que se refiere al discípulo perfecto, a aquel que siguiendo las enseñanzas del Maestro ha alcanzado el Nirvana.
Bodhisattva, palabra que designa a aquel que ha entregado su vida al servicio de la humanidad y que, con frecuencia, es usada para describir al Buda, sobre todo antes de la Iluminación.
Dharma, cuyo significado, si bien con variantes notables, describe esencialmente la Ley y es usado para describir las enseñanzas de Buda.
Karma, término usado para designar la ley de compensación moral que rige la vida de los hombres y condiciona sus futuras reencarnaciones.
Nirvana, acaso el término budista más difícil de definir, si bien es usado para señalar la meta espiritual a la que aspira todo budista, un estado supremo que está más allá de toda posible definición y por ello es indefinible.
Samsara, la vida en la tierra, la existencia y su ciclo de nacimiento y muerte. La antítesis del Nirvana.
Sangha, nombre sánscrito dado a la orden de los monjes budistas.
Sutra, designa un texto que recoge enseñanzas directas del Buda.
Tathagata, palabra usada como uno de los títulos dados al Buda y que podría traducirse por la expresión «el que sigue los pasos de sus predecesores», y también como «el Perfecto, el que ha alcanzado por completo la meta».
Vida y hechos del Buda (Según el poeta indio Ashvaghosha, siglo I d C.)
1 El nacimiento de Buda
Hubo un tiempo en que vivía un rey de los shakyas, descendiente de raza solar, cuyo nombre era Shuddhodana. Su conducta era pura y era amado por su pueblo como éste amaba la luna de otoño. El rey tema una esposa, espléndida, hermosa, resuelta, cuyo nombre era Mahamaya pues era grande su parecido con la diosa Maya. Los dos gozaban de su recíproco amor y un día ella concibió el fruto de su seno, pero sin ninguna impureza, del mismo modo que el conocimiento unido al trance produce fruto.
Poco antes de la concepción, la reina soñó que un blanco elefante real entraba en su cuerpo sin causarle daño alguno. Y Así Mahamaya, la esposa de aquel rey de aspecto divino, concibió en su seno la gloria de su dinastía. Pero ella estuvo libre de las fatigas, las depresiones y los desmayos que generalmente acompañan los embarazos.
Mahamaya era pudorosa y deseaba retirarse a un bosque para poder pasar el trance del alumbramiento en soledad. Su corazón la instaba a ir a Lumbini, un lugar apacible, poblado de árboles de todas clases, como el bosque de Citraratha en el Paraíso de Indra. Entonces pidió al rey que la acompañara y así los dos dejaron la ciudad y fueron a aquel bosque glorioso.
Cuando la reina se dio cuenta de que el momento de su parto se avecinaba, se reclinó en un lecho cubierto por un dosel mientras que sus numerosas doncellas la contemplaban con gozo en sus corazones.
La constelación propicia de Pushya brillaba deslumbrante cuando un ser surgió del costado de la madre, sin causarle dolor o herida alguna.
Su nacimiento fue milagroso, como los de Aurva, Prithu, Mandhatri y Kakshivat, héroes antiguos que nacieron respectivamente de la cadera, de la mano, de la cabeza y del brazo de sus madres. Así surgió del seno de su madre como correspondía a un Buda. No llegó al mundo en la forma habitual, y su apariencia al nacer era como la de un ser que hubiese descendido del cielo. Y puesto que desde infinitas edades había practicado la meditación, nació con plena conciencia, y no sin pensamientos y asombrado como ocurre con otros seres. Al nacer era tan lustroso y firme que parecía como si un sol naciente hubiese descendido a la tierra y sin embargo, cuando la gente contemplaba su deslumbrante hermosura, él sostenía sus miradas como si fuese la luna. Sus miembros brillaban desprendiendo un halo como el deslumbrante oro e iluminaba todo el espacio a su alrededor. Inmediatamente caminó siete largos pasos con firmeza. En esto se asemejaba a la constelación de los Siete Sabios Videntes. Con el aspecto de un león, observó los cuatro puntos cardinales y pronunció las siguientes palabras llenas de significado para el futuro: «He nacido para el bien de todo cuanto vive. Esta vez es la última que renazco en este mundo de tránsito.»
2 La profecía del vidente Asita
Ocurrió entonces que Asita, un gran vidente, acudió al palacio del rey de los shakyas sediento del verdadero Dharma. Conocía el nacimiento de aquel que pondría fin al nacimiento porque en un trance había percibido las señales milagrosas que lo habían predicho. Contempló con asombro al maravilloso recién nacido y notó que en las plantas de sus pies tenía las señales de las ruedas del destino, que sus dedos gordos estaban como unidos a los demás, que un círculo de suave vello crecía entre sus cejas, y que sus testículos estaban retraídos como los de un elefante. Reclinado en los brazos de su niñera, el niño parecía a Asita como si fuera Skanda, hijo del dios Agni, en los brazos de su divina madre. Con los ojos bañados de lágrimas, el vidente suspiró y elevó su mirada hacia los más altos cielos. Luego explicó su agitación al rey con las siguientes palabras:«No me siento turbado por causa del niño sino que estoy triste y desconsolado por mi mismo, pues el tiempo ha llegado para que yo muera, precisamente cuando ha nacido aquel que desvelará la extinción del nacimiento, lo que es tan difícil de conseguir. Desinteresándose de los asuntos mundanos, él renunciará a su reino y por medio de grandes esfuerzos ganará aquello que es verdaderamente real. Su conocimiento brillará como el sol y eliminará la oscuridad y el engaño de este mundo. El mundo es arrastrado por la angustia en el desbordado río del sufrimiento, con la espuma de la enfermedad salpicándolo todo, pues tiene la vejez como fuerza que lo arrastra en la violenta comente de la muerte. Atravesando ese río, él vadeará el mundo con la poderosa barca del conocimiento. La corriente de su exaltado Dharma fluirá al mismo tiempo que la corriente de la sabiduría, flanqueada por las firmes riberas de la moral, refrescada por la concentración y los trabajos santos lo cubrirán como melodiosos ánades. El mundo de los vivos, atormentado por la sed de su codicia, beberá en esa corriente y también aquellos que están atormentados por los dolores y agobiados por sus preocupaciones mundanas, que se hallan extraviados en los desiertos senderos de Samsara. Como viajeros que hubiesen perdido su camino él les enseñará el camino que conduce a la salvación. Aquellos que están abrasados por el fuego de la codicia, que se alimentan con los objetos de los sentidos como su combustible, él los refrescará con la lluvia de su Dharma, que es copiosa como la lluvia de la poderosa nube cuando ha pasado el abrasador calor del verano. Con el irresistible mazo del más excelente y verdadero Dharma, él derribará la puerta que aprisiona a los seres vivos con los cerrojos de la avaricia y las paredes de oscuros engaños, y así él les permitirá escapar. El mundo en los lazos del engaño, agobiado por el sufrimiento, carece de refugio, pero este niño, tras obtener la completa iluminación y transformarse en un rey del Dharma, liberará el mundo de sus ataduras. Tú, ¡oh rey!, no tienes razón de estar apenado por él. En este mundo de hombres nos tendríamos que apenar sólo por aquellos que no podrán oír este perfecto Dharma, bien porque estén completamente engañados, o bien porque se hallen demasiado turbados con los placeres sensuales. Yo, por mi parte, no he alcanzado la perfección requerida, y la meta final todavía me elude. Por medio de mi competencia en el trance puedo alcanzar la más alta morada en el cielo, pero incluso ese destino debo considerarlo como una desgracia pues no podré oír el Dharma que él anunciará.»
3 La educación y el matrimonio de Buda
La reina Mahamaya no pudo soportar el gozo que sintió a la vista de la majestad de su hijo, semejante a la de los más exaltados videntes. Y así, ella ascendió al cielo para habitar allí. Su hermana, tía del niño, se encargó de criar al Príncipe como si fuese su propio hijo. Y el Príncipe creció, y cada día era más perfecto.
Transcurrió su niñez sin enfermedades graves y a su debido tiempo alcanzó la madurez. En muy poco tiempo adquirió los conocimientos apropiados a su condición social en la vida, lo que normalmente requiere años de aprendizaje. Pero como el rey de los shakyas había oído decir al vidente Asita que la futura meta del Príncipe sería la suprema beatitud, trató de atraerlo hacia los placeres sensuales con objeto de impedir que huyera a los bosques. Por ello, eligió para él como esposa a una doncella llamada Yashodhara, procedente de una antigua familia de reconocida casta e intachable reputación, y que sobresalía por su belleza, buena educación y modestia; una verdadera diosa de la Fortuna en forma de mujer. El Príncipe, maravillado por su deslumbrante belleza, se deleitó con la esposa elegida para él por su padre, igual que lo que se dice en el Ramayana que gozaron Indra y Shaci.
Pero el monarca, temeroso de las profecías, decidió también que su hijo no debía ver nunca nada que pudiera turbar su mente, y dispuso que él habitase en los pisos altos del palacio, sin acceso a la calle.
Así, el hijo pasaba su tiempo en la parte alta de aquélla mansión que era de un blanco brillante como las nubes de lluvia en otoño. Tenía habitaciones apropiadas para cada estación del año, y la música melodiosa que las doncellas de corte creaban resonaba en todas ellas. El palacio era tan hermoso como el de Shiva en el monte Kailasa. Música suave surgía de los instrumentos de dorados adornos que las doncellas de corte tañían con las puntas de sus dedos y que, además acompañaban con danzas tan bellas como las que ejecutan las más hermosas ninfas celestiales. Le entretenían también con suaves palabras, con gestos trémulos, con dichos atrevidos, con dulces risas, con besos de mariposa y con miradas seductoras. Y así, el Príncipe permanecía cautivo de aquellas mujeres bien entrenadas en todo lo relacionado con los goces sensuales e insaciables en los placeres sexuales. Y a él no se le ocurría ausentarse del palacio al igual que aquellos que en recompensa por sus virtudes viven en una mansión celestial y son felices permaneciendo en ella y no sienten ningún deseo de descender a la tierra.
A su debido tiempo, la bella Yashoddara dio al hijo de Shuddhodana un hijo que recibió al nombre de Rahula. Conviene recordar que todos los Bodhisattvas, es decir, aquellos seres de espíritu incomparable, deben primero de todo conocer el gusto de los placeres que puedan proporcionar los sentidos. Sólo entonces, tras haber tenido un hijo, parten para el bosque. Gracias a los efectos de sus hechos pasados, el Bodhisattva poseía en sí mismo la raíz causal de la Iluminación, pero sólo podía alcanzarla tras haber gozado primero de los placeres de los sentidos.
4 Los cuatro encuentros
Con el tiempo, las mujeres le dijeron lo mucho que ellas admiraban los bosques cercanos a la ciudad y cuan frondosos eran. Y así, sintiéndose como un elefante encerrado, él deseó hacer un viaje fuera del palacio.
El rey conoció los deseos de su muy amado hijo, y organizó para él una excursión de placer digna del afecto que por él sentía, de la dignidad real y de la juventud del hijo. Pero impartió órdenes para que toda la gente aquejada por cualquier tipo de aflicción fuese apartada del camino que iba a seguir el cortejo real, pues temía que su vista pudiese turbar la mente sensible del Príncipe. Y así por orden del rey, con delicadeza fueron alejados todos los tullidos, los locos, los viejos, los enfermos y los mendigos. De este modo el camino real aparecía radiante.
Los ciudadanos aclamaron jubilosos al Príncipe. Pero los dioses de la Pura Residencia, cuando vieron que todos eran felices como si estuvieran en el Paraíso, tramaron que ante él apareciera la imagen de un viejo con objeto de inducir al hijo del rey a que abandonara su hogar.
El auriga del Príncipe le explicó el significado de la vejez, mas éste reaccionó ante aquellas noticias como un toro cuando un rayo cae cerca de él, pues su comprensión estaba purificada por las nobles intenciones que había tenido en sus vidas anteriores y por las buenas acciones que había llevado a cabo en ellas. En consecuencia, su alma delicada sufrió una gran aflicción al conocer la vejez. Suspiró profundamente, movió su cabeza, fijó su mirada en el viejo, contempló la multitud festiva y profundamente turbado dijo a su auriga: «De modo que así es como la vejez destruye indiscriminadamente la memoria, la belleza, la fuerza de todos. Y a pesar de ello, con un espectáculo como este ante los ojos, el mundo sigue adelante imperturbable. Siendo así, hijo mío, da la vuelta a los caballos y regresemos rápidamente al palacio.
¿Cómo puedo deleitarme paseando por los bosques cuando mi corazón está lleno de temor a causa del envejecimiento?»
El auriga, obedeciendo la orden de su señor, dio la vuelta al carruaje, y el Príncipe regresó al palacio que, a partir de aquel momento, le parecía un lugar vacío y sin atractivos a causa de sus angustiosas reflexiones.
Durante una segunda excursión de placer, realizada más tarde, los mismos dioses pusieron ante los ojos del Príncipe la imagen de un hombre completamente enfermo. Cuando aquel hecho le fue explicado, el hijo de Shuddhodana se sintió desmayar, tembló como el reflejo de la luna sobre las aguas de un estanque, y en su compasión pronunció en voz baja las siguientes palabras: «De modo que esto es la culminación de cuanta enfermedad aflige a la gente. El mundo lo ve, y sin embargo no pierde sus costumbres confiadas. Careciendo grandemente de penetración, permanece alegre ante la constante amenaza de la enfermedad. No continuemos este paseo, volvamos inmediatamente al palacio. Ahora que he conocido los peligros de la enfermedad, mi corazón siente repulsión por los placeres y parece como hundido en sí mismo.»
En una tercera excursión, los mismos dioses hicieron que el Príncipe viera una cadáver de un hombre que era trasladado a su última morada. El auriga, de nuevo, explicó al Príncipe el significado de aquel hecho. El hijo del rey, pese a que era valeroso, al oír hablar de la muerte se sintió repentinamente poseído por un desmayo. Se apoyó entonces contra el barandal de la carroza y dijo con poderosa voz: «¡Este es pues el final establecido para todos y, sin embargo, el mundo no hace caso y olvida sus temores! Los corazones de los hombres sin duda están endurecidos pues no sienten temor alguno incluso cuando están encaminados hacia la otra vida. ¡Da la vuelta, auriga!. Este no es el momento y el lugar para excursiones de placer. ¿Cómo puede una persona inteligente no hacer caso del desastre que representa su inminente destrucción?»
A partir de entonces el Príncipe evitó el contacto con las mujeres del palacio y, en respuesta a los reproches de Udayin, consejero del rey, explicó su nueva actitud con las siguientes palabras: «No es que yo desprecie la satisfacción de los sentidos, pues sé muy bien que ellos conforman lo que llamamos mundo. Pero cuando considero la fugacidad de todas las cosas en este mundo, no puedo encontrar ningún placer en él. Si la vejez, la enfermedad y la muerte no existieran, sin duda toda esa belleza me proporcionaría gran placer. Si la belleza de las mujeres fuera imperecedera, mi mente sin duda se abandonaría a las pasiones a pesar de las faltas que ellas conllevan. Pero puesto que incluso las mujeres no dan valor a sus cuerpos cuando la vejez los ha agostado, deleitarse en ellas sería claramente una muestra de estar engañado. Si la gente, condenada a pasar por la vejez, la enfermedad y la muerte se muestra despreocupada y goza con los demás que se hallan en la misma situación, es que se comportan como los pájaros y las bestias.
Y cuando tu dices que nuestros libros sagrados nos hablan de los dioses, de los sabios y de los héroes como adictos a las pasiones sensuales a pesar de sus altos pensamientos, esa afirmación por sí misma debería ser causa de turbación para nosotros, porque ellos también ahora están extintos. Los altos pensamientos victoriosos, a mí me parecen incompatibles, tanto por la extinción como por la adición a las preocupaciones sensuales, y me parece también que se hallan en completo contraste. Siendo esto así, no conseguirás convencerme para que me dedique a los placeres innobles de los sentidos, pues me siento afligido por la enfermedad y porque me espera el destino de hacerme viejo y morir. ¡Qué fuerte y poderosa debe ser tu mente para que encuentres sentido a los efímeros placeres sensuales! te aferras a ellos frente a los terribles peligros que no puedes evitar de ver como toda la creación va camino de la muerte. Por el contrario, yo me siento asustado y muy alarmado cuando reflexiono sobre los peligros de la vejez, la enfermedad y la muerte. No encuentro ni paz ni contento, y el gozo me está excluido por completo porque este mundo me parece como si ardiera en un fuego inextinguible. Si un hombre se ha dado cuenta de que la muerte es completamente inevitable, y si pese a ello codicia los placeres en su corazón, no hay duda de que posee una voluntad de hierro para no llorar ante este gran peligro.»
Estas palabras dirigidas al consejero real, Udayin, inducían a pensar que el Príncipe había llegado a una decisión final después de haber combatido en su interior con las mismas raíces de la pasión sensual. Por ello, incluso en medio del atractivo que le ofrecían las mejores oportunidades para el goce de los sentidos, el hijo del rey de los shakyas no se sentía contento, y no conseguía recuperar sus sentimientos de seguridad. Se hallaba como un león herido en el corazón por un dardo impregnado de un potente veneno.
Con la esperanza de que un retiro en el bosque pudiera proporcionarle algo de paz, dejó el palacio con el consentimiento del rey, pero acompañado de una escolta formada por los hijos de los ministros, elegidos por su fidelidad y por poseer el don de saber contar historias entretenidas.
El Príncipe se alejó cabalgando sobre su caballo Kanthaka, de espléndida estampa ya que los cascabeles de sus arreos eran de oro y sus correajes estaban adornados con ondeantes plumas. La belleza del paisaje y sus deseos de llegar al bosque le llevaron muy pronto a parajes alejados de la ciudad. Allí vio como la tierra era arada, desgarrada por los surcos que parecían la superficie de aguas ondulantes.
Los arados habían desraizado plantas y arbustos y esparcido por doquier diminutas criaturas heridas o muertas, tales como gusanos, insectos y otros seres vivos. La vista de aquellos seres entristeció al Príncipe tan profundamente como si hubiese visto el degüello de sus propios familiares. Observó también a los campesinos que araban, y vio como tenían que aguantar las molestias del viento, del sol y del polvo, y como los bueyes parecían agotados de fatiga a causa del esfuerzo realizado al arrastrar los arados. Entonces, movido por su piedad suprema, descabalgó y caminó despacio y apaciblemente por el campo sumido en la tristeza, reflexionando sobre las generaciones y la muerte de todos los seres vivos, y en su profundo desconsuelo se dijo a sí mismo: «¡Qué penoso es todo esto!»
Su mente ansiaba la soledad, por lo que se alejó de los amigos que caminaban detrás de él y se retiró a un lugar solitario, guareciéndose bajo un árbol. Las hermosas hojas del árbol se movían suavemente, y el suelo bajo sus pies era sólido y verde como el berilo. Allí, se sentó reflexionando sobre el nacimiento y la muerte de todo cuanto vive. Y allí, pensando sobre este tema, su mente alcanzó sosiego y concentración. Y cuando hubo conseguido aquel sosiego y concentración mental, se halló repentinamente libre de todo deseo sensual y de toda preocupación.
Había alcanzado la primera fase del trance, que se caracteriza por la tranquilidad en medio de los pensamientos discursivos. En su caso aquel estado poseía una pureza sobrenatural. Había conseguido aquella concentración mental que nace del desprendimiento y que va acompañada por la más elevada exaltación y gozo. Y en aquel estado mental consideró correctamente el destino del mundo, tal como es. Y se dijo a sí mismo: «Ciertamente es una pena que las gentes que por sí mismas están desheredadas y condenadas a sufrir la enfermedad, la vejez y la muerte, muestren en su ceguera ignorante y propia intoxicación tan poco respeto por otros seres que de la misma manera son víctimas de la vejez, de la enfermedad y de la muerte. Pero ahora que he descubierto este supremo Dharma, sería indigno e impropio que yo, que en tal forma estoy constituido, mostrase poco o ningún respeto por otros cuya constitución es esencialmente como la mía.»
Y cuando alcanzó la comprensión de que las taras de la enfermedad, la vejez y la muerte viciaban el mismo corazón de este mundo, en el mismo momento perdió toda intoxicación de sí mismo, aquello que suele surgir del orgullo de la propia fuerza, de la juventud y de la vitalidad. Y entonces no se sintió ni contento ni triste; toda duda, lasitud e insomnio desaparecieron; la excitación sensual no podía ya influenciarle; y el odio y el desprecio por otros quedaron alejados de su mente.
Y mientras que esta comprensión pura y sin mácula crecía en profundidad en su alma noble, vio a un hombre que se le acercaba, invisible para los demás, y que se le apareció en la forma de un mendicante religioso. El hijo del rey le preguntó: «Dime ¿Quién eres?» Y recibió la siguiente respuesta: «¡Oh, toro entre los hombres! Yo soy un recluso que aterrorizado por el nacimiento y la muerte ha adoptado una vida sin hogar para ganar la salvación. Puesto que todo lo que vive está condenado a la extinción, la salvación de este mundo es lo que deseo, y por ello busco aquel estado beatífico en el que la extinción es desconocida. Parientes y extraños significan lo mismo para mí, y han desaparecido también en mí la codicia y el odio hacia todo lo que hay en este mundo sensual.
Allí dónde me halle, aquél será mi hogar, sea la raíz de un árbol, sea un santuario desierto, sea una montaña o un bosque. No poseo nada; tampoco espero nada. Con mi atención dirigida hacia la meta suprema, ando por doquier, aceptando cualquier limosna que puedan darme.»
Y tras haber pronunciado aquellas palabras, aquella aparición ascendió entonces hacia el cielo, ante la misma mirada del Príncipe, pues era un enviado de los cielos, que había visto a otro Buda en el pasado y había llegado hasta el hijo del rey en aquella forma, para recordarle la misión que le esperaba.
Y cuando aquel ser hubo desaparecido ascendiendo hacia el firmamento como un ave, el mejor de los hombres se sintió exaltado, y en aquel mismo momento, intuitivamente, percibió el Dharma e hizo planes para abandonar su palacio y llevar una vida sin hogar.
5 La huida del palacio
Y así, poco después de haber regresado al palacio, decidió huir durante la noche. Los dioses que conocían sus intenciones se ocuparon de que las puertas estuviesen abiertas. Descendió de los pisos altos del palacio, miró con disgusto a las mujeres que yacían en las más diversas posturas y, sin vacilación, se dirigió hacia los establos que se hallaban en el patio más lejano. Despertó a Chandaka, su caballerizo, y le ordenó que le ensillara rápidamente su caballo Kandaka diciéndole: «pues deseo alejarme de aquí hoy mismo para alcanzar el estado inmortal».
Amo y criado cabalgaron juntos hasta que llegaron a una ermita donde el Príncipe se desprendió de todas sus joyas, y se las dio a Chandaka. Luego con objeto de que la tristeza no se apoderase de su padre, el rey Shuddhodana, despidió a Chandaka con el siguiente mensaje: «Dile que he venido a este lugar de penitencia con el propósito de poner fin a la vejez y a la muerte, y bajo ningún concepto porque anhele el Paraíso, o porque no sienta afecto por él, o por causa de algún sombrío resentimiento. Puesto que me he ido con el propósito de llevar una vida sin hogar, no hay razón alguna por la que el deba entristecerse. Porque, en cualquier caso, no hay que olvidar que todas las uniones llegan a su fin por largas que hayan sido. Y es porque hemos de tener en cuenta la existencia de una separación perpetua que yo estoy decidido a ganar la Salvación, pues así nunca más me veré separado de mis parientes.»No hay razón, por lo tanto, para entristecerse por mí porque haya elegido esta forma de vida con objeto de librarme de toda tristeza.
Mas bien uno debiera entristecerse por aquellos que se apegan con avaricia a todas aquellas pasiones de los sentidos en las que están enraizadas todas las tristezas. Mi padre, acaso diga, que es demasiado pronto para mí abandonarlo todo, para retirarme a una vida solitaria en el bosque, pero no existe ninguna razón para establecer que una época sea peor que otra para el Dharma, siendo nuestro control sobre la vida tan incierto. Hoy mismo, por lo tanto, comenzaré mi lucha para alcanzar el bien supremo, y ésta es mi firme decisión. La muerte me amenaza todo el tiempo, ¿Cómo puedo pues saber de cuánta vida dispongo aún?»
Chandaka trató una vez más de disuadir de su propósito a su señor, pero el Príncipe le respondió: «Chandaka, deja de entristecerte por separarte de mí. Todos aquellos que el nacimiento aparta de la unidad del Dharma deben algún día seguir caminos separados. Incluso si el afecto pudiera impedirme abandonar a mi familia precisamente ahora y por decisión propia, a su debido tiempo la muerte nos separaría violentamente, y sobre este hecho no podríamos hacer ni decir nada. Piensa en mi madre, que me concibió en su seno con grandes expectativas y no pocos dolores. Su trabajo resultó infructuoso porque, ¿qué soy yo ahora para ella y qué es ella para mí? Los pájaros se posan en las ramas de los árboles por algún tiempo y luego reanudan su vuelo cada uno por su lado.»
El encuentro de todos los seres vivientes debe igualmente y de forma inevitable terminar en la separación. Las nubes se unen y luego se separan, y bajo la misma luz yo veo la unión de los seres vivos y su separación. Todo en este mundo pasa y frustra todas las esperanzas de uniones eternas. Por ello es poco sabio albergar un sentimiento de propiedad hacia las personas que están unidas a nosotros como en un sueño, solo por un tiempo muy breve y no definitivamente. El color de las hojas de los árboles es para ellos un adorno, pero deben dejarlas caer. ¡Cuanto más es esto aplicable a cosas dispares! »Y siendo esto así, mejor es que ahora te vayas y ceses, amigo mío, de entristecerte. Pero si tu amor por mí aún te retiene, ve ahora al rey, y luego regresa junto a mí. Y, por favor, da este mensaje al pueblo de Kapilavastu que mantiene su mirada puesta en mí: «Dejad de sentiros apenados por él y oíd su inmutable resolución pues o bien él extinguirá la vejez y la muerte, y entonces muy pronto volveréis a verle, o bien irá a la perdición porque sus fuerzas le habrán faltado y no podrá alcanzar su propósito.»
6 Los años de austeridad
Y desde entonces en adelante el Príncipe llevó una vida religiosa y estudió con diligencia los varios sistemas practicados por los ascetas y los yoguis. Y tras haber transcurrido algún tiempo, el Sabio, en busca de un retiro solitario, se fue a vivir a orillas del río Nairañjana de cuyas aguas la pureza le atrajo.
Cinco monjes mendicantes habían ido también allí antes que él para vivir una vida austera, observando escrupulosamente los votos religiosos que habían hecho y orgullosos del control que ejercían sobre sus cinco sentidos. Cuando los monjes mendicantes le vieron allí, le sirvieron a causa de su deseo de liberación, del mismo modo que los objetos de los sentidos sirven a un señor cuyos méritos de sus vidas pasadas le han proporcionado riqueza y salud para gozar de ellas. Los monjes le saludaron reverentemente, se inclinaron ante El, siguieron sus instrucciones y se colocaron bajo su control como sus discípulos, igual que los inquietos sentidos sirven a la mente.
El, sin embargo, se entregó a ulteriores austeridades y, especialmente a los ayunos como el medio que le parecía ser el más apropiado para poner fin al nacimiento y a la muerte. En su deseo por la quietud, su cuerpo adelgazó durante seis años practicando una serie de ayunos muy estrictos para que cualquier otro hombre pudiera soportarlos. A la hora de comer, se limitaba a tomar una azufaifa, una sola semilla de sésamo y un solo grano de arroz, tan ansioso estaba de alcanzar la lejana costa de Samsara. Su cuerpo quedó muy enjuto a causa de aquel duro sacrificio, pero en compensación sus poderes psíquicos crecieron enormemente día a día. Depauperado como estaba, su gloria y majestad permanecían inalteradas y contemplarle alegraba la vista de aquellos que le miraban porque le veían con el mismo agrado que a los lotos en los estanques durante las noches de luna llena. Pero sus carnes habían desaparecido, y únicamente le quedaba la piel y los huesos. Y sin embargo, exhausto como estaba, su profundidad mental parecía insondable como las aguas del mismo océano.
Pero tras algún tiempo, sin embargo, para él quedó muy claro que aquella rigurosa disciplina simplemente consumía su cuerpo sin llevarle a ningún resultado útil, por lo que se dijo a sí mismo: «Este no es el método para alcanzar el Dharma que conduce a la ausencia de las pasiones, a la iluminación, a la emancipación, el método que hace algún tiempo yo descubrí mientras estaba sentado debajo de aquel árbol y que me parece más efectivo en sus resultados.
Pero ese tipo de meditaciones no pueden ser llevadas a cabo en esta condición de debilidad en que me encuentro. Por lo tanto, he de tomar medidas para recuperar de nuevo las fuerzas de este cuerpo mío, porque cuando el cuerpo está consumido y exhausto por el hambre y la sed, la mente a su vez está agotada para poder conseguir el fruto que persigue. No, la calma interior es necesaria para alcanzar el éxito, y la calma interior no puede ser mantenida a menos que la fuerza física sea constante e inteligentemente renovada. Sólo si el cuerpo es nutrido razonablemente puede evitarse una tensión excesiva de la mente, y cuando la mente está libre de tensión y se halla serena, entonces la facultad de concentración para el trance puede alcanzarse. Y cuando el pensamiento se une a la facultad de concentración, el trance puede avanzar a través de varias etapas. Podemos entonces alcanzar los Dharmas que finalmente nos permiten ganar el más elevado estado, tan difícil de alcanzar, y que está caracterizado por la tranquilidad, la atemporalidad, y la inmortalidad. Y todo este proceso es imposible sin una adecuada nutrición.»
7 La tentación de Mara
El valor del Príncipe era invencible, pero su inmenso intelecto le condujo a decidir que a partir de aquel momento necesitaba alimentarse de nuevo en forma apropiada. Con el objeto de ingerir su primera comida se dirigió al río Nairañjana con intención de bañarse. Luego ascendió despacio y dolorosamente por la ribera, al tiempo que los árboles cercanos inclinaban reverentemente sus ramas para ofrecerle su ayuda.
Ocurrió entonces que por instigación de los dioses, Maudabala, la hija del boyero real pasaba por allí con su corazón lleno de alegría. Su aspecto era como el de la espuma de las azules aguas del río Yamuna, vestida con un traje azul y con sus brazos adornados con pulseras hechas de blancas conchas. Cuando ella le vio, aumentó el gozo de su corazón. Sus ojos de loto se abrieron asombrados y luego se postró ante él y le rogó que aceptase de sus manos un cuenco lleno de leche de arroz. El aceptó la ofrenda, y aquella ofrenda señaló el momento más trascendental de la vida de la joven Maudabala.
En cuanto a él, aquel alimento le permitió recuperar la energía necesaria para alcanzar la iluminación. Su cuerpo, al ser nutrido, recuperó de nuevo su vigor. Pero los cinco monjes que le acompañaban le abandonaron porque creyeron que con aquel acto él se había apartado del camino de la vida santa. Entonces hallándose solo con su propia resolución, él se dirigió hacia el pie de la sagrada higuera que crecía sobre el terreno cubierto de verde hierba, porque estaba firmemente decidido a ganar lo antes posible la completa iluminación.
El rumor incomparable de sus pasos despertó a Kala, una serpiente de alto rango, tan fuerte como un elefante. Consciente de que el gran Sabio estaba firmemente decidido a alcanzar la iluminación, Kala le dijo: «¡0h Sabio! tus pasos resuenan como el trueno que retumba sobre la tierra, y la luz que desprende tu cuerpo brilla como el sol. Sin duda hoy gustarás el fruto que tanto deseas. Las bandadas de azules arrendajos que se arremolinan en el alto cielo revelan su respeto mostrándote sus costados derechos. El aire está lleno de suaves brisas y no hay duda de que hoy mismo te transformarás en un Buda.»
El Sabio entonces recogió hierba fresca que un segador acababa de cortar y al llegar al pie del árbol propicio la extendió en el suelo y se sentó mientras se afirmaba en su voto de alcanzar la iluminación. Cruzó las piernas y adoptó la postura más adecuada para permanecer inmóvil, con los miembros recogidos como los anillos de una serpiente dormida, y se dijo a sí mismo: «No me moveré de esta posición hasta que consiga hacer lo que me he propuesto.»
Y entonces muchos moradores de los cielos sintieron un gran gozo, los pájaros enmudecieron e incluso los árboles dejaron de mover sus hojas al soplo del viento, porque el Señor se había sentado con su espíritu completamente decidido a alcanzar la Iluminación.
Y porque el gran Sabio, descendiente de una línea de videntes reales, había pronunciado el voto de conseguir la emancipación, y se había sentado decidido firmemente a conseguirla, el mundo entero se regocijó.
Pero Mará, el inveterado enemigo del verdadero Dharma, se agitó con temor. La gente le invocaba complacida como al dios del amor, el que dispara flechas de flores, pero también le temían todos pues Mará rige los acontecimientos relacionados con la vida de pasiones y como a aquel que odia hasta el simple pensamiento de libertad. Tenía a su lado a sus tres hijos: Aturdimiento, Diversión y Orgullo, y a sus tres hijas: Descontento, Deleite y Sed. Estos le preguntaron por la causa de aquella agitación y Mará les respondió: «Contemplad a ese Sabio revestido con la armadura de la determinación, armado con la verdad y la virtud espiritual, poseedor de las flechas de su intelecto dispuestas para ser disparadas. ¡Se ha sentado con la firme determinación de conquistar mi reino, por lo que no es extraño que yo me haya sumido en una profunda inquietud! Si consigue vencerme y logra proclamar al mundo el camino de la beatitud final entonces mi reino quedará vacío hoy mismo, igual que le ocurrió a aquel rey Videlia del que hablan las epopeyas, que perdió su reino a causa de su mala conducta al haber raptado a la hija de un brahmín. Pero, hasta este momento, el Sabio aún no ha alcanzado el ojo del pleno conocimiento, y todavía se encuentra bajo la esfera de mi influencia. Por lo tanto, mientras haya tiempo, voy a intentar romper su solemne propósito y a lanzarme contra El como la corriente de un torrente desbordado se lanza contra las orillas que lo encauzan.»
Pero Mará no consiguió triunfar sobre el Bodhisattva y fue derrotado junto con sus huestes, que huyeron en todas las direcciones; su exaltación quedó doblegada, y su trabajo resultó infructuoso. Huyeron como un ejército vencido cuyo general hubiese caído en la batalla. Y así, Mará huyó con sus seguidores derrotados. Y el gran Sabio, libre del polvo de la pasión, victorioso sobre la tenebrosa oscuridad, había vencido. Y la luna, como la sonrisa de una dulce doncella, iluminó los cielos, mientras que una lluvia de flores de dulce perfume, cubiertas de rocío, descendía sobre la tierra desde las alturas.
8 La Iluminacion
Y tras haber derrotado la violencia de Mará por medio de su calma y su firmeza, el Bodhisattva, poseedor de gran habilidad en la meditación trascendental, entró en trance, decidido a discernir tanto la última realidad de las cosas como el objetivo final de la existencia. Y tras haber logrado el completo dominio sobre todos los grados y clases de trance, en la primera vigilia de la noche recordó la serie sucesiva de sus anteriores reencarnaciones. Y de esta forma recordó miles de nacimientos como si los viviera de nuevo otra vez. Y cuando hubo evocado todos sus propios nacimientos y muertes, y todas sus anteriores vidas, el Sabio, lleno de piedad, volvió su compasiva mente hacia otros seres vivientes y pensó para sí: «Una y otra vez deben abandonar a sus propios seres queridos e ir a otro lugar, sin que este proceso se detenga nunca. No hay duda de que este mundo carece de protección y ayuda y como una rueda, da vueltas y más vueltas.»
Y a medida que seguía recordando el pasado de aquella manera llegó a la conclusión de que este mundo es insustancial como la médula del tallo de un plátano. Y entonces, sin que ninguno le superase en valor, durante la segunda vigilia de la noche adquirió el supremo ojo celestial, porque él era el mejor de todos aquellos poseedores de la visión. Y con aquella mirada pura y sin mácula contempló el mundo entero que se le apareció como reflejado en la superficie de un espejo. Vio que la enfermedad y la reencarnación de los seres dependía de los hechos superiores e inferiores que hubiesen realizado, y su compasión aumentó. Era claro para él, que ninguna seguridad puede encontrarse en esta existencia, y que la amenaza de la muerte está siempre presente. Asediadas por todas las partes, las criaturas no pueden encontrar reposo.
Revisó con su ojo celestial los cinco lugares de renacimiento y no halló nada sustancial en este mundo transitorio, como no se halla nada en el centro del tallo de las plantas sin médula cuando se despoja a éste una tras otra de las capas que las cubren.
Y luego, cuando llegó la tercera vigilia de la noche, el supremo Maestro del trance volvió su meditación hacia la naturaleza real y esencial de este mundo y dijo para sí: «¡Ah, los seres vivos se agostan a sí mismos en vano! Una y otra vez nacen, envejecen, mueren y pasan a una nueva vida. Y lo peor es que la avaricia y las oscuras ambiciones oscurecen su vista y están ciegos desde el nacimiento, y con gran temor ignoran como librarse de este gran mal.»
Y entonces el supremo Maestro examinó los doce eslabones de la cadena de la causalidad o ley de la vida, y dijo para sí mismo: «La ignorancia es la fuente de todos los males; de la ignorancia depende el karma; del karma depende la conciencia; de la conciencia depende el nombre y la forma; del nombre y la forma dependen los seis órganos de los sentidos; de los seis órganos de los sentidos depende el contacto; del contacto depende la sensación; de la sensación depende el deseo; del deseo depende el apego; del apego depende la existencia; de la existencia depende el nacimiento; del nacimiento depende la vejez y la muerte, la pena, las lamentaciones, las miserias, el dolor y la desesperación. Pero con la completa eliminación y supresión de la ignorancia llega también la supresión del karma; con la supresión del karma cesa la conciencia; con la supresión de la conciencia cesan el nombre y la forma; con la supresión del nombre y la forma cesan los seis órganos de los sentidos; con la supresión de los seis órganos de los sentidos cesa el contacto, cesa la sensación; con la supresión de la sensación cesa el deseo; con la supresión del deseo cesa el apego; con la supresión del apego cesa la existencia; con la supresión de la existencia cesa el nacimiento; y con la supresión del nacimiento cesa la vejez y la muerte, la pena, las lamentaciones, las miserias, el dolor y la desesperación.»
Y cuando el Gran Vidente hubo comprendido que allí donde cesa la ignorancia cesan también las formaciones kármicas, entonces alcanzó el conocimiento correcto de todo cuanto hay para ser conocido, y surgió entonces en el mundo como un Buda. Para ello pasó por las ocho fases de la penetración trascendental y alcanzó su punto más elevado. Desde la cima del mundo no detectaba ningún yo en ninguna parte. Como el fuego cuando ha consumido el combustible, estaba tranquilo. Había alcanzado la perfección, y pensó para sí: «Este es el auténtico camino que en el pasado tantos videntes ilustres, que también conocieron las cosas más elevadas y las más bajas, han recorrido hasta alcanzar la verdad última y verdadera. Y ahora yo también la he alcanzado.»
Y en aquel momento, en la cuarta vigilia de la noche, cuando rompía el alba y todos los espíritus que se mueven, así como los que no se mueven, se dirigían al descanso, el Gran Vidente adoptó la posición que no conoce otras alternativas, y el Guía de todos alcanzó el conocimiento omnisciente.
Luego, cuando su condición de Buda le permitió reconocer aquel hecho, la tierra osciló como una mujer ebria de vino, el cielo brilló con los siddhas que aparecieron en multitudes por todas partes, y el poderoso retumbar del trueno resonó en el aire. Brisas agradables soplaron dulcemente; la lluvia cayó desde un cielo sin nubes, flores y frutos fuera de la estación adecuada se desprendieron de los árboles, para mostrar así su reverencia hacia él; flores de mandarava y capullos de loto, así como lilas acuáticas, con brillo del oro y berilo, cayeron del cielo en tomo al lugar en que se hallaba el Sabio transformándolo en la morada de los dioses.
Y en aquel momento nadie, en ningún lugar, se mostró airado, enfermo o triste; nadie hizo nada malo; nadie se mostró orgulloso; el mundo quedó completamente tranquilo, como si se hubiese alcanzado la plena perfección. El gozo se extendió también entre aquellos dioses que ansían la salvación y viven en las regiones inferiores. En todos los lugares los virtuosos se sintieron confirmados en su virtud, la influencia del Dharma aumentó, y el mundo se elevó por encima de la bajeza de las pasiones y la oscuridad de la ignorancia. Llenos de gozo y asombro por el trabajo del Sabio, videntes de la raza solar que habían sido protectores de los hombres, que habían sido videntes reales, que habían sido grandes videntes, se pusieron en pie en sus mansiones celestiales y mostraron así su reverencia. Y aquellos grandes videntes que habitaban entre las legiones de seres invisibles podían ser oídos ampliamente proclamando su fama. Todos los seres vivos se alegraron y percibieron que las cosas marchaban bien. Únicamente Mará sintió un profundo disgusto, igual que si hubiese sufrido una brusca caída.
Durante siete días, el Buda permaneció allí sin que su cuerpo le causara ninguna molestia, sin cerrar nunca sus ojos, entregado a mirar en su propio interior, en su mente. Y allí pensó: «Aquí he hallado la libertad.»
Y supo que las ansias de su corazón habían, por fin, quedado satisfechas. Había aferrado la ley de la vida y finalmente estaba convencido de la ausencia del yo en todo lo que existe, por lo que salió de su profundo trance. Y en su gran compasión, contempló el mundo con la mirada de Buda y con el propósito de darle paz. Sin embargo, cuando comprobó que el mundo estaba perdido en avientas visiones y esfuerzos confusos, profundamente sumido en la sordidez de las pasiones, y vio, por otra parte, la excesiva sutileza del Dharma de la emancipación, se sintió inclinado en no emprender acción alguna.
Pero cuando sopesó el significado del compromiso que había adquirido en el pasado, sintió de nuevo el deseo de proclamar el camino hacia la paz. Y reflexionando interiormente sobre esta cuestión, consideró también que algunos poseían una gran dosis de pasión, otros en cambio poseían muy poca.
Pronto, Indra y Brahma, los dos jefes supremos de cuantos habitan en el cielo, comprendieron las intenciones del Buda de proclamar el sendero que conduce a la paz. Entonces brillaron deslumbrantes y se acercaron a él teniendo como tenían el bien del mundo como su principal preocupación.
Y él permaneció allí sentado, libre de todo mal y triunfante en su propósito. El Dharma más excelente que había visto era su mejor compañero. Sus dos visitantes, sin embargo, le hablaron con amabilidad y reverencia y le dirigieron las siguientes palabras destinadas a facilitar el bien del mundo: «No condenes, por favor, a todos aquellos que viven de tal forma que les hace indignos de semejante tesoro, y abriga piedad en tu corazón hacia todos aquellos que viven en este mundo, aunque algunos tengan mucha pasión y otros poca. Ahora que tu, ¡oh Sabio!, has cruzado el océano del mundo del devenir, rescata también a otros seres vivos que se han hundido tan profundamente en el sufrimiento.
Como un señor generoso comparte sus riquezas con otros, y así tú también podrías conceder tus virtudes a otros. La mayoría de aquellos que conocen lo que es bueno para ellos en este mundo y en el venidero actúan únicamente para su propia ventaja. En el mundo de los hombres y en el cielo es difícil encontrar quien se sienta impelido a actuar en favor del bien de los demás.»
Y tras haber dirigido aquellas palabras al Gran Vidente, los dioses regresaron a su morada celestial por el mismo camino que habían utilizado para llegar junto a él. Y el Sabio reflexionó sobre las palabras que le habían dirigido, y se sintió confirmado por ellas en su decisión de liberar al mundo.
Y entonces llegó el momento de pedir limosna y los Guardianes del Mundo de los cuatro puntos cardinales aparecieron ante el Vidente y le ofrecieron cada uno de ellos un cuenco para recoger las limosnas, que el Sabio aceptó y fundió en uno solo. Ocurrió en aquel momento que pasó por allí una caravana de mercaderes. Instigados por una deidad favorable, saludaron con gozo al Vidente y, exaltados en sus corazones, le dieron limosnas.
9 El primer gran sermon
Y entonces el Sabio consideró que Arada y Udraka Ramaputra eran los dos personas mejor preparadas para aferrar el Dharma. Más luego supo que los dos habían partido para vivir entre los dioses en el cielo, por lo que su mente se volvió hacia los cinco monjes mendicantes que le habían repudiado y decidió dirigirse a ellos con objeto de proclamar el sendero hacia la paz y así disipar la oscuridad de la ignorancia, del mismo modo que el sol naciente disipa con sus rayos la oscuridad de la noche. Y emprendió la marcha hacia la ciudad bendita de Kashi, a la que Bhimaratha había dado su amor y que estaba adornada por el río Varanasi y por muchos bosques espléndidos. Pero antes de llevar a cabo su deseo de dirigirse a la región de Kashi, el Sabio, cuyos ojos eran como los de un toro y cuyas pisadas eran como las de un elefante al trote, puso por última vez su firme mirada en las raíces del árbol que le había acogido y bajo cuyas ramas había conseguido la iluminación. Había completado su tarea y tranquilo y majestuoso se puso en marcha, solo, aunque parecía como si un inmenso séquito le siguiera.
Un mendigo en busca del Dharma le vio en el camino y con gesto de asombro unió sus manos y le dijo: «Los sentidos de los demás están inquietos como caballos, pero los tuyos han sido domados; otros seres son apasionados, pero tus pasiones han desaparecido; tu cuerpo reluce como la luna en el cielo nocturno, y pareces reconfortado por el dulce sabor de una sabiduría apreciada por primera vez; tus facciones brillan con poder intelectual; has triunfado sobre tus sentidos y posees la mirada de un toro poderoso. Sin duda has alcanzado tu propósito, pero dime. ¿Quién ha sido tu maestro?»
El Buda replicó: «No tengo ningún maestro; no necesito venerar a nadie, ni tampoco desprecio a nadie. He alcanzado el Nirvana, y ya no soy igual que los demás. Por mí solo he ganado el Dharma y he comprendido completamente todo lo que debe ser comprendido. Esta es la razón por la que soy un Buda. He vencido las fuerzas hostiles de la impureza. Por esta razón debería ser conocido como aquel cuyo yo está tranquilo. Y habiéndome calmado a mí mismo, ahora me dirijo a Varanasi para trabajar por el bien de mis semejantes que continúan oprimidos por muchos males. Allí, haré sonar el tambor inmortal del Dharma, sin orgullo y sin que me envanezca el renombre. Habiendo yo mismo cruzado el océano del sufrimiento, debo ayudar a otros a que lo crucen; habiendo yo mismo obtenido la libertad, debo liberar a otros. Este es el voto que yo hice en el pasado cuando contemplaba a todos los que viven en la inquietud.»
Y entonces el mendigo se dijo a si mismo: «Es verdaderamente asombroso.»
Pero decidió que sería mejor no permanecer con el Buda y prosiguió su camino, aunque volviendo repetidamente su mirada hacia atrás con los ojos llenos de admiración.
A su debido tiempo el Sabio vio la ciudad de Kashi, semejante al interior de un tesoro, situada junto a la confluencia de los ríos Bhagirathi y Varanasi, resplandeciente de poder majestuoso, deslumbrante como el sol.
Llegó al Parque de las Gacelas, lugar frecuentado por grandes videntes, lleno de árboles entre cuyas ramas los pájaros hacían oír sus cantos. Allí estaban los cinco monjes mendicantes de los clanes dé los Kaundynya, Mahanaman, Vashpa, Ashvajit y Bhadrajit, que le vieron llegar de lejos y se dijeron unos a otros: «Por allí llega nuestro amigo, el amante del placer, el mendicante Gautama que abandonó la austeridad. Cuando llegue hasta nosotros no debemos levantamos para recibirle, porque ciertamente no es digno de que le saludemos con respeto. La gente que abjura de sus votos no merece ninguna consideración. Por supuesto que si el desea hablamos, hablaremos con él, porque es indigno de gente santa comportarse de otra manera con los visitantes, sean quienes sean.»
Mas aunque habían decidido proceder de aquella manera, cuando el Buda se acercó a ellos, muy pronto abandonaron sus propósitos, y cuanto más cerca de ellos estaba menor era su firmeza para cumplirlos. Y cuando llegó junto a ellos, uno se quitó el manto, otro con las manos juntas las dirigió hacia su cuenco, el tercero le ofreció su asiento y los otros dos le dieron agua para que lavara sus pies. Con aquella conducta le trataron en realidad como si fuese su maestro. Y puesto que ellos no cesaban de llamarle por su nombre de familia, el Señor, en su compasión, les dijo:
«A un arhat digno de reverencia no debierais hablarle, ¡oh monjes!, de la forma como lo hacíais antes, omitiendo la veneración especial a él debida. En cuanto a mí, las alabanzas y el desprecio me son ciertamente indiferentes, pero por vuestro propio interés debéis ser avisados contra un comportamiento tal que os cause daño a vosotros mismos. Es para el bien del mundo que un Buda ha obtenido la Iluminación, y el bienestar de todo ser viviente es su meta; pero el Drama queda fuera del alcance de aquellos que desprecian a su maestro dirigiéndose a él por su nombre de familia, pues esto es lo mismo que faltar de respeto a su propio padre.»
Así habló el Gran Vidente, el mejor de todos los oradores, lleno de compasión. Pero los monjes mendicantes, mal guiados por la desilusión y por carencia de solidez espiritual, contestaron con leves sonrisas en sus rostros y dijeron: «Gautama, hasta ahora ninguna suprema y encomiable abstinencia te ha conducido a una comprensión de la verdadera realidad, y sólo por medio de éstas puede ser alcanzada esa meta. Por el contrario, vives una vida de comodidad sensual. ¿En qué te basas pues para decimos que has visto la Verdad?» Y puesto que los cinco monjes mendicantes mostraban de aquella forma su rechazo a creer en la verdad descubierta por el Iluminado, él, que conocía que el sendero hacia la Iluminación era diferente a la práctica de las abstinencias, les explicó el camino que tan vivamente conocía y les dijo: «Aquellos ignorantes que se atormentan a sí mismos, así como aquellos que se aferrán al dominio de los sentidos, deben ser vistos como defectuosos en los métodos que utilizan, porque ninguno de ellos se encuentra en el camino hacia la Inmortalidad. Las llamadas abstinencias solo consiguen confundir las mentes sometidas a la debilidad del cuerpo. En el desfallecimiento en el cual uno cae, ya no puede ni comprender las cosas ordinarias de la vida, y mucho menos el camino hacia la Verdad que se halla más allá del alcance de los sentidos. Las mentes de aquellos que estén sometidos a las pasiones y a las oscuras ilusiones, pierden incluso la habilidad de comprender los tratados doctrinales, y no pueden alcanzar el éxito por el método de suprimir las pasiones. Por esta razón yo he abandonado estas dos sendas, y he descubierto otro camino intermedio. Este sendero conduce al apaciguamiento de todo mal, y, sin embargo, está libre de felicidad y de gozo.»
10 LAS Cuatro Nobles Verdades
Y el Buda entonces expuso a los cinco monjes mendicantes el Noble Sendero Óctuplo y las Cuatro Nobles Verdades y les dijo:
«Hay dos extremos, ¡oh monjes!, que debe evitar todo aquel que quiera abandonar el mundo: un extremo es el de una vida consagrada a los placeres y a la lujuria, porque es degradante, sensual, vulgar, innoble e inútil. El otro extremo es el de una vida consagrada a las mortificaciones, porque es doloroso, innoble e inútil. Evitando estos dos extremos, ¡oh monjes!, el Buda ha conseguido descubrir el conocimiento del Camino Medio que conduce a la interiorización, que conduce a la sabiduría, que conduce a la calma, al conocimiento, a la suprema iluminación, al Nirvana.
»¿Cuál es, ¡oh monjes!, ese Camino Medio cuyo conocimiento el Buda ha conseguido descubrir y que conduce a la, interiorización, que conduce a la sabiduría, que conduce a la calma, al conocimiento, a la suprema iluminación, al Nirvana? Es el Noble Sendero Óctuple y las Cuatro Nobles Verdades. Y el Noble Sendero Óctuple está formado por el conocimiento correcto, los pensamientos correctos, las palabras correctas, la conducta correcta, los medios de vida correctos, los esfuerzos correctos, la actitud mental correcta y la meditación correcta.
En esto, ¡oh monjes!, consiste el Camino Medio hacia el conocimiento que el Buda ha conseguido, y que conduce a la interiorización, que conduce a la sabiduría, que conduce a la calma, al conocimiento, ala suprema iluminación, al Nirvana.»Y las Cuatro Nobles Verdades, ¡oh monjes!, son las siguientes :»La Noble Verdad sobre el sufrimiento: El nacimiento es doloroso; la vejez es dolorosa; la enfermedad es dolorosa; la muerte es dolorosa; la pena, las lamentaciones, el abatimiento y la desesperación son dolorosos; el contacto con las cosas desagradables es doloroso; no conseguir lo que se desea es doloroso; la forma, la sensación, la percepción, las impresiones, la conciencia nacida de los deseos egoístas son dolorosas.
»Y ésta es,¡oh monjes!, la Noble Verdad de la causa del sufrimiento: los deseos egoístas que conducen a la reencarnación, unidos a los placeres y a la lujuria que encuentran placer aquí y allá, es decir, los deseos egoístas de la existencia, los deseos egoístas de la no existencia.»Y ésta es, ¡oh monjes!, la Noble Verdad sobre el cese del sufrimiento: el abandono sin remordimientos de los deseos egoístas, la renuncia a ellos, la liberación de ellos, el desecharlos, el no sentirse sojuzgado a ellos.»Y ésta es ¡oh monjes!, la Noble Verdad del camino que conduce al cese del sufrimiento: el Noble Sendero Óctuple del conocimiento correcto, de los pensamientos correctos, de las palabras correctas, de la conducta correcta, de los medios de vida correctos, de los esfuerzos correctos, de la actitud mental correcta, de la meditación correcta.»Y ahora que he comprendido el sufrimiento, he abandonado sus causas, he conseguido su fin y he descubierto el Sendero, ahora puedo decir que el órgano de mi visión espiritual ha quedado abierto.
Mientras que yo no había conocido las Cuatro Nobles Verdades, no me consideraba emancipado, porque no creía que había hecho lo que debía ser hecho. Pero cuando hube penetrado en las Nobles Verdades, y hecho entonces todo lo que debía ser hecho, entonces pude proclamar que estaba emancipado, entonces vi que había alcanzado mi meta.»
Y cuando el Gran Vidente, lleno de compasión, proclamó de aquella manera el Dharma, el miembro del clan de los Kaundiya y cientos de dioses con él obtuvieron la visión pura y libre de mácula.
Y así cuando el Dharma comenzó a iluminar el mundo con la luz de la salvación, y el número de convertidos aumentó hasta sesenta y uno, el Gran Vidente los envió a predicar y les dijo: «Id, ¡oh monjes!, por vuestro camino en provecho de los muchos, por la felicidad de los muchos, por compasión hacia el mundo, por la bienaventuranza de los dioses y de los hombres. Id de uno en uno, y proclamad el Dharma, excelente en su principio, excelente en su mitad, excelente en su final. En el espíritu y en la letra dad a conocer la vida justa, perfecta, absolutamente pura. Hay seres con los ojos cubiertos por un poco de polvo de pasión que padecen por no conocer el Dharma, y algunos lo entenderán así.»
11 El regreso a la casa del padre
A su debido tiempo el Buda se dirigió a Kapilavatu y predicó el Dharma a su padre. También le mostró su maestría y maravilloso poder tomándole así más predispuesto a recibir su Dharma. Su padre se sintió lleno de gozo por lo que había visto y oído, y uniendo sus manos le dijo: «Sabios y fructíferos son tus hechos, y me has librado de un gran sufrimiento. En vez de alegrarme por los dones de la tierra, que no traen mas que penas, ahora me alegro por tener un hijo tan sabio.
Tenias razón al marcharte y al abandonar tu próspero hogar; tenías razón al entregarte a tan grandes trabajos; y ahora tienes razón al mostrar tu compasión por nosotros, tus amados parientes que con tanto cariño te amamos y a los cuales abandonaste. Por amor al mundo angustiado has seguido el sendero de la suprema realidad, que no pudo ser hallada ni siquiera por aquellos videntes de tiempos pasados que eran dioses, o reyes.»Si hubieses elegido ser un monarca universal, tal cosa no me hubiese proporcionado más gozo que el que ahora siento a la vista de tus milagrosos poderes y de tu santo Dharma. Si hubieses elegido permanecer ligado a las cosas de este mundo, tú hubieses podido sin duda proteger a la humanidad como un monarca universal. Pero en vez de eso, habiendo triunfado sobre los grandes males del mundo te has transformado en un sabio que proclama el Dharma para el bien de todos. Tus poderes milagrosos, tu maduro intelecto, tu definitiva liberación de los innumerables peligros del mundo, del nacimiento y la muerte, todo esto te ha transformado en el soberano señor del mundo aunque no poseas las insignias de la realeza. Nada de esto hubieses podido hacer si hubieses permanecido entre las cosas de este mundo.
Y hubieses permanecido sin duda carente de poder por mucho que te hubieses esforzado como rey.»
Después de aquella visita el Buda se trasladó a Shravasti y affi aceptó el don del bosque de Jetavana, reprendió al rey Prasanajity exhibió sus poderes sobrenaturales para confundir a los disputantes de otras escuelas. Sus milagros hicieron que la gente de Shravasti le honrara y reverenciara grandemente. El, sin embargo, partió de allí, se elevó en gloriosa majestad y milagrosamente sobre el mundo triple, alcanzó el cielo de los Treinta y Tres donde moraba su madre, y allí predicó su Dharma en beneficio de ella, porque su conocimiento le permitió educar a su propia madre. Transcurrió la época de las lluvias en aquel cielo, y aceptó limosnas en la forma debida del rey de los dioses que habitan en el éter.
Luego, descendiendo del mundo de los dioses, llegó a la región de Samkashya. Los dioses, que gracias a su presencia entre ellos habían obtenido la calma espiritual, permanecieron en sus mansiones y le siguieron con sus miradas. Y los reyes de la tierra alzaron sus ojos hacia el cielo, se inclinaron y le recibieron respetuosamente. Y tras haber instruido a su madre en el cielo y a aquellos dioses que desearon ser salvados, el Sabio viajó por la tierra convirtiendo a todos aquellos que estaban maduros para ser convertidos.
12 El cisma de Devadatta
Devadatta, su primo, y miembro de la orden de los monjes mendicantes, vio su grandeza y sus éxitos y se sintió ofendido en su orgullo. Su mente, tan hábil en el trance, se agitaba en una especie de delirio y completo frenesí que le llevaron a hacer muchas cosas condenables. Creó un cisma en el seno de la comunidad de los seguidores del Sabio, y la separación resultante aumentó su resentimiento. Fue por culpa de Devadatta que la cima de la Montaña del Buitre se desprendió y una gran roca rodó por la ladera con gran ímpetu y, aunque dirigida contra el Sabio, no llegó a herirle porque se fraccionó en dos partes antes de alcanzarle. También en el camino real, Devadatta soltó un gran elefante que desmandado produjo un rumor sordo como el trueno en las nubes del fin del mundo y como la violencia del viento en el cielo en una noche oscura y sin luna. El gran elefante embistió hacia el Señor con intenciones asesinas, y el pueblo lloró y alzó las manos hacia el cielo.
Pero sin inmutarse, el Señor siguió por su camino, recogido, impasible y sin albergar ningún temor. Su amor le hacía compasivo hacia todo ser viviente y, además, estaba protegido por los dioses que con amor devoto le seguían de cerca. Y así ni siquiera aquel gran elefante pudo tocar al Sabio que con calma proseguía su camino. Los monjes mendicantes que acompañaban al Buda huyeron precipitadamente de su lado, aún cuando el elefante se hallaba lejos de El. Sólo Ananda permaneció a su lado. Pero cuando el elefante llegó cerca del Buda, el poder espiritual del Sabio le hizo recobrar sus sentidos, induciéndole a refrenar su ímpetu y colocar su gran cabeza en el suelo como una gran montaña cuyo laderas hubiesen sido alcanzadas por un rayo. Y entonces el Sabio, con lo bien formados dedos de su mano, hermosa y suave como una flor de loto, acarició la cabeza del elefante como la luna acaricia con sus rayos a las nubes. Y Devadatta, tras haber hecho en su maldad otras muchas cosas perversas, se hundió en las regiones inferiores detestado por todos, tanto por reyes como por otros muchos hombres.
13 La predicción de la muerte
Años después, el Señor se hallaba en Vaisali, a orillas del estanque de Markata. Estaba allí sentado bajo un árbol en deslumbrante majestad cuando se le apareció Mará y le dijo: «Hace tiempo, a orillas del río Nairañjana, inmediatamente después de tu Iluminación, te dije: ¡Oh Sabio!, has hecho lo que debía ser hecho. Entra ahora en el Nirvana. Pero tú me contestaste: No entraré en el Nirvana final hasta que no haya dado seguridad a los afligidos y les haya hecho librarse de sus impurezas. Ahora, que muchos han sido salvados, otros desean ser salvados, y otros también serán salvados. Es apropiado, que ahora entres en el Nirvana final.»
Al oír aquellas palabras, el supremo Sabio respondió: «Dentro de tres meses entraré en el Nirvana final. No seas impaciente, Mará, y espera aún un poco.»
Y aquella promesa convenció a Mará de que su deseo sería satisfecho muy pronto, por lo que exultante y jubiloso partió de allí.
Los tathagatas tienen el poder de vivir hasta el fin del aeón, pero el Gran vidente entró entonces en un trance con tanta fuerza de concentración que abandonó la vida física que aún le era debida, si bien después continuó viviendo por algún tiempo en una forma única gracias a la potencia de su gran y milagroso poder psíquico. Y en el momento que eligió para renunciar a su derecho de vivir hasta el fin del aeón, la tierra se estremeció como una mujer ebria, y de todos los lugares del cielo cayeron sobre ella grandes columnas de fuego. Los truenos de Indra retumbaron sin cesar por todos los lugares acompañados de grandes destellos. Surgieron llamas por todas partes, como si el fin del mundo, con sus conflagraciones universales, hubiese llegado. Las cimas de montañas se desplomaron sepultando gran número de árboles quebrados por la violencia del choque. Podía oírse un terrible redoblar de tambores celestes tronando en el cielo, causando un rumor como el que causa el viento huracanado cuando penetra en las profundas simas. Y tras aquella gran conmoción que afectó en la misma forma al mundo de los humanos, a los cielos y el firmamento, el Gran Sabio emergió de su profundo trance y pronunció las siguientes palabras: «Ahora que he renunciado a mi derecho de vivir hasta el fin del aeón, mi cuerpo debe deslizarse por su propia inercia, como un carro cuyas ruedas han sido quitadas del eje. Junto con mis años futuros he quedado libre de las ligaduras de la reencarnación, como un pájaro que rompiendo el cascarón sale del huevo.»
Y cuando Ananda vio aquella gran conmoción del mundo, su cabellos se erizaron, tembló y perdió su habitual serenidad, y preguntó al Omnisciente qué ocurría y la razón y la causa de todos aquellos hechos. Y el Sabio le respondió diciendo: «Este gran terremoto significa que yo he renunciado a los restantes años de vida que aún me son debidos. Por tres meses más, a partir de hoy, sostendré mi vida.»
Y al oír aquella respuesta Ananda se conmovió profundamente y las lágrimas fluyeron de sus ojos como la resina fluye de un árbol de sándalo cuando un poderoso elefante lo parte.
14 Las despedidas finales y la muerte
Tres meses después, el Gran Sabio volteó su cuerpo, contempló la ciudad de Vaisili y dijo: «¡Oh Vaisili!, esta es la última vez que te veo porque ahora parto para el Nirvana.»Luego se trasladó a Kusinagara, se bañó en el río y dijo a Ananda: «Arregla un lecho para mí entre aquellos dos árboles de sal mellizos. En el curso de esta noche el Buda entrará en el Nirvana.»
Y cuando Ananda oyó aquellas palabras, sus ojos se cubrieron de lágrimas, pero preparó el lugar de reposo final para el Sabio, y luego, entre lamentos, regresó para decirle que había hecho cuanto le indicara.
Con pasos mesurados, el Mejor de los Hombres caminó hacia su último lugar de descanso, sin que le quedaran de reserva nuevos retornos a la vida, sin que le esperaran ulteriores sufrimientos. Y a la vista de sus discípulos se acostó en el lecho preparado por Ananda, reclinado sobre su lado derecho, con la cabeza apoyada en su mano y con las piernas cruzadas una sobre otra.
Y en aquel momento los pájaros enmudecieron y quedaron quietos como si estuvieran sumidos en un trance; el viento dejó de mover las hojas de los árboles, y de las ramas caían flores como si fuesen lágrimas.
En su compasión, el Omnisciente, una vez reclinado sobre su último lugar de reposo, dijo a Ananda, que en todo momento se hallaba profundamente turbado y cubierto de lágrimas: «El tiempo ha llegado para que yo entre en el Nirvana. Ve y díselo a los mallas, porque ellos se lamentarán luego si ahora no son testigos del Nirvana.» Y Ananda, casi desmayado de tristeza, obedeció la orden y comunicó a los mallas que el Sabio se hallaba reclinado en su lecho final.
Los mallas, con sus rostros cubiertos de lágrimas, llegaron para ver el Sabio, le rindieron homenaje y luego, con la angustia en sus mentes, se mantuvieron a su alrededor. Entonces el Sabio les habló como sigue: «En la hora del gozo no es apropiado entristecerse. Vuestro desconsuelo es completamente inapropiado y deberíais recobrar vuestra compostura. La meta, tan difícil de alcanzar, que durante tantos aeones he deseado conseguir, ahora por fin está cerca. Y cuando esta meta se alcanza, es decir, la ausencia de tierra, agua, fuego, viento o éter; la bienaventuranza inmutable, el estar más allá de todos los objetos de los sentidos, el gozar de una paz que nadie puede arrebatar, el obtener la cosa más elevada que existe y vosotros lo oís y sabéis que ninguna reencarnación lo amenaza/ y que nada allí puede morir, ¿cómo es posible que la tristeza invada vuestras mentes? En Gaya, en la época que obtuve la iluminación, me libré de las causas de la reencarnación, que no es otra cosa un nido de víboras venenosas. Pero ahora se acerca el momento en el que también me libraré de este cuerpo, la morada de los actos acumulados en el pasado. Y ahora que por fin este cuerpo, morada de tanto mal, está en el camino de la desaparición, ahora que por fin los temibles peligros de la reencarnación están a punto de extinguirse, ahora que por fin emerjo del vasto e interminable sufrimiento, ¿es el momento de que vosotros os entristezcáis?».
Así habló el Sabio a la tribu de los shakyas, y el trueno de su voz contrastó extrañamente con la calma profunda con la que él se enfrentaba a su partida. Y todos los mallas sintieron el deseo de responder, pero fue dejado que el más anciano de todos ellos alzara la voz y dijera: «Todos vosotros lloráis, pero ¿existe alguna causa real para la tristeza? Debemos ver al Sabio como a un hombre que ha escapado de una casa ardiendo. Incluso los dioses desde lo alto lo ven así, ¡cuánto más nosotros los hombres! Pero que este hombre poderoso, este Tathagata, una vez haya ganado el Nirvana quede fuera del alcance de nuestra vista esto es precisamente lo que nos causa tristeza. Cuando aquellos que viajan por un desierto lleno de amenazas pierden a su hábil guía, ¿no se quedarán profundamente turbados? La gente que regresa pobre tras haber descubierto una mina de oro resulta ridícula, y del mismo modo aquellos que han visto el gran Maestro, al Sabio, al Omnisciente en persona, en su persona real, debieran guardar algo del logro espiritual que han alcanzado.»
Y uniendo sus manos como hijos en presencia de su padre los mallas hablaron así por boca del más anciano de ellos. Y el Mejor de los Hombres, deseando su bienestar y tranquilidad les dijo: «Es ciertamente un hecho que la salvación no puede llegar por la simple contemplación de mi persona. Exige grandes esfuerzos en la práctica del yoga. Pero si alguien ha comprendido bien mi Dharma, entonces estará libre de la cadena del sufrimiento, incluso si nunca ha puesto su mirada en mí. Un enfermo debe tomar la medicina para curarse, porque la simple visita de un médico no basta. Del mismo modo la simple vista de mi persona no permite a nadie que conquiste el dolor. Para ello tendrá que meditar por su cuenta sobre el conocimiento que yo he comunicado. Si se controla a sí mismo, cualquier hombre podrá vivir tan lejos de mí como quiera, y si ciertamente ve mi Dhanna, entonces también ciertamente me ve a mí. Pero si descuida luchar en calma concentrada por alcanzar las cosas más elevadas, entonces, aunque viviera junto a mí, estaría muy lejos de mí. Por ello, os digo que seáis fuertes, que perseveréis y que controléis vuestras mentes. Haced buenas obras y tratad de alcanzar la plenitud mental, pues la vida está continuamente sacudida por toda clase de sufrimientos, como la llama de una lámpara por el viento.»
Y de aquella forma el Sabio, el mejor de todos aquellos que viven, fortificó las mentes de los mallas. Pero sin embargo las lágrimas seguían brotando de sus ojos y turbados en sus mentes regresaron a Kusinagara. Cada uno de ellos se sentía desvalido y sin protección, como si tuviesen que vadear el cauce de un río profundo por sus propios medios.
Y luego el Buda se volvió hacia sus discípulos y les dijo: «Todo tiene su fin, aunque dure un entero aeon. La ahora de nuestra separación está llegando. He hecho lo que he podido hacer, tanto para mí como para otros. Permanecer aquí de ahora en adelante no tendría ningún propósito. He disciplinado, en el cielo y en la tierra, a todos aquellos que podía disciplinar, y les he colocado en el buen curso. De ahora en adelante mi Dharma, ¡oh monjes!, habitará de generación en generación entre los seres vivos. Por lo tanto reconoced la verdadera naturaleza del mundo viviente, y no sintáis ansiedad, porque no existe ninguna posibilidad de evitar la separación.
Reconoced que todo cuanto vive está sujeto a esta ley, y luchad, de hoy en adelante, para que así no lo sea nunca más. Cuando la luz del conocimiento ha disipado la oscuridad de la ignorancia, cuando toda existencia es vista como sin sustancia, la paz permanece cuando la vida se acerca a su fin, porque parece como si finalmente uno se curara de una larga enfermedad. Todo, tanto lo estático como móvil, esta destinado a perecer. Sed pues conscientes y vigilantes. Y ahora el tiempo para mi entrada en el Nirvana ha llegado ya. Estas son mis últimas palabras.»
Y entonces, supremo en su total dominio de los trances, en aquel mismo momento entró en el primero de ellos, emergió de él y pasó al segundo y así, en su orden, pasó por todos ellos sin omitir ninguno. Y cuando hubo ascendido y pasado por los nueve estadios del logro meditativo, el Gran Vidente recorrió todo el proceso a la inversa y regresó de nuevo al primer trance, emergió de éste y una vez más ascendió paso a paso al cuarto trance. Y cuando emergió de aquel proceso se encontró cara a cara con la paz eterna.
Y cuando el Sabio entró en el Nirvana, la tierra tembló como un barco zarandeado por la tormenta, y columnas de fuego cayeron del firmamento. Los cielos quedaron iluminados por el fuego sobrenatural, que ardía sin combustible, sin humo, sin ser avivado por el viento.
Truenos aterradores retumbaron sobre la tierra, y vientos violentos surgieron del firmamento. Desapareció la luz de la luna, y pese a que el cielo estaba limpio de nubes, una oscuridad sobrecogedora se extendió por doquier. Los ríos, como si se encontrasen llenos de dolor, fueron invadidos por hirvientes aguas. Hermosas flores brotaron fuera de tiempo en los árboles que cobijaban al Sabio y que se inclinaron cubriendo su dorado cuerpo con ellas.
Como muchos otros dioses, los Nagas de cinco cabezas permanecieron inmóviles en el cielo, sus ojos enrojecidos por la tristeza, su cabezas cubiertas, sus cuerpos retraídos con gran devoción contemplando el cuerpo yaciente del Sabio. Pero por estar bien afirmados en el Dharma supremo, los dioses reunidos en tomo al rey Vaishravana no mostraron tristeza ni derramaron lágrimas, tan grande era su unión al Dharma. Los dioses de la Pura Mansión, aunque tenían en gran reverencia al Gran Bidente, permanecieron compuestos y sus mentes no fueron afectadas porque tenían las cosas de este mundo como despreciables. Los reyes de los Gandharvas y Nagas, así como los Yakashas y los Devas que se alegran en el Dharma verdadero, todos ellos permanecieron en el cielo lamentándose y absortos en un gran desconsuelo. En cambio, las legiones de Mará sintieron que habían conseguido el deseo de sus corazones. Llenos de gozo lanzaron grandes carcajadas, bailaron, silbaron como serpientes y triunfantes hicieron gran ruido batiendo tambores, gongs y otros instrumentos. Y el mundo, cuando el Príncipe de los Videntes partió hacia el más allá, se transformó como una montaña cuya cima hubiese sido sacudida por el rayo, o como un cielo sin luna, o como un estanque cuyas flores de loto hubiesen sido quemadas por la helada, o como el estudio ineficaz por falta de riqueza.
15 Las exequias y el reparto de las reliquias
Aquellos que se habían librado de sus pasiones vertieron lágrimas; la mayoría de los monjes mendicantes perdieron su compostura y sintieron gran tristeza; y únicamente aquellos que habían completado el círculo no la perdieron, porque sabían bien que es la naturaleza de las cosas el desaparecer.
A su debido tiempo los mallas recibieron la noticia. Como grullas perseguidas por un halcón se desbandaron bajo el impacto de la calamidad y exclamaron en su desconsuelo: «¡Ah, el Salvador!». Y luego, abrazando sus poderosas armas colocaron al Vidente en un valioso catafalco de marfil con incrustaciones de oro. Después celebraron las ceremonias propias de la ocasión y le honraron con muchas guirnaldas y con los más valiosos perfumes. Y posteriormente, con celo y devoción, todos alzaron el catafalco. Muchachas esbeltas, con pulseras en su pies y las uñas de los dedos pintadas, sostuvieron un valiosísimo parasol sobre el catafalco que era como una nube con reflejos de luz. Algunos hombres sostuvieron parasoles con guirnaldas blancas, mientras que otros agitaban abanicos con mangos de oro.
Con acompañamiento de música, los mallas lentamente cargaron el catafalco, sus ojos enrojecidos como los de los toros bravos. Salieron de la ciudad por la puerta de Naga, cruzaron el río Hiranyarate, y luego continuaron hasta el santuario de Mukutaa, donde erigieron una pira. Maderas y hojas olorosas, de aloe y sándalo, fueron depositadas sobre la pira. Finalmente colocaron el cuerpo del Sabio sobre ésta. Tres veces trataron de prenderle fuego, pero no lo consiguieron porque Kashyapa el Grande, cuya mente albergaba pensamientos puros, deseaba ardientemente contemplar los restos del sagrado cuerpo del difunto y venía por el camino. Era a causa de su mágico poder que el fuego no prendía en la pira. Pero en cuanto el monje se acercó con rápidos pasos, ansioso por ver al Maestro una vez más, e inmediatamente después de que hubo rendido su homenaje, el fuego surgió espontáneamente en la pira y muy pronto consumió la piel del Sabio, su carne, su cabello y sus miembros. Pero pese a que había gran cantidad de combustible y un viento favorable, el fuego no consumió sus huesos. Estos, a su debido tiempo, fueron depositados en urnas de oro en la ciudad de los mallas, que cantaron en su honor: «Estas urnas contienen las reliquias de gran virtud, como las montañas contienen metales preciosos. Ningún fuego dañará estas reliquias de gran virtud, como no arde el reino de Brahmán aunque todo el resto sea consumido. La textura de estos huesos conserva su amor y el fuego de la pasión carece de fuerza para quemarlos. El poder de la devoción lo ha preservado y aunque estén como están, fríos, ellos caldean nuestros corazones.»
Durante algunos días adoraron las reliquias en la forma debida y con la mayor devoción. Luego uno tras otro, llegaron embajadores de los siete reinos vecinos a la ciudad y solicitaron una parte de las reliquias. Pero los mallas, pueblo orgulloso y a la vez movidos por su estima a las reliquias, se negaron a dárselas y estaban incluso dispuestos a luchar con las armas por conservarlas. Entonces los siete reyes, como los Siete Vientos, llegaron a Kusinagara encolerizados y sus fuerzas eran como la corriente del Ganges desbordado.
Por fin prevalecieron los sabios consejos, y los mallas dividieron devotamente las reliquias de Aquél que había entendido la vida, en ocho partes. Conservaron una parte para ellos, y entregaron las otras siete a los siete reyes, una para cada uno. Y estos reyes así honrados por los mallas regresaron a sus reinos gozosos por haber alcanzado sus propósitos, y allí, con ceremonias apropiadas, erigieron monumentos para las reliquias del Vidente.
Sermones, diálogos, parábolas y discursos del Buda (Selección)
16 Sobre las enseñanzas del Buda
Los sermones, diálogos, parábolas y discursos del Buda son muy numerosos en la literatura búdica de todas las escuelas, pero muchos de ellos, aunque atribuidos al Maestro, no son auténticas expresiones suyas, sino reconstrucciones hechas por budistas posteriores que engloban enseñanzas expuestas para justificar las doctrinas defendidas por las escuelas que en tales textos se exponen.
La selección recogida en las páginas siguientes ha sido hecha con el criterio de presentar aquellas manifestaciones del Maestro que todas las escuelas posteriores aceptan como auténticas expresiones de lo que el Buda enseñaba a sus discípulos.
17 El sermón del fuego
En cierta ocasión el Buda, tras haber vivido en Uruvela por algún tiempo, se dirigió hacia Gayasirsa acompañado por un gran número de monjes mendicantes, mil en número. Y ocurrió que, a poco de haberse establecido en Gayasirsa, estalló un gran incendio en los bosques de las colinas cercanas. Contemplando aquel incendio, el Buda se dirigió a sus monjes y les dijo: «Todas las cosas, ¡oh monjes!, estás incendiadas. ¿Y cuál, ¡oh monjes!, son las cosas que están incendiadas? El ojo ¡oh monjes! está incendiado; las formas visibles están incendiadas; las impresiones recibidas por el ojo están incendiadas; y todas las sensaciones, agradables y desagradables o indiferentes que tengan su origen en las impresiones recibidas por el ojo están incendiadas.»¿Y con qué están estas cosas incendiadas? Os digo, ¡oh monjes! que están incendiadas con el fuego de la pasión, con el fuego del odio, con el fuego de la vanidad, del nacimiento, de la vejez, de la muerte, de la pena, de los lamentos, de la miseria, de la desesperación y del dolor están incendiadas.» E1 oído está incendiado; los sonidos están incendiados; la nariz está incendiada; los olores están incendiados; la lengua está incendiada; el gusto está incendiado; el cuerpo está incendiado; las cosas tangibles están incendiadas; la mente está incendiada; las ideas están incendiadas; las impresiones recibidas por la mente están incendiadas; y cualquier sensación agradable o desagradable o indiferente, tanto si surge de la mente como si tiene otro origen, está incendiada.»¿ Y con qué están estas cosas incendiadas? Yo os lo diré: con el fuego de la pasión, con el fuego del odio, con el fuego de la vanidad, con el nacimiento, la vejez, la muerte, la pena, los lamentos, la miseria, el dolor y la desesperación están incendiadas.»
«Percibiendo esto, ¡oh monjes!, el discípulo inteligente y noble concibe una aversión por el ojo, concibe una aversión por las formas, concibe una aversión por las impresiones recibidas por el ojo; y por cualquier sensación agradable o indiferente, tanto si surge de la mente como si tiene otro origen también el discípulo inteligente sentirá aversión. Y el discípulo noble e inteligente concibe aversión por el oído, concibe aversión por los sonidos, concibe aversión por la nariz, concibe aversión por los olores, concibe aversión por la lengua, concibe aversión por el gusto, concibe aversión por el cuerpo, concibe aversión por las cosas tangibles, concibe aversión por la mente, concibe aversión por las ideas, concibe aversión por la conciencia, concibe aversión por las impresiones recibidas por la mente, y cualquier sensación agradable o indiferente, tanto si surge de la mente como si tiene otro origen, también por esto concibe aversión. Y concibiendo aversión, se ve libre de pasión, y por la ausencia de pasión, se hace libre, y cuando es libre se percata de que es Ubre y sabe que las reencarnaciones han terminado para él, sabe que ha vivido una vida santa, que ha hecho lo que debía hacer, y que ya no está más en este mundo.»
18 La fuerza del perdón
En cierta ocasión el Bendito se dirigió a sus discípulos y les dijo: «Hubo un tiempo en el que vivía en Benarés un poderoso rey llamado Brahmadatta de Kashi que declaró la guerra a Dirgheti, el rey de Kosala, pues pensó: el reino de Kosala es pequeño y Dirgheti no podrá resistir a mis ejércitos.» Y Dirgheti, en efecto, viendo que toda resistencia era imposible frente a las inmensas huestes del rey de Kashi, huyó dejando su pequeño reino en manos de Brahmadatta. Y tras haber peregrinado de un lugar a otro, llegó por fin a Benarés y se estableció allí con su esposa, en la casa de un alfarero que vivía en las afueras de la ciudad.» Poco tiempo después la reina le dio un hijo, a quien pusieron por nombre Dirghayu.»Cuando Dirghayu alcanzó la mayoría de edad, el rey, su padre, pensó: el rey Brahmadatta nos ha hecho mucho daño y sin duda teme nuestra venganza, por lo que nos buscará y nos matará. Si nos encuentra aquí nos asesinará. Y así, por temor a aquella amenaza, decidió alejar de allí a su hijo, quien más tarde, tras haber recibido de su padre una esmerada educación se aplicó con diligencia a aprender todas las artes, llegando a ser muy hábil y sabio.»En aquella época, el barbero del rey Dirgheti vivía en Benarés. Y como era un hombre de naturaleza avariciosa, le traicionó, revelando donde estaba al rey Brahmadatta.»Y cuando Brahmadatta, el rey de Kashi, supo que el fugitivo rey de Kosala vivía con su esposa, desconocido y disfrazado, una vida tranquila en la casa de un alfarero de Benarés, ordenó que él y la reina fuesen apresados y ejecutados. Y el jefe de la guardia a quien había dado aquella orden fue a casa del alfarero y apresó al rey Dirgheti y a su esposa y les condujo al lugar de las ejecuciones.»Pero cuando el rey cautivo era conducido por las calles de Benarés, vio a su hijo que había regresado a la ciudad para visitar a sus padres. Y entonces, con gran cuidado para no revelar la presencia de aquél a sus opresores pero, al mismo tiempo, deseoso de comunicarle sus últimos deseos y consejos, exclamó en alta voz: ¡Oh Dirghayu hijo mío! ¡No mires lejos, no mires cerca porque no por medio del odio es el odio vencido! El odio es vencido sólo renunciando al odio.»Luego el rey de Kosala fue ejecutado cruelmente Junto a su esposa la reina y sus cadáveres quedaron bajo la vigilancia de los guardias.
Pero Dirghayu compró un vino muy fuerte y lo ofreció a los guardias y así consiguió que se sumieran en un profundo sueño a causa de la ebriedad que les causó el vino. Y entonces, al llegar la noche, Dirghayu rescató los cadáveres de sus padres y los llevó a una pira funeraria y allí los incineró con todos los honores y ritos religiosos.»Y cuando el rey Brahmadatta fue informado de aquel hecho, sintió un gran temor y pensó: Dirghayu, el hijo del rey Dirgheti, para vengar la muerte de sus padres aprovechará cualquier ocasión que le sea propicia para asesinarme.»Mientras tanto el joven Dirghayu, tras haber llorado desconsoladamente retirado en un bosque, secó sus lágrimas y regresó a Benarés. Allí supo que se necesitaban mozos para trabajar en el establo de los elefantes reales, y ofreció sus servicios al cuidador de los elefantes y logró ser contratado para realizar aquel trabajo.»Y ocurrió poco tiempo después que una noche el rey Brahmadatta oyó una dulce voz que, en la oscuridad y acompañada por la música de un laúd, entonaba una hermosa canción que alegró el corazón del rey Y tras haber preguntado a sus asistentes quien era el que así cantaba, le fue dicho que el cuidador de los elefantes reales tenía a su servicio a un joven de grandes virtudes, querido por todos sus compañeros. "Es un joven", -dijeron al rey-, "aficionado a tañer el laúd y el debe ser sin duda el que con su canción ha alegrado el corazón del rey".
»Entonces el rey ordenó que aquel joven fuese llevado a su presencia, y cuando estuvo ante él se sintió muy complacido por su aspecto y modales, y le dio inmediatamente un empleo en el palacio real. Y a medida que pasaban los días, el rey observaba con que prudencia el joven se comportaba, que modesto era y con qué dedicación y esmero cumplía todos sus deberes. Y así el rey no tardó mucho en dar a Dirghayu una posición de confianza en la corte.
»Y ocurrió que un día el rey salió de caza, y durante la cacería quedó separado de su séquito permaneciendo únicamente en compañía del joven Dirghayu, pues este le acompañaba como su auriga. Y el rey, cansado de la cacería, ordenó a Dirghayu que detuviera el carro y apoyó su cabeza en el regazo del joven y se durmió.
»Y entonces Dirghayu pensó:
»Este rey Brahmadatta nos ha hecho mucho daño, porque no sólo nos robó nuestro reino sino que también asesinó a mi padre y a mi madre. Y ahora está completamente en mi poder.
»Y pensando así desenvainó su espada.
»Pero entonces Dirghayu recordó las últimas palabras de su padre:
»No mires lejos, no mires cerca porque no por medio del odio es el odio vencido. El odio es vencido sólo renunciando al odio, »Y pensando en aquellas palabras, el joven volvió a envainar su espada.
»El rey, mientras tanto, se agitaba en su sueño y por fin se despertó. Y cuando el joven Dirgharyu le preguntó porqué se había agitado tanto durante el sueño, el rey le respondió:
»Siempre duermo con inquietud porque con mucha frecuencia sueño con el joven Digharyu y le veo que se acerca a mí armado con una espada para matarme. Y mientras dormía ahora aquí con mi cabeza apoyada en tu regazo, he tenido de nuevo ese horrible sueño y me he despertado lleno de terror y de alarma.»
»Y entonces, el joven Digharyu, apoyando su mano izquierda sobre la cabeza del indefenso rey y desenvainando con su mano derecha la espada dijo:
»Yo soy Digharyu, el hijo del rey Dirgheti a quien tu robaste su reino y a quien asesinaste junto a su esposa la reina, mi madre. La hora de mi venganza ha llegado.
»El rey, entonces, viéndose a la completa merced del joven Dirghayu, alzó sus manos y exclamó:
"¡Concédeme la vida, querido Digharyu."
Y Digharyu le respondió sin amargura ni mala voluntad:
»¿Cómo puedo concederte la vida, ¡oh rey!, cuando es mi propia vida la que peligra por tu causa? Eres tú, ¡oh rey!, quien debe concedérmela a mí."
»Y el rey contestó entonces: "Muy bien, querido Digharyu. Concédeme tú a mí mi vida y yo te concederé a ti tu vida".
»Y así el rey Brahmadatta de Kashi y el joven Digharyu se concedieron la vida uno al otro. Y el rey fue fiel a su palabra.
»Y más tarde, el rey Brahmadatta de Kashi preguntó al joven Digharyu:
»Por qué tu padre en la hora de su muerte te dijo aquello de no mires lejos, no mires cerca porque no por medio del odio es el odio vencido. ¿El odio es vencido sólo renunciando al odio? ¿Qué quiso decirte con tales palabras?"
«Y el joven Digharyu respondió:
»Cuando mi padre, ¡oh rey!, dijo en la hora de su muerte no mires lejos, quiso decirme que no dejase que el odio permaneciese en mí. Y cuando dijo no mires cerca, quiso decirme que no me precipitara en romper con mis amigos. Y cuando dijo que no por medio del odio es el odio vencido quiso decirme esto: Tú, ¡oh rey!, me habíais privado de mi padre y de mi madre. Pero si yo a mi vez te privaba a tí de tu vida, sin duda tus partidarios me hubiesen privado a mí de mi vida, y mis partidarios hubiesen a su vez privado a los tuyos de sus vidas. De este modo, a causa del odio, el odio no hubiese sido nunca vencido. En cambio ahora, ¡oh rey!, tu me has concedido a mí mi vida y yo te he concedido a ti tu vida, y así el odio ha sido vencido renunciando al odio."
»Y entonces el rey Brhamadatta de Kashi pensó: »Qué inteligente es este joven Digharyu al ser capaz de comprender el significado de lo que su padre le dijo en forma tan confusa. Y entonces restituyó el reino de su padre a Digharyu y le dio además a su propia hija como esposa.»
Y tras haber concluido el relato, el Bendito dijo también a sus discípulos:
«¡0h monjes mendicantes!: Si la dulzura y paciencia de los reyes que empuñan el cetro y la espada es así, mucho más vuestra luz debe brillar ante el mundo para que vosotros que habéis abrazado la vida religiosa según la bien enseñada doctrina seáis vistos como pacientes y dulces. Por ello, ¡oh monjes mendicantes!, dejad los altercados, las discusiones, la desunión y las riñas.»
19 El valor de la vida
En cierta ocasión dos reyes estaban a punto de enzarzarse en una terrible y sanguinaria guerra a causa de un desacuerdo surgido entre ellos por el control de las aguas de un río. Mas cuando estaba a punto de comenzar la batalla, de pronto apareció ante los reyes el Buda y preguntó por la causa de aquel conflicto. Una vez informado detalladamente sobre las razones de la disputa, el Iluminado preguntó a los reyes:
«Decidme, ¡oh reyes!, ¿tiene la tierra algún valor intrínseco?» Y los reyes le contestaron:
«La tierra no tiene ningún valor intrínseco.»
Y entonces el Buda volvió a preguntar:
«Decidme, ¡oh reyes!, ¿tiene el agua algún valor intrínseco?»
Y los reyes le contestaron:
«El agua no tiene ningún valor intrínseco.»
Y entonces el Buda preguntó por tercera vez:
«Decidme, ¡oh reyes!, ¿tiene la sangre de los reyes algún valor intrínseco?»
Y los reyes le contestaron al unísono:
«La sangre de los reyes es de un valor inestimable.»
Y el Iluminado dijo entonces:
«¿Por qué aquello que es de inestimable valor debe ser arriesgado a cambio de aquello que no tiene valor?»
Y ante aquellas palabras, los irritados monarcas comprendieron la sabiduría del razonamiento del Buda y abandonaron su querella.
20 La parábola del grano de mostaza
En cierta ocasión el Buda recibió la visita de una mujer desconsolada por la pérdida de su hijo. Su nombre de familia era Gotami, pero debido a que se cansaba fácilmente todos la llamaban la Frágil Gotami.
Había reencarnado en Savatthi, en el seno de una familia sumida en la pobreza. Cuando alcanzó la edad apropiada, la casaron y se fue a vivir a la casa de los padres de su marido. Allí, por ser ella hija de una familia pobre, la trataban con desprecio. Algún tiempo después Gotami tuvo un hijo, y a partir de entonces los parientes de su marido la trataron con mayor respeto.
Sin embargo, cuando el niño hubo alcanzado la edad de jugar y moverse por sí solo de un lado a otro, de repente murió. Una gran pena se apoderó de Gotami, agravada por un pensamiento que la atormentaba. Se decía a sí misma: «A partir del nacimiento de mi hijo yo, a quien antes todos me negaban un trato de honor y de respeto en esta casa, empezaron a tratarme respetuosamente. Pero ahora es posible que esta gente me quiera incluso echar de este hogar». Movida por esta preocupación, Gotami cogió al cadáver de su hijo en brazos y se fue de la casa pensando: «Buscaré una medicina que cure a mi hijo».
Pero la gente con la que se encontraba y a los que pedía aquel remedio le decían: «¿Dónde has visto tú una medicina que cure a los muertos?» Y al decir aquellas palabras se reían de ella con desprecio.
Gotami, en su ignorancia, no comprendía cuanto le decían. Pero ocurrió que cierto hombre que la vio comportarse de aquella manera pensó para sí: «Esta mujer se ha debido volver loca por la pena que le ha causado la muerte de su hijo. Nadie podrá darle una medicina para curar su mal, nadie salvo Aquél que posee las Diez Fuerzas.» Y entonces dijo a Gotami: «Mujer, en cuanto a la medicina para tu hijo, nadie hay que la conozca salvo el Poseedor de las Diez Fuerzas, el hombre más distinguido del mundo de los hombres y del mundo de los dioses, un hombre que reside en aquel monasterio cercano. Ve y pídele a él la medicina».
«Este hombre me ha dicho la verdad», pensó Gotami, y cargando el cadáver de su hijo en los brazos fue al monasterio. Y cuando el Buda tomó asiento en el lugar que solía ocupar para enseñar a sus discípulos, Gotami se acercó al corro que estos formaban en tomo de él y desde allí dijo:
«¡Oh nobilísimo Señor, dame una medicina para mi hijo!»
Y el Maestro, viendo que aquella mujer estaba madura para ser convertida a la Verdad, le respondió:
«Has hecho bien, Gotami, en venir aquí en busca de la medicina. Te diré lo que has de hacer ahora para encontrarla. Ve a la ciudad y recórrela casa por casa hasta que encuentres una en la que nunca nadie haya muerto. Y cuando la halles, pide en ella que te den unos pocos granos de mostaza. Eso será la medicina que buscas.»
«Muy bien, reverendo Señor», contestó ella. Y con el gozo en el corazón entró en la ciudad y en la primera casa que encontró llamó a la puerta y dijo a los que salieron a recibirla: «El Poseedor de las Diez Fuerzas me ha ordenado que consiga unos pocos granos de mostaza para dárselos como medicina a mi hijo.»
«Muy bien, Gotami», le respondieron, y le trajeron un puñado de granos de mostaza. Pero antes de tomarlos ella dijo: «Quiero saber si en esta casa ha muerto alguien alguna vez, porque no puedo tomar los granos de mostaza de ninguna casa en la que alguien haya muerto.»
«¿Qué es lo que dices, Gotami?» le respondieron. «En esta casa es imposible incluso contar el número de los que en ella han muerto.»
«Entonces no tomaré vuestros granos de mostaza», respondió Gotami. «El Poseedor de las Diez Fuerzas me ha dicho que no acepte granos de mostaza en ninguna casa donde alguien hubiese muerto alguna vez.»
Luego Gotami fue a la segunda casa, y a la tercera, y a la cuarta, y a muchísimas otras casas sin encontrar ninguna en la que no hubiese habido nunca algún muerto. Y tras haber visitado muchas casas, Gotami pesó para sí: «Esta debe ser la situación en toda la ciudad, y esto es sin duda lo que el Buda, lleno de compasión por la humanidad, ha debido ver y saber».
Y entonces Gotami, llena de emoción, salió de la ciudad con su hijo en los brazos y se dirigió al lugar donde los cadáveres eran incinerados. Y una vez allí dijo: «Querido hijito mío, yo creía que tú sólo habías sufrido eso que los hombres llaman la muerte, pero no eres tú sólo quien has sufrido la muerte». Y tras haber dicho aquellas palabras, Gotami depositó el cuerpo de su hijo en la pira funeraria y luego exclamó:
«¡No hay ninguna ley, no hay más ley en el mundo de los dioses y de los hombres que la ley que hace transitorias todas las cosas!»
Luego Gotami regresó junto al Maestro y le rindió homenaje. Y él le preguntó: ¿Has encontrado, Gotami, los granos de mostaza?» Y ella respondió: «No los he encontrado y la gente de la ciudad me ha dicho que los vivos son pocos pero que los muertos son muchos». Y entonces el Maestro respondió: «Creíste que tu sola habías perdido un hijo, pero no es así, porque la ley de la muerte establece que para todas las criaturas vivientes no existe la permanencia». Y Gotami entonces le pidió que le concediera un refugio a su lado.
21 La parábola de la flecha envenenada
En cierta ocasión el monje mendicante Malunkyaputta, mientras se hallaba sumido en una profunda meditación, pensó para sí:
«El Bendito ha dejado sin explicar, puesto aparte o rechazado algunas teorías que a mí me interesan. No ha explicado si el mundo es eterno o si no es eterno; no ha explicado si el mundo es finito o infinito; no ha explicado si el cuerpo y el alma son idénticos, o si el cuerpo es una cosa y el alma otra; no ha explicado si el santo existe después de la muerte o si no existe después de la muerte, o si existe y no existe después de la muerte. Todas estas cosas el Bendito no las ha explicado, y a mí esta falta de explicaciones no me gusta, por lo que me acercaré a él y le preguntaré.»
Y así, un atardecer, el venerable Malunkyaputta salió de su reclusión y se acercó al lugar donde estaba el Bendito, se sentó respetuosamente a su lado y le dijo:
«Reverendo Señor, se me ha ocurrido mientras estaba sumido en meditación que hay muchas cosas que el Bendito no me ha explicado, cosa que no me complace. Y me he dicho a mí mismo que si el Bendito no me las explica entonces abandonaré la vida de monje mendicante y regresaré a la vida inferior de los laicos.»
Y luego expuso al Buda sus preguntas. Y el Bendito, tras haberle escuchado, le contestó:
«¿Qué te he dicho anteriormente, ¡oh Malunkyaputta!? ¿Te he dicho acaso ven Malunkyaputta, sé mi discípulo, quiero enseñarte si el mundo es no es eterno, si es finito o infinito, si la fuerza vital es idéntica al cuerpo o es distinta, si el Perfecto sobrevivirá o no sobrevivirá después de la muerte, o si el Perfecto después de la muerte sobrevive o no sobrevive al mismo tiempo, o si ni sobrevive ni no sobrevive?»
«Tú no me has dicho nada de eso. Señor», respondió Malunkyaputta.»
Y el Buda entonces le preguntó:
«Pero, ¿me has dicho tú acaso: quiero ser tu discípulo, revélame si el mundo es o no es mortal y todas las demás cosas?»
«Yo no te he dicho eso. Señor», dijo Malunkyaputta.
«Pues entonces», respondió el Iluminado, «te contaré una historia:
«Un hombre fue herido en una batalla por una flecha envenenada e inmediatamente sus amigos y parientes llamaron a un hábil médico para que le curara. ¿Pero qué crees, ¡oh Malunkyaputta! que hubiese ocurrido si el herido hubiese comenzado entonces a decir: No quiero dejar que me curen la herida hasta que no sepa como se llama el hombre que me ha herido, a qué familia pertenece, si es alto, bajo o de mediana estatura, y también quiero saber cómo está hecha el arma con la que me ha herido? ¿Qué crees que hubiese ocurrido, ¡oh Malunkyaputta! si el hombre herido se hubiese comportado así? Yo te lo diré: tal hombre hubiese muerto a causa de la herida.
»Y ahora te diré, ¡oh Malunkyaputta!, porque razón el Buda no ha enseñado a sus discípulos si el mundo es finito o infinito, o si el Santo continuará viviendo después de la muerte. No lo he enseñado porque el conocimiento de tales cosas no contribuye al progreso por la vía de la santidad, porque no sirve para obtener la paz ni la iluminación.
Aquello que sirve para obtener la paz y la iluminación es lo que el Buda ha enseñado a sus discípulos: la verdad sobre el dolor, la verdad sobre el origen del dolor, la verdad sobre la supresión del dolor, la verdad sobre el camino que conduce a la supresión del dolor. Por esta razón, ¡Oh Malunkyaputta!, aquello que no ha sido revelado por mí, permanezca sin revelar, y aquello que ha sido revelado, permanezca revelado.»
22 El mono estúpido
En cierta ocasión el Bendito refirió a sus discípulos:
«En el Himalaya,¡oh monjes!, hay una región en la que abundan los monos. Es allí donde los cazadores ponen trampas para cazarlos, trampas confeccionadas con una brea muy pegajosa que los cazadores colocan en los caminos por donde pasan los monos para que queden pegados en ellas y así poderlos apresar.
»Pero muchos de aquellos monos que no son estúpidos ni avariciosos, cuando ven las trampas toman otro camino, y se mantienen alejados de ellas. Pero cuando un mono estúpido y codicioso se acerca a una de aquellas trampas de brea pegajosa y la toca con una de sus manos, la mano se le queda pegada en la brea. Pero entonces, empeñado en librar la mano en la brea, el mono estúpido mete otra de sus manos en la trampa, y así también su segunda mano queda pegada en la brea. Y entonces, para librar las dos manos apresadas por la trampa, el mono estúpido mete otra de sus manos en la brea y también esta queda pegada en la trampa. Luego el mono estúpido intenta librarse de la trampa metiendo su otra mano en la brea, y al no conseguirlo lo intenta con su morro, que también queda apresado en la trampa. Y así, apresado por cinco puntos de su cuerpo, el mono estúpido queda inmovilizado en la trampa aullando a causa de su desgracia y ruina hasta que el cazador le apresa.
»Así le ocurre, ¡oh monjes!, como al mono estúpido, a todo aquél que concurre a los lugares malos donde no debiera ir porque aquellos que lo hacen, caen en poder de Mará, el Tentador.
»¿Y cuáles son, ¡oh monjes!, esos lugares malos? Son los placeres de los cinco sentidos. ¿Qué cinco sentidos? Las formas materiales que reconoce el ojo; sonidos que reconoce el oído; olores que reconoce la nariz; gustos que reconoce la lengua; objetos que reconoce el cuerpo, deseables, deliciosos placenteros, queridos, cargados de pasión y lujuria.»
23 El elefante y los ciegos
En cierta ocasión algunos de los discípulos del Buda se dirigieron a El y le dijeron:
«Señor, hay aquí, viviendo en el monasterio, muchos ermitaños y estudiosos que disputan entre ellos con frecuencia. ¿Qué opinas tú, Señor, de ellos y de sus disputas?»
Y el Buda les contestó entonces de esta guisa:
«Hermanos, esos hombres que sin cesar disputan entre sí son como los ciegos de cierto episodio que ahora os contaré:
»Ocurrió una vez, que en esta región vivía un rey que dijo a su principal ministro: "Reúne en un mismo lugar a todos los hombres ciegos de nacimiento que vivan en la ciudad y pon en medio de ellos un elefante". "Muy bien, señor", contestó el ministro, e hizo lo que su señor le había ordenado. Y cuando todos los ciegos estuvieron reunidos, les dijo: "Aquí hay un elefante". Y a algunos de los ciegos les hizo palpar con las manos la cabeza del animal, y a otros les hizo palpar las orejas, y a otros les hizo palpar los colmillos, y a otros les hizo palpar las patas, y a otros les hizo palpar el lomo, y a otros les hizo palpar la cola y los pelos que remataban la cola, y a todos les decía mientras palpaban alguna parte del animal: "Esto es un elefante".
»Y luego el rey se dirigió a los ciegos y preguntó a cada uno de ellos:
»"¿Dime, qué clase de cosa es un elefante?" Y entonces los que habían palpado con sus manos la cabeza del elefante le contestaron:
"Señor, un elefante es una cosa como un gran puchero". Y los que habían palpado las orejas del animal: "Señor, un elefante es una cosa como un gran abanico". Y los que habían palpado los colmillos del elefante le dijeron: "Señor, un elefante es una cosa como la reja de un arado". Y los que habían palpado el lomo del elefante dijeron que era como un granero, y los que habían palpado las patas dijeron que era como una columna, y los que habían palpado la cola dijeron que era como una mano de almirez, y los que habían palpado las cerdas de la cola dijeron que un elefante era como una escoba.
»Pero al oír los ciegos las explicaciones que daban sus compañeros al rey sobre lo que era un elefante comenzaron a discutir entre ellos acaloradamente diciendo: "no, un elefante es como digo yo"; y otros decían: "No, estáis equivocados, un elefante es cómo decimos nosotros que lo hemos palpado con nuestras manos", y así la discusión entre los ciegos se hizo muy violenta y algunos llegaron incluso a golpearse con gran regocijo del rey y los cortesanos que contemplaban aquel espectáculo.»
Y el Buda entonces concluyó su relato diciendo: «Así son, ¡oh monjes!, esos que discuten entre sí a causa de diversas opiniones, ciegos que no ven, ciegos que ignoran lo que no es provechoso, que ignoran lo que es provechoso, que no conocen la Ley, que no conocen lo que no es la Ley En su ignorancia son por naturaleza pendencieros, discutidores, que defienden con violencia sus ideas equivocadas».
Las últimas instrucciones a los discípulos
Al final de sus días el Bendito contrajo una gravísima enfermedad, y tuvo que soportar violentos dolores que le llevaron a las puertas de la muerte. Pero él, resuelto y dueño de sí mismo, sufrió los dolores sin quejarse, aunque un pensamiento acudió a su mente y, se dijo a sí mismo:
«No sería justo dejar esta vida sin despedirme de los miembros de la Orden Mendicante. Veamos ahora si con un gran esfuerzo de voluntad venzo esta enfermedad y mantengo mi vida hasta que llegue el momento final establecido.»
Y el Bendito, por medio de una gran esfuerzo de voluntad, venció la enfermedad y mantuvo su vida hasta el momento establecido. Y la enfermedad quedó doblegada.
Y así el Bendito comenzó a restablecerse, y cuando se hubo librado por completo de la enfermedad, salió del monasterio y se sentó en un asiento dispuesto para él al aire libre. Y entonces, el venerable Ananda, acompañado por muchos discípulos, se acercó al lugar donde estaba sentado el Bendito, le saludó respetuosamente y sentándose a su lado le dijo:
«He contemplado. Señor, como el Bendito gozaba de salud, y he contemplado. Señor, como el Bendito sufría la enfermedad. Y aunque a la vista de la enfermedad del Bendito mi cuerpo quedó flácido como una planta trepadora y el horizonte se oscureció completamente para mí y mis facultades quedaron ofuscadas, sin embargo me sentí algo confortado con el pensamiento de que el Bendito no abandonaría la existencia hasta que, por lo menos, dejase instrucciones sobre la Orden de los monjes mendicantes.»
Y el Bendito entonces habló a Ananda por amor a la Orden y le dijo:
«¿Qué espera la Orden de mí, Ananda? He predicado la verdad sin hacer distinción entre la doctrina exotérica para todos y la esotérica para unos pocos, porque en lo que concierne a la verdad, ¡oh Ananda!, el Buda no posee nada parecido al puño cerrado de algunos maestros que conservan para sí mismos algunas cosas. Además, ¡oh Ananda!, si alguien alberga el pensamiento de sucederme y se dice a si mismo: "seré yo quién guíe la Orden", o bien: "La Orden dependerá de mí", tal persona debiera establecer las reglas sobre todos los asuntos relacionados con la Orden. Pero el Buda ¡oh Ananda! piensa que tal persona no debiera ser quien dirigiese la Orden, ni que la Orden dependiera del tal persona. Dime, ¡oh Ananda!, ¿por qué debe el Buda dejar instrucciones sobre todos los asuntos relacionados con la Orden?.
»Yo me he hecho viejo, ¡oh Ananda!, estoy lleno de años y mi viaje en este mundo llega a su fin. He alcanzado la suma de ochenta años, ¡oh Ananda!, y estoy como un viejo carro gastado que sólo puede ser movido con mucha dificultad, y así también el cuerpo del Buda puede seguir adelante con muchos esfuerzos. Únicamente cuando el Buda deja de ocuparse de cosas externas y se sume en esa devota meditación del corazón que tiene que ver únicamente con objetos incorpóreos, únicamente entonces el cuerpo del Buda, viejo y gastado, está tranquilo.»Y ahora os digo, ¡oh Ananda!, que seáis lámparas encendidas para vosotros mismos y no confiéis en ninguna ayuda externa. Mantened firme la verdad como una lámpara encendida; buscad la salvación únicamente en la verdad. Y no busquéis la ayuda de nadie para vosotros mismos.
»Y ¿cómo, ¡oh Ananda!, puede un monje mendicante ser una lámpara encendida para sí mismo, confiar sólo en si mismo y no en la ayuda externa, mantener firme la verdad como su lámpara y buscar la salvación sólo en la verdad, sin la ayuda de nadie fuera de sí mismo? »Así lo hará, ¡oh Ananda!: que el monje mendicante, mientras habite en su cuerpo, mientras esté en el mundo, domine el dolor que nace de los deseos del cuerpo y que lo haga por medio del esfuerzo, por medio de la reflexión, por medio de la atención.
»Así lo hará, ¡oh Ananda!: que el monje mendicante, mientras este en el mundo sujeto a sensaciones, domine las sensaciones por medio del esfuerzo, por medio de la reflexión, por medio de la atención.
»Y así, ¡oh Ananda!, que el monje mendicante cuando piense o razone, o sienta mientras esté en este mundo, que venza el dolor que nace del deseo de las ideas, que nace de los razonamientos, que nace de las sensaciones, y lo haga por medio del esfuerzo, por medio de la reflexión, por medio de la atención.
»Y así.¡oh Ananda!, bien ahora o después de que yo haya salido del mundo, ellos serán lámparas encendidas para sí mismos, y no confiarán en ninguna ayuda externa, manteniéndose firmemente asidos a la verdad como su lámpara y buscando la salvación sólo en la verdad, sin buscar ayuda de nadie fuera de ellos mismos. Y serán ésos, ¡oh
Ananda!, entre mis monjes mendicantes, quienes alcanzarán la cima más elevada.»
Y entonces el Buda concluyó su discurso diciendo:
«Yo parto, ¡oh monjes mendicantes!;
mi vida llega al fin;
mi edad ha alcanzado la plena madurez.
Parto confiado sólo en mí mismo.
Mas vosotros, ¡oh monjes mendicantes!,
sed diligentes, sed santos,
sed atentos, sed firmes en vuestras decisiones,
vigilad vuestros propios corazones.
Porque quien no desmaye y se mantenga firme en la verdad y en la ley,
atravesará este mar de la vida y pondrá fin al dolor».
23 Himno búdico de amor universal
¡Qué todas las criaturas gocen de bienestar y paz!
¡Qué todas las criaturas gocen de bendición y paz perpetua!
¡Qué todas las criaturas, sean débiles o fuertes, sean grandes o pequeñas, sean visibles o invisibles moren cercanas o lejanas, hayan nacido o deban nacer gocen de paz perpetua!
¡Qué nadie halague o escarnio a nadie!
¡Qué nadie desee el mal a nadie con odio o con inquina; que como a su propia vida la madre defiende con sus brazos a su hijito y le protege contra toda amenaza, así tu pensamiento sea de amor por todo cuanto vive y abrace el universo entero con un amor que llegue hasta las más inaccesibles cimas, con un amor iluminado y amplio, con un amor libre de odio y aversión!
Y así, estés de pie, estés andando, estés sentado o en lecho yazcas, piensa con todo tu poder que es, el amor divino.
24 El sendero de la virtud
El texto recogido en las páginas siguientes, conocido bajo el título «Palabras de la Doctrina» y también como «Sendero de la Virtud», consiste en una serie de aforismos atribuidos al Buda y dirigidos, sobre todo, a los monjes budistas. Es uno de los textos más populares de los budistas de todas las escuelas y lo ha sido desde su aparición, probablemente en el siglo III a.C, y contiene la esencia de las enseñanzas del Maestro. La belleza de sus expresiones y el fervor religioso que reflejan las diversas afirmaciones contribuyen a inspirar a quienes lo leen, y conceden a esta importante obra la categoría indiscutible de ser una de las grandes obras maestras religiosas de todos los tiempos.
25 El hombre religioso
Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y formado por nuestros pensamientos. Si un hombre habla o actúa con malos pensamientos, el dolor le seguirá como las ruedas del carro siguen los pasos del buey que tira de él.
Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado, está fundado en nuestros pensamientos y formado por nuestros pensamientos. Si un hombre habla o actúa con pensamientos puros, la felicidad le seguirá como su sombra, que nunca le deja.
«Me ha insultado, me ha golpeado, me ha derrotado, me ha robado». En aquellos que albergan tales pensamientos, el odio no cesará nunca. Porque el odio nunca será aplacado por el odio, sino por medio del amor. Esta es la ley eterna.
El mundo no sabe que aquí todos llegamos al fin, pero aquellos que lo saben dejarán sus pendencias al instante.
Aquél que vive dedicado únicamente a los placeres, sin controlar sus sentidos, inmoderado en la comida, perezoso y débil, será ciertamente derribado por Mará, el Tentador, como el viento derriba un árbol débil.
Aquél que vive sin buscar los placeres, con sus sentidos controlados, moderándose en la comida, fiel y fuerte. Mará el Tentador no podrá ciertamente derribarle, como el viento no puede derribar una montaña.
Aquél que desee ponerse la túnica amarilla del monje mendicante sin haberse primero purificado del pecado, y que además desprecie la templanza y la verdad, es indigno de vestir la túnica amarilla.
Pero aquél que se haya purificado del pecado, que esté bien afirmado en todas las virtudes, que esté dotado de templanza y verdad, aquél es ciertamente digno de vestir la túnica amarilla.
Aquellos que imaginan la verdad en la mentira y ven la mentira en la verdad, nunca llegarán a la verdad sino que seguirán en sus vanos deseos.
Aquellos que conocen la verdad en la verdad y la mentira en la mentira, llegan a la verdad y siguen deseos verdaderos.
Como la lluvia penetra en una casa cubierta por un mal tejado, así la pasión penetra en una mente poco reflexiva.
El malvado se lamenta en este mundo y se lamentará en el venidero; el malvado se lamenta en los dos. El malvado se lamenta y sufre cuando comprueba los malos resultados de sus propios actos.
El hombre virtuoso se deleita en este mundo y se deleitará en el venidero; el hombre virtuoso se deleita en los dos. El hombre virtuoso se deleita y se alegra cuando ve la pureza de su propio trabajo.
El malvado sufre en este mundo y sufrirá en el venidero; el malvado sufre en los dos. El malvado sufre cuando piensa en el mal que ha hecho, y sufrirá aun más cuando llegue al Lugar del Mal.
El hombre virtuoso es feliz en este mundo y será feliz en el venidero. El hombre virtuoso es feliz en los dos. El hombre virtuoso es feliz cuando piensa en el bien que ha hecho, y será aún más feliz cuando llegue al Lugar del Bien.
El hombre insensato aun cuando puede recitar gran número de pasajes de los textos sagrados sin llegar a practicarlos, no participa en la vida religiosa, sino que es como un pastor que contara las vacas de otro dueño.
El hombre que sigue la Ley aun cuando sólo puede recitar una pequeña parte de los textos sagrados, habiendo renunciado a las pasiones, al odio, a la insensatez, poseyendo el verdadero conocimiento y la verdadera serenidad de la mente, no sintiéndose ligado a nada en este mundo o en el venidero, es el hombre que ciertamente participa en la vida religiosa.
26 La vigilancia
La vigilancia es la Mansión de la Vida Eterna; la irreflexión es la Mansión de la Muerte. Aquellos que son vigilantes no morirán, pero aquellos que son irreflexivos tampoco morirán porque ya están muertos.
El sabio que ha comprendido la reflexión se deleita en ella y en el conocimientos de los elegidos.
Aquellos que son sabios, reflexivos, perseverantes, que siempre se esfuerzan, alcanzarán el Nirvana, la mayor libertad y felicidad.
Si un hombre se eleva, si no es olvidadizo, si sus actos son puros, si se comporta con consideración, si se controla a si mismo, su gloria sin duda aumentará.
Elevándose a sí mismo, siendo vigilante, controlándose, el hombre sabio podrá hacer para sí una isla que ninguna riada podrá inundar.
Los necios siguen la vanidad. El sabio conserva su vigilancia como su joya más valiosa.
No sigas la vanidad, no persigas el goce de los placeres de los sentidos, ni la lujuria. Aquél que se mantiene vigilante y reflexivo alcanzará gran gozo.
Cuando un hombre sabio aleja de sí la vanidad por medio de la vigilancia, se eleva a los más altos niveles de la sabiduría y contempla sin tristeza a los necios de abajo. libre de penas, contempla a las multitudes afligidas como quien desde la cima de una montaña contempla a los que habitan en la llanura.
Vigilante entre los insensatos, despierto entre los dormidos, el hombre sabio avanza por la vida como un caballo de carreras que deja atrás a los rocines.
Por medio de la vigilancia, Indra alcanzó el señorío sobre los dioses. La gente alaba la vigilancia y desprecia la insensatez.
Un monje mendicante que se alegre en la vigilancia, que contemple con temor la insensatez, se moverá como un fuego que consume todas las ataduras, grandes y pequeñas.
Un monje mendicante que se alegre en la vigilancia, que contemple con temor la insensatez, no podrá caer de su estado perfecto sino que se hallará muy cerca del Nirvana.
27 El pensamiento
Lo mismo que un arquero dirige recta su flecha, el hombre sabio mantiene recto su tembloroso e inestable pensamiento, muy difícil de guardar y de retener.
Como el pez que sacado de su morada acuática y tirado en la tierra se agita en medio de espasmos, nuestro pensamiento tiembla y se agita con objeto de escapar del dominio de Mará, el Tentador.
Es bueno domar la mente, porque es difícil de sujetar, es inconstante y tiende a divagar. Una mente domada proporciona felicidad.
Que el hombre sabio guarde sus pensamientos porque son difíciles de percibir, extremadamente sutiles, tendientes a divagar.
Los pensamientos bien guardados traen felicidad.
Aquél que controla su mente cuando tiende a divagar, que es incorpórea y está ubicada en las estancias del corazón, aquél se verá libre de las ataduras de Mará, el Tentador.
Si el pensamiento de un hombre es inestable, si no conoce la ley verdadera, si la serenidad de su mente se ve turbada, su sabiduría no es perfecta.
No existe el temor para aquél cuyo pensamiento es firme, tranquilo, que ha dejado de pensar sobre el bien y el mal, que está despierto y vigilante.
Sabiendo que su cuerpo es frágil como una vasija de barro, afirmando su pensamiento como una fortaleza, que el sabio ataque a Mará, el Tentador, con el arma de la sabiduría y proteja lo que ha conquistado y no se descuide jamás.
Muy pronto, ¡ay de mí!, este cuerpo yacerá en la tierra, desprendido, privado de su conciencia, inútil como un haz de leña consumida por el fuego.
Por mucho daño que un enemigo pueda hacer a un enemigo suyo, por mucho que uno que odia pueda hacer daño a otro que odia, no causará mayor daño que una mente mal dirigida.
Ni una madre, ni un padre, ni un pariente nos hará tanto servicio como una mente bien dirigida.
28 Flores
¿Quién conquistará este mundo y el mundo de Yama, el Señor de los Muertos, con sus dioses? ¿Quién encontrará el buen sendero de la virtud como el hábil jardinero encuentra la flor apropiada?
El discípulo conquistará este mundo y el mundo de Yama con sus dioses. El discípulo encontrará el buen sendero de la virtud como el hábil jardinero encuentra la flor apropiada.
Sabiendo que este cuerpo es como la espuma, sabiendo que es como un espejismo, quebrando los dardos floridos de Mará, el Tentador, el discípulo irá allí donde el Rey de la Muerte no le vea.
La muerte arrastra al hombre que recoge las flores de la vida con mente distraída, como una riada arrastra a la aldea dormida.
La muerte sorprende al hombre que recoge las flores de la vida con la mente distraída antes que él quede saciado de sus placeres.
Del mismo modo que la abeja recoge el polen de una flor y se aleja de ella sin dañar su color o su perfume, así el hombre sabio debe habitar en su aldea.
No son las acciones indignas de otros, ni sus pecaminosos hechos de omisión o comisión lo que debemos tener en cuenta, sino nuestros propios actos de omisión y comisión.
Como una hermosa flor plena de color pero sin perfume son las buenas palabras infructuosas de aquél que no hace lo que dice.
Pero como una hermosa flor plena de color y de perfume son las buenas palabras fructíferas de aquél que hace lo que dice.
Del mismo modo que de muchas flores pueden hacerse muchas guirnaldas; así el hombre debiera hacer muchas acciones buenas desde el mismo momento en que nace.
El perfume de las flores no se propaga contra el viento, pero la fragancia que irradia de la gente buena se propaga contra el viento, porque el hombre bueno irradia su bondad en todas las direcciones.
Entre todos los perfumes el mejor es el de la virtud.
Menguado es el perfume de las flores, mientras que el perfume de los virtuosos se extiende por todas las partes y llega incluso hasta las elevadas moradas de los dioses.
Mará, el Tentador, nunca prevalecerá sobre aquellos que poseen estas virtudes, que son libres gracias al perfecto conocimiento y que viven sin insensatez.
Entre los ciegos mortales que son como basura, el discípulo del verdadero Buda el Iluminado, brillará con gloria excelsa gracias a su sabiduría, como una flor de loto de dulce fragancia crece en un montón de basura arrojado en el camino y que alegra el corazón de quien la mira.
29 El necio
Larga es la noche para aquél que vela; largo es el camino para aquél que está cansado; larga es la cadena de la existencia para el necio que no conoce la ley verdadera.
Si durante un viaje el viajero no se encuentra con uno igual o mejor que él, que prosiga solo su viaje. No existe compañerismo con el necio.
El necio se atormenta pensando: «Estos hijos me pertenecen; estas riquezas son mías». Pero él no se pertenece a sí mismo, ¿cómo entonces pueden ser suyos los hijos y pertenecerle sus riquezas?
El necio que conoce su necedad es sabio por lo menos en ese conocimiento. Pero el necio que se considera sabio a sí mismo es verdaderamente necio.
Si un necio está asociado durante toda su vida con un sabio y no percibe la verdad, será como la cuchara que no percibe el sabor de la sopa.
Pero si un hombre reflexivo está asociado con un sabio aunque no sea más que durante un minuto, muy pronto percibirá la verdad como la lengua percibe el sabor de la sopa.
Los necios de poco entendimiento son enemigos de sí mismos y transcurren sus vidas cometiendo malas acciones que les acarrean frutos amargos.
No es una buena acción aquélla que una vez hecha causa remordimientos y cuya recompensa serán las lágrimas y la tristeza.
Es una buena acción aquélla que una vez hecha no causa remordimientos y cuya recompensa será la felicidad y la delicia.
Mientras que una mala acción no acarrea consecuencias, el necio cree que es como la miel; pero cuando se recoge el fruto de la mala acción entonces el necio sufre la tristeza.
Aunque el necio coma su comida mes tras mes con la punta de una brizna de hierba no es digno de la decimosexta parte de aquellos que han comprendido bien la ley.
Una mala acción es como la leche recién ordeñada que no se corta inmediatamente, sino como las brasas de un fuego cubierto por cenizas que seguirá siempre al necio.
El conocimiento que adquiere el necio, en vez de serle de utilidad destruye su participación en el mérito y divide su cabeza.
Dejad que el necio codicie la falsa reputación, la precedencia entre los monjes mendicantes y en el culto, el señorío en los monasterios y en el culto. Dejad que piense: «Tanto el dueño de la casa como los monjes creen que esto lo he hecho yo, siguen mi gusto en lo que debe ser hecho y en lo que no debe ser hecho.» Con estos pensamientos, los deseos y el orgullo del necio aumentarán.
Uno es el camino que conduce a la ganancia; otro es el camino que conduce al Nirvana. Que el monje mendicante, el discípulo de Buda, tras haber aprendido esta verdad, no busque el respeto de los hombres sino que luche por alcanzar la sabiduría.
30 El hombre sabio
Si una persona encuentra a un hombre sabio que le reprocha sus faltas, que le muestra lo que debe ser evitado, tal persona debiera seguir al hombre sabio como seguiría a uno capaz de revelarle el lugar donde existieran tesoros escondidos. Para él sería mejor y no peor, seguir a semejante hombre sabio.
Dejad que el hombre sabio amoneste, dejadle que instruya, dejadle que prohíba lo que es impropio porque así él será amado por los buenos y odiado por los malos.
No te asocies con amigos que sean malhechores ni con personas despreciables. Asóciate con amigos virtuosos; asóciate con los hombres mejores.
Aquél que bebe en la ley vive feliz, con la mente serena. El hombre sabio se goza en la ley proclamada por los elegidos.
Los ingenieros que construyen canales y acueductos conducen el agua donde ellos quieren; los que fabrican flechas las hacen bien rectas; los carpinteros tallan la madera con habilidad; los hombres sabios se forman a sí mismos.
Así como un sólido risco no se mueve aunque lo azote la furia del viento, así también los hombres sabios permanecen inmutables tanto frente a los reproches como frente a los elogios.
Así como un lago profundo es transparente y tranquilo, así también los hombres sabios permanecen tranquilos tras haber oído las leyes.
La gente buena prosigue su camino bajo cualquier circunstancia; la gente buena no habla movida por los deseos de dar satisfacción a los placeres sensuales. El hombre sabio nunca se muestra exaltado o deprimido cuando sufre la pena o la felicidad.
Aquél que para sí mismo o para otros no desea un hijo, no desea acumular riquezas, no desea tener un reino, no desea alcanzar la prosperidad por medio de acciones injustas, aquél es ciertamente un hombre virtuoso, sabio y religioso.
Muy pocos hombres alcanzan la playa lejana. La mayoría corre de un lado a otro en la de este mundo. Pero aquéllos a quienes la ley les ha sido predicada y siguen la ley, aquéllos llegarán a la otra orilla, más allá del dominio de la muerte, tan difícil de vencer.
Que el hombre sabio abandone el camino de la oscuridad y siga el camino de la luz. Tras dirigirse de su hogar a un estado sin hogar, que busque en su retiro el gozo, dejando a un lado todos los placeres, sin llamar a nada suyo propio. Que el hombre sabio se purifique a sí mismo de todas las impurezas del corazón.
Aquéllos cuyas mentes están bien afirmadas en los siete elementos del conocimiento, aquéllos que sin estar apegados a nada gozan de la libertad de todos los apegos, aquéllos cuyos apetitos han sido conquistados y que están llenos de luz, aquéllos son los que alcanzarán el Nirvana incluso en este mundo.
31 El santo
No existe el sufrimiento para aquél que ha completado su viaje, para aquél que está libre de pena, para aquél que se ha liberado a sí mismo de todo, para aquél que ha roto todas las ataduras.
Los reflexivos se esfuerzan y no se deleitan permaneciendo en una residencia. Como cisnes que han dejado su lago, así también ellos dejan su casa y su hogar.
Aquellos que no acumulan riquezas, aquellos que se alimentan según el conocimiento, aquellos que han percibido la naturaleza de la libertad incondicionada siguen un camino difícil de comprender, como es difícil de comprender el vuelo de los pájaros en los cielos.
Incluso los dioses envidian a aquél que ha dominado sus sentidos y como los caballos bien domados están sometidos a la voluntad de sus jinetes, aquél está libre de orgullo y libre de mancha. Para un hombre así, tolerante como la tierra, cumplidor de su deber, transparente como las aguas de un lago libres de barro, no existe el ciclo de las muertes y las reencarnaciones.
Y en un hombre así su pensamiento es tranquilo, tranquila es su palabra y tranquilos son sus actos, porque ha obtenido la libertad por medio del verdadero conocimiento.
El hombre libre de credulidad, que conoce lo no creado, que ha roto todas las ataduras, que ha puesto fin a todas las ocasiones de hacer el bien o el mal, que ha renunciado a todos los deseos, es un hombre que ciertamente sobresale sobre todos los demás hombres.
Allí donde los santos habitan es ciertamente un lugar delicioso, sea en la ciudad, en los bosques, en las aguas profundas o en el desierto.
Los bosques son lugares agradables para los santos. Allí donde la gente común no halla deleite, los que están libres de pasiones encuentran deleite porque no buscan los placeres de los sentidos.
32 Los miles
Frente a un discurso de mil palabras pero compuesto de palabras sin sentido, es mejor una sola palabra que al oírla proporcione quietud.
Frente a un poema de mil palabras pero compuesto de palabras sin sentido, es mejor un poema de una sola palabra que al oírlo proporcione quietud.
Si un hombre recita cien poemas compuestos de palabras sin sentido, es mejor oír una sola palabra que al oírla proporcione quietud.
Si un hombre conquista en batalla mil veces a mil hombres y otro se conquista a sí mismo, este último es el mejor de los conquistadores.
La conquista de uno mismo es mejor que la conquista de todos los demás. Ni siquiera un dios puede transformar en derrota la victoria de un hombre que se ha conquistado a sí mismo.
Si un hombre, mes tras mes, durante cien años, ofreciese mil sacrificios a los dioses y, por otro lado, por un solo instante rindiese homenaje a otro hombre cuyo yo estuviese fundado en el conocimiento, este homenaje instantáneo sería mejor que todos los sacrificios ofrecidos durante cien años.
Todo lo que el hombre sacrifique en este mundo como ofrenda de oblación durante un año para conseguir méritos no vale nada comparado con el homenaje que se tributa a los justos.
Aquél que constantemente practica la reverencia y el respeto hacía los ancianos verá aumentadas en su vida cuatro cosas: la duración de su existencia, la belleza, la felicidad y la fuerza.
Frente a aquél que vive cien años en la iniquidad y el desenfreno, es mejor la vida de un sólo día de aquél que es virtuoso y reflexivo.
Frente a aquél que vive cien años en la ignorancia y el desenfreno es mejor la vida de un sólo día de aquél que se esfuerza con decisión.
Frente a aquél que vive cien años sin percibir el principio y el fin, el renacimiento y la muerte, es mejor la vida de un sólo día de aquél que percibe el principio y el fin.
Frente a aquél que vive cien años sin percibir el estado de inmortalidad, es mejor la vida de un solo día de aquél que percibe el estado de inmortalidad.
Y frente a aquél que vive cien años sin percibir la ley suprema, es mejor la vida de un solo día de aquel hombre que percibe la ley suprema.
33 La mala conducta
El hombre debiera avanzar diligentemente hacia el bien y apartar sus pensamientos del mal. Si un hombre se muestra perezoso en hacer lo que es bueno, su mente terminará por regocijarse en el mal.
Si un hombre comete pecado, que no lo haga una y otra vez, que no se deleite en el pecado porque la acumulación del mal resulta dolorosa.
Si un hombre hace lo que es bueno, que lo haga una y otra vez, que se deleite en hacerlo porque la acumulación del bien conduce a la felicidad.
Incluso un malhechor goza de felicidad mientras su mala conducta no madura. Pero cuando la mala acción madura, entonces el malhechor sufre el mal.
Incluso un hombre bueno ve el mal mientras sus buenas acciones no maduran. Pero cuando sus buenas acciones fructifican el hombre bueno ve el bien que le espera.
No pienses con ligereza del mal diciendo: «No me alcanzará». Incluso un caldero se llena cuando en él cae el agua gota a gota. Un necio llega a quedar lleno de mal aunque lo haga poco a poco.
No pienses con ligereza del bien diciendo: «No me alcanzará».
Incluso un caldero se llena cuando en él cae el agua gota a gota. Un hombre sabio llega a quedar lleno de bondad aunque lo haga poco a poco.
Como un mercader que viaja con poca escolta y transporta muchas mercancías valiosas evita los caminos peligrosos, o como un hombre que ama su vida evita el veneno, así debe evitar el hombre sabio las malas acciones.
Aquél que no tiene heridas en sus manos puede tocar el veneno con ellas porque el veneno no le dañará. Así tampoco el mal perjudica a aquél que no hace el mal.
Quienquiera que haga mal a una persona inocente o a una que sea pura y sin pecado, verá caer el mal sobre su propia cabeza, como el polvo ligero lanzado contra el viento cae sobre quien lo avienta.
Algunas personas renacen, reencarnadas; los malos van al infierno; los buenos van al cielo; y aquéllos que están libres de todos los deseos mundanos alcanzarán el Nirvana.
Ni en el firmamento, ni en medio del ancho mar, ni en las profundas simas de la tierra existe un lugar donde un hombre pueda verse libre de las consecuencias de sus malas acciones.
Ni en el firmamento, ni en medio del mar, ni en las profundas simas de la tierra existe un lugar conocido en la tierra donde un hombre pueda escapar a la muerte.
34 Castigo
Todos los hombres tiemblan ante el castigo; todos los hombres temen la muerte. Recuerda que tú eres un hombre y no mates ni causes la muerte.
Todos los hombres tiemblan ante el castigo; todos los hombres aman la vida. Recuerda que tú eres un hombre y no mates ni causes la muerte.
Aquél que buscando su propia felicidad inflige dolor a seres que como él desean la felicidad, no obtendrá la felicidad después de la muerte.
Aquél que buscando su propia felicidad no inflige dolor a otros seres que como él desean felicidad, obtendrá la felicidad después de la muerte.
No hables a nadie con dureza porque aquellos a quienes te dirijas con palabras duras te contestarán de la misma manera. Las palabras airadas son dolorosas y suscitan respuestas airadas.
Si como un gong deteriorado no produces ningún sonido, habrás alcanzado el Nirvana, porque la agitación te es desconocida.
Como el pastor conduce sus vacas a los pastos con su cayado, así la vejez y la muerte conducen a los hombres a una nueva existencia.
El necio ignora lo que le espera cuando comete malas acciones. El hombre estúpido se quema a sí mismo, por medio de sus actos, como uno que se quemase en el fuego.
Aquél que inflige castigo a aquellos que no merecen castigo y ofende a aquellos que están indefensos, muy pronto llegará a una de las siguientes diez situaciones: sufrirá crueles sufrimientos, padecerá achaques, recibirá heridas corporales, se verá sumido en grandes tristezas, enloquecerá, será víctima de la persecución real o a causa de graves acusaciones contra él, verá como los rayos queman su casa y, cuando su cuerpo se disuelva, irá al infierno por haberse comportado como un necio.
Ni la desnudez, ni el rapado de los cabellos, ni el cubrirse de barro, ni el ayuno, ni el dormir en el duro suelo, ni el cubrirse de polvo y cenizas, ni el permanecer inmóvil sentado purifica al mortal que no esté libre de dudas.
Aquél que aunque esté vestido con ropajes lujosos posea una mente serena, se halle tranquilo con control de sí mismo, sea casto, esté enraizado en el modo de vida budista y haya dejado de injuriar a otros seres, aquél es ciertamente un verdadero brahmín, un asceta, un monje mendicante.
¿Existe en el mundo algún hombre tan modesto que evite la censura como un caballo bien domado evita la fusta?.
Como un caballo bien domado cuando le tocas con la fusta, sé esforzado y rápido y así por medio de la fe, por medio de la virtud, por medio de la energía, por medio de la meditación, por medio del discernimiento de la ley deja a un lado esta gran pena que es la existencia terrena dotado de conocimiento, buena conducta y plenitud de mente.
35 La vejez
¿Por qué tantas risas, por qué tanta alegría mientras este mundo se consume siempre en el fuego? ¿Por qué no buscas una luz, tú que te hallas envuelto en la oscuridad de la ignorancia?.
Contemplad la imagen de este cuerpo lleno de heridas, lleno de enfermedades y lleno de muchos pensamientos en los que no hay estabilidad ni permanencia.
Este cuerpo está gastado, es un nido de enfermedades, es muy frágil, es un montón de corrupción que se desmorona por todas las partes. La vida ciertamente termina en la muerte.
¿Qué deleite existe en aquél que ve estos huesos blancos y secos como las calabazas que se desechan en otoño?.
De huesos está hecha la ciudadela recubierta de carne y sangre, en la que habita la vejez y la muerte, el orgullo y el engaño.
Los lujosos carruajes de los reyes se desgastan; el cuerpo también se desgasta y envejece, pero la virtud de los buenos nunca envejece y los buenos aprenden los unos de los otros.
Un hombre que no acrecienta su conocimiento crece como un buey que aunque aumente su carne nunca aumenta su conocimiento.
He recorrido el camino de muchos nacimientos buscando al hacedor de esta morada, pero no lo he encontrado. Dolorosos son los nacimientos que se repiten una y otra vez.
Ahora comprueba, ¡oh constructor de la morada!, que no construirás otra morada de nuevo. Todas tus vigas están rotas, la columna maestra está destruida; tu mente, decidida a conseguir el nirvana, ha conseguido la extinción de los deseos.
Los hombres que no han practicado el celibato, que no han adquirido riquezas en su juventud, languidecen como viejas grullas en un lago sin peces.
Los hombres que no han practicado el celibato, que no han adquirido riquezas en su juventud, yacen como arcos envejecidos que no recuerdan el pasado.
36 El yo
Si un hombre se tiene a sí mismo en gran estima, que se vigile a sí mismo diligentemente. El hombre sabio debe mantenerse vigilante a todas horas.
Antes de enseñar a otros, el hombre debe aprender a controlarse a sí mismo. Haciéndolo así, el hombre sabio no sufrirá.
Si un hombre controla su vida como dirige la de otros, entonces, sojuzgándose a sí mismo, podrá ciertamente sojuzgar a los demás porque el yo es en verdad difícil de sojuzgar.
El yo es el señor del yo. ¿Quién otro podrá ser el señor del yo? Con el yo bien sojuzgado, el hombre encuentra un señor difícil de conseguir.
El mal hecho por uno mismo, nacido en uno mismo, producido por uno mismo, aplasta al insensato como el diamante rompe las piedras preciosas.
Como una planta trepadora que finalmente termina por dominar al árbol sobre el que se adhiere, así aquél cuya impiedad es grande se reduce a sí mismo al estado que sus enemigos desean para él.
Malas acciones, acciones malas para uno mismo, son fáciles de hacer. Lo que es beneficioso y bueno es lo más difícil de hacer.
El necio que desprecia las enseñanzas del santo, del noble, del virtuoso, y sigue las falsas doctrinas, produce frutos para su propia destrucción.
El mal es hecho por uno mismo; uno mismo se hace daño a uno mismo; uno mismo se deja de hacer el mal; uno mismo se purifica a uno mismo. La pureza y la impureza pertenecen a uno mismo. Nadie puede purificar a otro.
Que nadie deje de cumplir con su deber a causa del deber de otro, por grande que éste sea. Que una vez conocido el propio deber cada uno se dedique a cumplirlo.
37 El mundo
No sigas las malas leyes. No vivas irreflexivamente. No sigas las malas doctrinas. No seas amigo del mundo.
Levántate, no seas irreflexivo. Sigue la ley de la virtud. Aquél que practica la virtud vive feliz en este mundo y así vivirá en el mundo del más allá.
Contempla el mundo como una burbuja; contempla el mundo como un espejismo. Aquél que así ve el mundo no será visto por el Rey de la Muerte.
Ven, contempla este mundo tan parecido a un deslumbrante carruaje real. Los necios están cautivados por él, pero los sabios no se sienten atraídos por él.
Aquél que primero era irreflexivo pero luego se hizo reflexivo ilumina este mundo como la luna cuando el cielo está libre de nubes.
Aquél cuyas malas acciones quedan superadas por las buenas acciones ilumina este mundo como la luna cuando el cielo está libre de nubes.
Este mundo está ciego; sólo pocos ven en este mundo. Como pocas son las aves que escapan de la red del cazador, sólo unos pocos van al cielo.
Los cisnes siguen el sendero del sol y cruzan el cielo gracias a sus poderes milagrosos. El sabio es guiado fuera de este mundo tras haber conquistado a Mará, el Tentadora a sus huestes.
Aquél que viola la ley del Buda, que habla falsamente, que se burla del otro mundo será capaz de hacer cualquier maldad.
En verdad que los avaros no alcanzarán el mundo de los dioses, pues insensatos no ensalzan la caridad. Pero el hombre sabio que se goza en la caridad será feliz en el otro mundo.
Mejor que la soberanía absoluta en la tierra, mejor que ir al cielo, mejor que el señorío sobre todo el mundo es la recompensa de la corriente que lleva a la santificación.
38 El Buda
Aquél cuyas conquistas no pueden ser conquistadas de nuevo, aquél en cuyas conquistas nadie en este mundo puede penetrar ¿por qué sendero podrás guiarle, al Iluminado, al Omnisciente, a aquél que no puede ser seguido?
Aquél a quien ningún deseo con sus trampas y venenos puede desviar de su camino, ¿por qué camino puedes guiarle, al iluminado, al Omnisciente, al que no puede ser seguido?.
Incluso los dioses envidian a aquellos sabios que están entregados a la meditación, que se deleitan en la paz de la emancipación de los deseos, los iluminados, los reflexivos.
Difícil es el nacimiento de los seres humanos; difícil es la vida de los mortales; difícil es escuchar la verdadera ley; difícil es alcanzar la Iluminación.
No cometer pecado; hacer el bien y purificar la propia mente son las enseñanzas de todos los iluminados.
La paciencia es la mayor austeridad. El Nirvana es el más elevado estado. Ciertamente no es un anacoreta quien oprime a otros, ni un asceta quien causa sufrimiento a otros.
No culpar, no injuriar, vivir sometidos a la ley, ser moderados en la comida, habitar en la soledad, ser diligentes en cultivar elevados pensamientos, estas son las enseñanzas del Iluminado.
No se encuentra satisfacción en las propias pasiones, ni siquiera si van acompañadas de una lluvia de monedas de oro. Aquél que sabe que el goce de las pasiones es de breve duración y causa dolor, aquél es un hombre sabio. Incluso en los placeres celestiales no encuentra deleite. El discípulo que está plenamente iluminado se deleita únicamente en la destrucción de todos los deseos.
Los hombres impulsados por el temor buscan muchos refugios, se cobijan en las montañas y los bosques, en árboles sagrados y en santuarios. Pero ésos no son refugios seguros/ pues aún tras alcanzarlos, ningún hombre se libra de todos los dolores.
Pero aquél que se refugia en el Buda, la Ley y la Orden (de los seguidores de Buda), y percibe en su diáfana sabiduría las Cuatro Nobles Verdades, es decir el sufrimiento, el origen del sufrimiento, el cese del sufrimiento y el Noble Sendero Óctuplo que conduce al cese del sufrimiento, aquél ciertamente encuentra refugio seguro, el mejor de los refugios en el cual, una vez alcanzado, el hombre se ve Ubre de todos los dolores.
Es difícil encontrar una persona exaltada, un Buda. No nace en cualquier sitio pero, allí donde nace, la tierra que lo acoge prosperará.
Bendito es el nacimiento del Iluminado; bendita la enseñanza de la ley verdadera; bendita es la concordia en la Orden de los que siguen a Buda; bendita es la austeridad de aquellos que viven en concordia.
Aquél que rinde homenaje a quienes son dignos de recibir homenaje, sea el Iluminado o sus discípulos, a aquellos que han vencido a las huestes del mal y han atravesado la corriente del dolor; aquél que rinde homenaje a quienes han hallado la liberación y no conocen el temor, aquél alcanzará méritos que nadie podrá medir.
39 Felicidad
Vivamos felices sin odiar a nadie en medio de aquellos hombres que odian.
Vivamos felices sin enfermedades en medio de aquellos afligidos por la enfermedad. Habitemos libres de enfermedades entre aquellos afligidos por la enfermedad.
Vivamos felices libres de cuidados en medio de aquellos consumidos por los cuidados. Habitemos libres de cuidados entre aquellos consumidos por los cuidados.
Vivamos felices nosotros que nada poseemos. Habitemos alimentados de felicidad como los dioses deslumbrantes.
La victoria engendra odio y el conquistado vive en la pena. Aquél que ha abandonado los pensamientos de victoria y de derrota vive feliz y en paz.
No existe ningún fuego como la pasión, ninguna enfermedad como el odio. No hay mayor pena que la existencia física, ninguna felicidad más elevada que la tranquilidad.
La codicia es la peor enfermedad, las exigencias del cuerpo el mayor de los males. Para aquél que verdaderamente ha comprendido esto, el Nirvana es la más elevada felicidad.
La salud es el mayor don; el estar contento es la mayor riqueza; la confianza es la mejor relación; el Nirvana es la mayor felicidad.
Aquél que ha gustado la dulzura de la soledad y la dulzura de la tranquilidad ha alcanzado la liberación del temor y la liberación del pecado y bebe la dulzura del goce de la ley.
La contemplación de los elegidos es buena y vivir en su compañía proporciona felicidad. Será siempre feliz aquél que no convive con los necios.
Aquél que camina en compañía de un necio sufrirá mucho tiempo.
La compañía de los necios, como la de los enemigos, produce siempre dolor. La compañía de los sabios, como el encuentro con los propios familiares, produce felicidad.
Por ello, así como la luna sigue el sendero de las constelaciones, se debe seguir siempre a quien es sabio, inteligente, educado, paciente, cumplidor de sus deberes, noble. A un hombre así es a quien se debe seguir.
40 Placer
Aquél que se da a la vanidad y no se da a la meditación, olvidando el verdadero objetivo de la vida y dedicándose al placer, con el tiempo envidiará a aquél que se ha esforzado en la meditación.
Que ningún hombre se aferré a lo que es placentero o a lo que no es placentero. No ver lo que es placentero es doloroso y es doloroso ver lo que no es placentero.
El hombre no debe apegarse a nada. La pérdida del objeto amado es mala. Aquéllos que no están apegados a nada y que no odian nada, nada les tendrá atados.
Del placer procede la tristeza, del anhelo procede el temor. Aquél que está libre del placer no conoce ni el temor ni la tristeza.
Del afecto procede la tristeza, del afecto procede el temor. Aquél que está libre de afecto no conoce ni el temor ni la tristeza.
Del goce procede la tristeza, del goce procede el temor. Aquél que está libre del goce no conoce ni el temor ni la tristeza.

Del deseo procede la tristeza, del deseo procede el temor. Aquél que está libre de deseo no conoce ni el temor ni la tristeza.
Del anhelo procede la tristeza, del anhelo procede el temor. Aquél que está libre de anhelo no conoce ni el temor ni la tristeza.
Aquél que posee virtud e inteligencia, que es justo, que habla la verdad y se ocupa de sus propios asuntos, aquél es a quien el mundo tiene en gran consideración.

Aquél en quien ha surgido el deseo de lo Inefable, que en su mente está satisfecho, cuyo pensamiento está libre de deseos, aquél es descrito como quien asciende la corriente.

Cuando un hombre que ha estado lejos de su casa durante mucho tiempo regresa a ella sano y salvo, parientes, amigos y quienes le quieren bien le saludan contentos. Del mismo modo sus buenas obras reciben a aquél que ha hecho el bien cuando se ha ido de este mundo al otro.
41 Ira
Que el hombre abandone la ira, que renuncie al orgullo, que se le libere de todas las ataduras mundanas. Ningún sufrimiento afecta a aquél que no está apegado al nombre y a la fama y que nada tiene por suyo.
Aquél que contiene la ira creciente como un conductor hábil refrena a los caballos que tiran del carruaje que avanza por la llanura a gran velocidad, a aquél yo llamo auriga verdadero. Los demás se limitan a sostener las riendas en sus manos.
Que el hombre domine la ira por medio del amor, el mal por medio del bien, la avaricia por medio de la generosidad, la mentira por medio de la verdad.
Habla la verdad, no cedas a la ira, da a quien te pida aunque sea poco. Haciéndolo así llegarás a la presencia de los dioses.
Los sabios que no injurian a nadie, que controlan siempre sus cuerpos, van al lugar inmutable donde no sufrirán nunca más.
Aquellos que están siempre vigilantes, que estudian día y noche, que se esfuerzan por alcanzar el Nirvana, verán sus pasiones llegar a su fin.
Hay un viejo dicho,¡oh Atula! un dicho que no es de ahora y que dice: «Critican a quien permanece silencioso, critican a quien habla mucho, critican también a quien habla con moderación.» No hay nadie en el mundo que no sea criticado.
Nunca ha habido, nunca habrá, ni hay ahora alguien que sea totalmente criticado, nadie que sea totalmente alabado. Pero aquél que día tras día recibe alabanzas como hombre irreprochable, sabio, dotado de sabiduría meditativa y de virtud, ¿quién se atreverá a reprocharle si es como una moneda de oro puro? Incluso los dioses le alaban; incluso es alabado por Brahma.
Vigila la ira del cuerpo y contrólala. Abandona los pecados del cuerpo y con tu cuerpo practica la virtud.
Vigila la ira de la lengua y controla tu lengua. Abandona los pecados de la lengua y con tu lengua practica la virtud.
Vigila la ira de la mente y controla tu mente. Abandona los pecados de la mente y con tu mente practica la virtud.
Aquellos que controlan sus cuerpos, que controlan sus lenguas, que controlan sus mentes son verdaderamente sabios.
42 La impureza
Ahora estás como una hoja marchita e incluso los mensajeros de la muerte se acercan a ti. Estás en el umbral de la puerta de la muerte y no has hecho ningún preparativo para el viaje.
Constrúyete un refugio, trabaja duro, sé sabio. Cuando hayas eliminado tus impurezas y estés libre de pecado alcanzarás el cielo, la morada de los elegidos.
Tu vida casi ha llegado a su fin, has llegado a la presencia de Yama, el Rey de la Muerte. No hay lugar de descanso para ti en el camino y no has hecho ningún preparativo para el viaje.
Constrúyete un refugio, trabaja duro, sé sabio. Cuando hayas eliminado tus impurezas y estés libre de pecado, no entrarás de nuevo en el nacimiento y en la vejez.
Como un fundidor purifica la plata, así el hombre sabio elimina sus impurezas una tras otra, poco a poco y de tiempo en tiempo.
Las impurezas que contiene el hierro lo corroen desde dentro. Del mismo modo las malas acciones de los transgresores les conducen al mal.
No recitar sus plegarias es la impureza del novicio; no trabajar con esfuerzo es la impureza del amo de casa; la indolencia es la impureza de quien no cuida su aspecto personal; la insensatez es la impureza del vigilante; la mala conducta es la impureza de la mujer; la tacañería es la impureza del donante; las malas acciones son las impurezas de este mundo y del venidero.
Pero hay una impureza mayor que todas las impurezas: la ignorancia, que es la mayor de todas las impurezas. ¡Oh monjes mendicantes!, tras haber arrojado de vosotros esta impureza sed libres de todas las impurezas.
La vida es fácil de vivir para aquél que es desvergonzado y jactancioso, para aquél que es intrigante, para aquél que es calumniador, para el imprudente y para el impuro.
Pero la vida es dura de vivir para aquél que posee el sentido de la modestia, para aquél que siempre busca lo que es puro, que es desinteresado, que no es imprudente, que vive en la pureza, para el hombre de agudeza mental.
Aquél que destruye la vida, que miente, que roba, que va con la esposa de otro hombre y que se emborracha, tal hombre lo que hace es arrancar sus propias raíces incluso de este mundo.

Los hombres dan limosnas según su fe o según su amabilidad. Por ello, quien se queje de la comida o de la bebida dada en limosna no gozará de paz mental ni de día ni de noche. En cambio, aquél que destruye la raíz de tales sentimientos gozará de paz mental de día y de noche.
No hay ningún fuego como la pasión, ni un conquistador como el odio. No hay ninguna trampa mayor que la desilusión, ni un torrente como el ansia.
Es fácil ver las faltas de otros, pero es difícil ver las propias faltas.
El hombre esparce las faltas de otros como si fuesen paja, pero esconde las propias faltas como el tramposo esconde sus trampas en el juego.
Aquél que mira las faltas de los demás y las critica siempre, verá aumentar sus propias pasiones y estará lejos de destruirlas.
No hay sendero en el firmamento, no hay ermitaño fuera de los que siguen el sendero del Buda. La humanidad se deleita en las cosas mundanas; los budas están libres de mundanalidad.
No hay sendero en el firmamento, no hay ermitaño fuera de los que siguen el sendero del Buda. Nada en el mundo fenoménico es eterno. No hay inestabilidad para el Iluminado.
43 El justo
Aquél que alcanza sus propósitos por medio de la violencia no es justo. Es sabio quien ve las ventajas y las desventajas.
Aquél que guía a otros con un proceder justo y no violento es de quien se dice que es el guardián de la ley, el sabio y justo.
Un hombre no es inteligente únicamente porque hable mucho. Un hombre es inteligente si es tranquilo, si está libre de odio, si está libre de temor.
Un hombre no es defensor de la ley únicamente porque hable mucho. Es defensor de la ley aquél que aunque posea poca erudición, la discierne en su propio cuerpo, no descuida la ley y es el que en realidad es defensor de la ley.
Un hombre no es anciano únicamente porque tenga los cabellos grises. Su edad puede ser madura, pero puede que se haya hecho viejo en vano.
Aquél en quien habita la verdad, la virtud, la no violencia, la contención, el control de sí mismo, que está libre de impureza y es sabio, aquél puede ser llamado anciano.
Ni por palabrería, ni por belleza del cuerpo el hombre que es envidioso, avaricioso y malvado es un hombre de buena disposición.
Aquél que destruye en sí mismo la envidia, la avaricia, la maldad y las arranca de raíz, aquél que está libre de culpa y es sabio, de tal hombre se puede decir que es hermoso.
No por medio de la tonsura se transforma un hombre en un hombre religioso si habla la mentira y es indisciplinado. ¿Cómo puede uno lleno de deseos y avaricia ser un hombre religioso?.
Pero aquél que aquieta sus malas tendencias, por pequeñas o grandes que sean, aquél puede ser llamado un hombre religioso porque ha aquietado en sí todo mal.
No es un monje mendicante aquél que únicamente pide limosna a otros. Aquél que abraza toda la ley es un monje mendicante y no aquél que únicamente adopta algunas apariencias de monje.
Pero aquél que está por encima del bien y del mal, que es casto y que se comporta en el mundo con conocimiento, aquél es ciertamente un monje mendicante.
Observando únicamente silencio un hombre no llega a ser sabio, si es necio e ignorante. El hombre sabio es aquél que toma únicamente lo que es bueno, que evita el mal y por ello es sabio. Aquél que en este mundo se muestra equilibrado es sabio.
No es noble quien injuria a cualquier criatura viviente. Es noble aquél que no injuria a ninguna criatura viviente.
No sólo por medio de una conducta disciplinada, ni por medio de los votos, ni por mucho que se estudie, ni por alcanzar una actitud de tranquila meditación, ni por dormir en soledad llegaré a la felicidad de la liberación que ningún mundano puede alcanzar.
¡Oh monje mendicante!, no estés contento de ti mismo mientras no hayas alcanzado la aniquilación de todas las impurezas.
44 El camino
De todos los caminos el mejor es el Óctuplo Camino; de todas las verdades las mejores son las Cuatro Nobles Verdades; de todas las virtudes, la mejor es la liberación de todos los apegos; de todos los hombres, el mejor es el que tiene ojos para ver.
Este es el camino, no hay otro que conduzca a la purificación de la mente. ¡Sigue este camino porque así conseguirás escapar de Mará, el Tentador!.
Si sigues este camino pondrás fin al sufrimiento. Este fue el camino que yo prediqué cuando comprendí como eliminar las espinas de la carne.
Tienes que esforzarte por ti mismo. El Buda sólo predica. Aquéllos que están en el camino y practican la meditación están libres de las ataduras de Mará, el Tentador.
Todas las cosas creadas son transitorias. Aquél que por sabiduría comprende esto se halla en paz en este mundo de sufrimiento. Este es el camino a la pureza.
Todas las cosas son irreales. Aquél que por sabiduría comprende esto se halla en paz en este mundo de sufrimiento. Este es el camino que conduce a la pureza.
Aquél que no abandona el lecho cuando es la hora de levantarse, aquél que aunque es joven y fuerte está lleno de pereza, aquél que es débil de voluntad y pensamiento, aquél que es vago y perezoso no encontrará el sendero de la sabiduría.
El hombre que cuida sus palabras, controla su cuerpo y no comete malas acciones, por estos tres senderos abiertos alcanzará el camino que enseñan los sabios.
De la meditación surge la sabiduría; con la ausencia de meditación se pierde la sabiduría. El hombre que conoce este doble camino de progreso y retraso, alcanza una posición que le permite aumentar su sabiduría.
¡Tala todo el bosque de los deseos y no sólo un árbol! El peligro procede del bosque de los deseos, Ticas haber talado el bosque de todos los deseos, entonces, ¡oh monjes mendicantes!, alcanzaréis la libertad.
Mientras que el deseo de un hombre perdure, aunque sea un deseo pequeño, su mente estará atada como el becerro lo está a la vaca madre de la que mana la leche.
Corta el amor hacia ti mismo como cortarías con tus manos una flor de loto en otoño. Trata con amor el sendero que conduce a la paz, al Nirvana enseñado por el Buda.
«Aquí me cobijaré de la lluvia, aquí me cobijaré en invierno y en verano.» Así piensa el necio, sin pensar en la muerte.
Como una gran riada arrasa un pueblo sumido en el sueño, así la muerte arrasa al hombre que es avaricioso en la posesión de sus hijos y de sus rebaños y cuya mente esta distraída con el deseo de los bienes mundanos.
Ni los hijos, ni los padres, ni los parientes protegen al hombre a quien la muerte arrebata. Un hombre sabio y virtuoso que comprenda bien el significado de esta realidad debiera rápidamente despejar el sendero que le conduce al Nirvana.
45 Los discípulos de Gautama
Si dejando un pequeño placer uno ve un gran placer, el hombre sabio dejará el pequeño placer y elegirá un gran placer.
Aquél que causando dolor a otros desea obtener placer para sí mismo, atrapado en los lazos del odio no se verá libre del odio.
Aquellos que abandonando lo que debe ser hecho, hacen lo que no debe ser hecho, y lo hacen sin control ni cuidado, verán aumentar sus vicios.
Pero aquellos que mantienen siempre sus mentes alerta, no aspiran a hacer lo que no debe ser hecho y hacen con firmeza lo que debe ser hecho, son hombres sabios y reflexivos y verán llegar el fin de sus impurezas.
Un verdadero brahmín quedará impune aunque haya matado padre y madre, a dos reyes de la casta de los guerreros y a un reino con todos sus súbditos.
Un verdadero brahmín quedará impune aunque haya matado padre y madre, a dos reyes santos y a un quinto hombre eminente.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su pensamiento está siempre, de día y de noche, centrado en el Buda.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su pensamiento está siempre, de día y de noche, centrado en la Ley.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su pensamiento está siempre, de día y de noche, centrado en la Orden de los monjes budistas.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su pensamiento está siempre, de día y de noche, centrado en la naturaleza del cuerpo.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su mente se deleita siempre, de día y de noche, en la abstinencia del mal.
Los discípulos de Gautama están siempre bien despiertos. Su mente se deleita siempre, de día y de noche, en la meditación.
Es duro dejar el mundo y vivir como un anacoreta y gozar en ello.
Es también duro vivir en el hogar como jefe de la casa. Vivir con los que son poco caritativos resulta doloroso. La vida del vagabundo está acosada por el dolor y por ello el hombre no debe ser vagabundo para no caer en el sufrimiento.
En cualquier lugar donde se halle un hombre de fe, dotado de virtud y prosperidad, será reverenciado.
La gente buena brilla desde lejos como las montañas del Himalaya, pero los malvados no son vistos, como no se ven las flechas disparadas de noche.
Que el hombre permanezca sentado solo, duerma solo, actúe solo sin indolencia y subyugue su yo sólo por medio de su propio yo. Así hallará deleite en la extinción de los deseos.
46 El camino hacia abajo
Aquél que dice lo que no es verdad va al infierno y también irá al infierno aquél que habiendo hecho algo dice que no lo ha hecho. Tras la muerte los dos serán iguales y serán hombres de malos hechos en su siguiente existencia.
Muchos hombres que visten la túnica amarilla de los monjes se comportan mal y sin control. Tales malhechores, por su maldad irán al infierno.
Mejor sería para un hombre irreligioso y sin control tragarse una bola de hierro ardiente que gozar de la caridad de los demás.
Un hombre irreflexivo que corteje a la mujer de otro obtendrá cuatro cosas: acceso al demérito, pérdida de la tranquilidad, vergüenza y el infierno.
Existe un camino hacia el demérito, como existe un camino hacia una mala situación.
Existe un breve placer del adúltero en los brazos de la adúltera, y existe una pena severa por parte de la justicia. Por ello no corras tras la mujer de otro.
Como una hoja de hierba corta la mano de aquél que la arranca sin asirla bien, así también el ascetismo mal practicado conduce al infierno.
Una acción hecha de forma descuidada, un voto que sea observado de forma inapropiada, la obediencia reluctante al voto de castidad no acarrean grandes beneficios a quien así se comporta.
Si algo debe ser hecho, hágase con esmero. El asceta descuidado sólo consigue cubrirse a sí mismo de polvo.
Es mejor dejar sin hacer una mala acción porque las malas acciones causan después sufrimiento a quien las hace. Es mejor hacer una buena acción porque las buenas acciones no causan sufrimiento a quien las hace.
Así como una ciudad fronteriza está bien guardada por dentro y por fuera, así debes guardarte a ti mismo. No dejes escapar ni un solo momento de tu vida, porque aquellos que dejan escapar los momentos sufrirán cuando sean consignados al infierno.
Aquellos que se avergüenzan de lo que no debieran avergonzarse. Y no se avergüenzan de lo que debieran avergonzarse son hombres que, siguiendo falsas doctrinas, siguen el mal camino.
Aquellos que no temen cuando debieran temer y temen cuando no debieran temer son hombres que, siguiendo falsas doctrinas, siguen el mal camino.
Aquellos que ven el mal donde no existe el mal y no ven el mal donde el mal existe, son hombres que, siguiendo falsas doctrinas, siguen el mal camino.
Aquellos que disciernen el mal como el mal y lo que no es malo como no malo son hombres que, siguiendo verdaderas doctrinas, siguen el buen camino.
47 El elefante
Yo soportaré las palabras duras lanzadas contra mí como el elefante en la batalla soporta las flechas lanzadas contra él por los arqueros enemigos. La mayoría de la gente posee una naturaleza malvada.
A las batallas se conducen elefantes domados. El rey participa en ellas sobre un elefante domado. El hombre domado es el mejor de los hombres, porque sufre con paciencia las palabras duras lanzadas contra él.
Las mulas domadas son buenas, y también lo son los caballos de pura raza y los grandes elefantes de guerra domados. Pero mucho mejor que todos esos animales es el hombre que se ha domado a sí mismo, porque con ninguno de esos animales el hombre alcanzará el Nirvana donde los hombres domados irán con su naturaleza domada y su yo bien sometido.
El elefante llamado dhamapalaka es difícil de controlar cuando está en celo. No come nada cuando está atado y sólo piensa en el bosque de los elefantes.
Si uno se convierte en un vago y en un glotón y se pasa todo el día durmiendo como un cerdo en la pocilga, será un hombre necio, renacerá y se reencarnará una y otra vez.
Esta mente mía divagaba antes como quería, como se le antojaba, como más le gustaba. Ahora, sin embargo, voy a controlarla completamente, como el conductor de elefantes controla con su picana a los elefantes cuando están en celo.
No seas irreflexivo, guarda tus pensamientos, huye de los malos caminos como un elefante escapa de las ciénagas si se hunde en ellas.
Si encuentras un compañero inteligente, uno que se una a ti y lleve un vida buena, viva sobriamente y supere todos los peligros, será bueno para ti caminar en su compañía feliz y considerado.
Si no encuentras un compañero inteligente, uno que se una a ti y lleve una vida buena, viva sobriamente y supere todos los peligros, será mejor que camines solo como un rey que hubiese conquistado un reino pero que hubiese renunciado a él; o como un elefante que vague libre por los bosques.
Es mejor vivir solo. No existe compañerismo con los necios. Que el hombre camine solo con unos pocos deseos, como el elefante que vaga libre por los bosques. Que no cometa pecado.
Los amigos son agradables cuando surge la necesidad. El contento es agradable cuando es recíproco. En la hora de la muerte los méritos son agradables. El abandono de la tristeza es agradable.
Tener una madre da felicidad en el mundo; tener un padre da felicidad en el mundo; ser un asceta da felicidad en el mundo; ser un sabio da felicidad en el mundo.
Grata es la virtud que dura hasta la vejez; grata es la fe firmemente establecida; grato es haber alcanzado la sabiduría; grato es evitar el pecado,
48 la sed
Los deseos de un hombre irreflexivo crecen como una planta trepadora. Como un mono que en busca de frutos va de un lado para otro en el bosque, así el hombre sujeto a sus deseos pasa de una vida a otra.
Quien en este mundo está sometido por los deseos feroces llenos de veneno verá como sus penas crecen como las malas hierbas.
Quien domina los imperiosos deseos difíciles de domeñar, verá como sus sufrimientos se desprenden como las gotas de agua resbalan por las hojas del loto.
Os doy este saludable consejo: que todos vosotros los que aquí estáis reunidos arranquéis la raíz de los deseos como se arrancan las malas hierbas, para que Mará, el Tentador, no os destruya una y otra vez como los ríos destruyen los juncos de las orillas.
Como un árbol que rebrota cuando es cortado si sus raíces son fuertes y no sufren daño, así, si la adherencia a los deseos no es destruida por completo, el sufrimiento volverá a nosotros una y otra vez.
Las malas hierbas de la pasión brotan sin cesar. Si tú ves esas malas hierbas brotar arráncalas de raíz por medio de la sabiduría.
Aquellos que aman los placeres y las diversiones y se apegan a ellos, pasarán por el nacimiento y la vejez una y otra vez.
Los hombres dominados por el ansia de los placeres corren como las liebres perseguidas por el cazador. Por ello el monje mendicante que desee alcanzar la libertad de las pasiones debe desprenderse de los deseos de placer.
Aquél que habiéndose librado de la jungla de la lujuria se entrega de nuevo a la lujuria, aquél que habiéndose librado de la jungla vuelve de nuevo a ella, aunque haya alcanzado la libertad, regresa de nuevo a la esclavitud.
Los sabios no dicen que los grilletes hechos de hierro, de madera o de cuerdas sean fuertes, sino que son fuertes los deseos de poseer pendientes de piedras preciosas, anillos, hijos y esposas.
Los sabios dicen que son fuertes aquellos grilletes que arrastran, dominan y son difíciles de romper. Tras romper los grilletes, los sabios dejan el mundo, libres de cuidados y dejando atrás los placeres de los sentidos.
Aquellos que son los esclavos de las pasiones siguen la corriente de los deseos como la araña sigue la tela que ha tejido. Los sabios que consiguen librase de los deseos dejan el mundo, libres de preocupaciones, dejando atrás las penas.
Abandona lo que está delante; abandona lo que está detrás; abandona lo que está en medio; pasa a la otra orilla de la existencia. Cuando tu mente esté totalmente libre no volverás de nuevo al nacimiento y a la vejez.
Los deseos aumentan en aquellos que tienen pensamientos turbados y llenos de fuertes pasiones, en aquellos que anhelan lo placentero, lo que hace que sus ataduras sean más fuertes.
Aquél que se deleita en apaciguar sus pensamientos, que reflexiona siempre, que mora en lo que no es placentero, aquél ciertamente eliminará las ataduras de la muerte.
Aquél que ha alcanzado el bien, que carece de temor, que carece de deseos, que carece de pecado es quien ha roto las espinas de la existencia y su cuerpo actual será el último.
Aquél que no tiene deseos ni ataduras, que es hábil en la comprensión de las palabras y de las letras es llamado gran sabio, gran persona. Su cuerpo actual será el último.
He conquistado todo; conozco todo; en todas las condiciones de la vida estoy libre de mancha; he renunciado a todo y con la destrucción de los deseos soy libre. Tras haber aprendido yo ¿a quién señalaré como maestro?.
El don de la ley supera a todos los dones; el perfume de la ley supera a todos los perfumes; el deleite de la ley supera a todos los deleites. La destrucción de los deseos conquista todos los sufrimientos.
Las riquezas destruyen a los necios, pero no a aquellos que buscan el más allá. Por el deseo de las riquezas el necio se destruye a sí mismo y destruye a los demás.
Las malas hierbas son el azote de los campos y el odio es el azote de la humanidad. Por ello las ofrendas hechas a aquellos sin odio reportan beneficio.
Las malas hierbas son el azote de los campos y la insensatez es el azote de la humanidad. Por ello las ofrendas hechas a aquellos que no son necios reportan gran beneficio.
Las malas hierbas son el azote de los campos y los deseos son el azote de la humanidad.
Por ello las ofrendas hechas a aquellos libres de deseos reportan gran beneficio.
49 El monje mendicante
El comedimiento del ojo es bueno; bueno es el comedimiento del oído; bueno es también el comedimiento de la nariz, y bueno el comedimiento de la lengua.
Bueno es el comedimiento del cuerpo; bueno es el comedimiento de la conversación; es bueno el comedimiento del pensamiento, y bueno el comedimiento de todas las cosas. El monje mendicante que es comedido en todas las cosas está libre de todas las penas.
Aquél que controla sus manos, aquél que controla sus pies, aquél que controla sus palabras, aquél que se controla bien a sí mismo aquél que se alegra interiormente, aquél que es sosegado, que está solo y contento, aquél es llamado monje mendicante.
El monje mendicante que controla su lengua, que habla sabiamente, que no está engreído, que ilumina el significado de la ley, hablará con dulces palabras.
Aquel monje mendicante cuyo gozo es la ley, que se deleita en la ley, que medita sobre el significado de la ley, que sigue la ley no se apartará nunca de la ley verdadera.
El monje mendicante no debe subestimar lo que recibe, no debe envidiar a otros. El que a otros envidia no goza de tranquilidad.
Incluso los dioses alaban al monje mendicante, que aunque reciba poco, no subestima lo que recibe y cuya vida es pura y esforzada.
Es ciertamente un monje mendicante aquel que no considera como suyo ningún nombre ni forma, que no lamenta no poseer nada.
El monje mendicante que vive en amistad, sosiego y fe en la doctrina de Buda, alcanzará el lugar bendito y tranquilo donde reposa la existencia.
Vacía el bote, ¡oh monje mendicante!, porque una vez vacío navegará ligero, tras haber desechado la pasión y el odio alcanzarás la libertad.
Rompe los cinco grilletes de la avaricia, el odio, la necedad, el orgullo y desecha las vanas doctrinas y elévate por encima de ellas. El monje mendicante que se haya librado de los cinco grilletes será tenido por uno que ha atravesado la corriente de las reencarnaciones.
Medita, ¡oh monje mendicante!, y no seas negligente. Que tu pensamiento no se deleite en placeres sensuales, que no tengas que engullir la bola de hierro ardiente a causa de tu negligencia, que no tengas que gritar cuando te quemes: «Esto es sufrimiento».
No existe meditación para uno que carezca de sabiduría, y no existe sabiduría para uno que no medite. Aquél en quien se unen la meditación y la sabiduría está ciertamente cerca del Nirvana.
Un monje mendicante que con el corazón tranquilo haya entrado en una casa vacía, tiene un placer sobrehumano gracias a su correcto discernimiento de la ley. Cuando comprende el origen y la destrucción de los elementos del cuerpo, obtiene gozo y felicidad, lo que es la vida eterna para aquellos que saben.
Estos son los principios que un monje mendicante sabio debe observar: control de sus sentidos, sosiego, obediencia a la ley bajo los preceptos de la Orden (de los monjes budistas), cultivo de los amigos que sean nobles, de vida pura, diligencia en el cumplimiento de sus deberes. De este modo su felicidad será tanta que pondrá fin a todo su sufrimiento.
Como las plantas se despojan de sus flores agostadas, así vosotros, ¡oh monjes mendicantes!, debéis despojaros de las pasiones y del odio.
Un monje mendicante está sereno cuando ha serenado su cuerpo, ha serenado sus palabras, ha serenado su mente en la firmeza, ha rechazado las tentaciones del mundo.
¡Oh monje mendicante! despiértate a ti mismo por ti mismo; examínate tú mismo por ti mismo y así, protegido por ti mismo y atento a ti mismo, vivirás feliz.
El yo es el señor del yo; el yo es el refugio del yo. Por ello domínate a ti mismo como el jinete domina a un noble caballo.
El monje mendicante que esté lleno de gozo, que esté sereno con la fe puesta en la doctrina de Buda, ciertamente alcanzará el estado de paz, el cese de la existencia natural y la felicidad.
El monje mendicante que aunque sea joven se aplique a la doctrina del Buda, iluminará este mundo como la luna ilumina la tierra desde un cielo sin nubes.
50 EL brahmín
¡Oh brahmín!, detén la corriente, sé enérgico, despréndete de los deseos. Tras haber comprendido la destrucción de todo lo creado comprenderás aquello que no ha sido creado.
Cuando el brahmín haya alcanzado la otra orilla de ambas leyes en penetración, comedimiento y contemplación, todas sus ligaduras desaparecerán.
Yo llamo brahmín a aquél para quien no existe esta orilla, ni la otra, ni ninguna de las dos; a aquél que está libre de temor y libre de ataduras.
Yo llamo brahmín a aquél que es reflexivo, que está libre de pasión, que es sosegado, que ha hecho su trabajo, que está libre de manchas y que ha alcanzado el más elevado nivel de santidad.
El sol brilla de día; la luna ilumina la noche; el guerrero relumbra en su armadura; el brahmín brilla en su meditación, pero el iluminado brilla de día y de noche con el resplandor de su espíritu.
Quien ha dejado el mal es llamado brahmín; quien vive sereno es llamado ecuánime; quien ha dejado la impureza es llamado libre.
Nadie debiera atacar a un brahmín, nadie descargar su ira contra él. ¡Ay de aquél que asesina un brahmín o que descarga su ira contra él!.
Hay cese de sufrimiento al desistir de injuriar a otros. Hay benefició en desistir de los placeres de la vida.
Yo llamo brahmín a aquél que no ofende ni con el cuerpo, ni por la palabra, ni con la mente, y que se controla a sí mismo en estas tres cosas.
Aquél que ha comprendido la ley enseñada por el Muy Iluminado es a quien el hombre debe adorar con reverencia, como el brahmín adora el fuego sacrificar.
No a causa de los cabellos largos, ni a causa de una ilustre ascendencia, ni á causa de la casta se llega a ser brahmín. Un brahmín es aquél en quien habita la verdad y la justicia.
¿De qué sirven los cabellos largos?, ¡oh necio!, ¿De qué sirven los vestidos de piel de cabra?, tu naturaleza interna está llena de maldad; el exterior eres tú quien lo hace limpio.
Yo llamo brahmín a aquél que viste vestidos usados, al enjuto de carnes, al anguloso, al solitario, al que practica la meditación en el bosque.
Yo no llamo brahmín a nadie a causa del origen de su madre, ni al rico arrogante. Yo llamo brahmín a aquél que está libre de todas las ataduras y de todos los bienes.
Yo llamo brahmín a aquél que ha cortado todas sus ataduras, que nunca tiembla por temor, que está más allá de las ligaduras de este mundo, que vive separado de la impureza.
Yo llamo brahmín a aquél que ha cortado todas las correas, ataduras y cadenas que le ataban a sus bienes, a aquél que ha roto con ellos y está iluminado.
Yo llamo brahmín a aquél que aunque no haya cometido ninguna ofensa soporta con paciencia el reproche, los malos tratos y la prisión, y que tiene como su fuerza la paciencia, y la resistencia como su ejército.
Yo llamo brahmín a aquél que está libre de ira, que es cuidadoso en el cumplimiento de sus deberes religiosos, que observa las reglas morales, que es puro, se controla a sí mismo y ha recibido su último cuerpo.
Yo llamo brahmín a aquél que como el agua en la hoja del loto, o un grano de mostaza en la punta de una aguja, no se aferrar a los placeres.
Yo llamo brahmín a aquél que incluso aquí en este mundo conoce el fin del sufrimiento, a aquél que ha descargado su carga, a aquél que es desprendido.
Yo llamo brahmín a aquél cuya sabiduría es profunda, a aquél que posee conocimiento, a aquél que discierne el buen del mal camino y que ha conseguido el fin más elevado.
Yo llamo brahmín a aquél que se mantiene alejado tanto de los que poseen hogares como de los monjes que carecen de ellos, a aquél que no visita las casas y apenas tiene necesidades.
Yo llamo brahmín a aquél que no hiere a ninguna criatura móvil o inmóvil, que no las mata ni causa su muerte.
Yo llamo brahmín a aquél que no muestra hostilidad ni siquiera hacia aquellos que le son hostiles, a aquél que es pacífico entre los violentos, a aquél que es tolerante entre los intolerantes y está libre de avaricia entre los avaros.
Yo llamo brahmín a aquél cuya ira y odio, orgullo e hipocresía han caído como cae un grano de mostaza de la punta de una aguja.
Yo llamo brahmín a aquél que pronuncia palabras verdaderas, libres de dureza, palabras que todos comprenden claramente y que a nadie ofenden.
Yo llamo brahmín a aquél que no toma nada aquí en el mundo que no le sea dado, sea corto o largo, pequeño o grande, bueno o malo.
Yo llamo brahmín a aquél que ha superado el apego hacia el bien y el mal, a aquél que está libre de tristeza, a aquél que está libre de pasiones. Ubre de impurezas.
Yo llamo brahmín a aquél que, como la luna, es puro, sereno, imperturbable, a aquél en quien el júbilo se ha extinguido.
Yo llamo brahmín a aquél que ha ido más allá del camino de la ilusoria reencarnación, tan difícil de atravesar, pero que el ha atravesado y ha alcanzado la otra orilla, a aquél que es meditativo, tranquilo, sin dudas, sin ansias, sereno.
Yo llamo brahmín a aquél que en este mundo, tras haber renunciado a todos los placeres sensuales, peregrina sin hogar, a aquél en quien todo deseo de la existencia se ha extinguido.
Yo llamo brahmín a aquél que en este mundo, tras haber renunciado a todo deseo, peregrina sin hogar y en quien todas las ansias de la existencia se han extinguido.
Yo llamo brahmín a aquél que habiendo desechado todo apego por las cosas humanas, se ha elevado hacia las cosas celestiales y está libre de todo apego.
Yo llamo brahmín a aquél que ha renunciado a todo lo que proporciona placer y a todo lo que causa dolor, a aquél que está libre de pasión y libre de cualquier semilla de una vida renovada, a aquél héroe que ha conquistado todos los mundos.
Yo llamo brahmín a aquél que conoce la destrucción y el retomo de todos los seres, a aquél que está libre de ataduras, que vive correctamente, que está iluminado.
Yo llamo brahmín a aquél cuyo sendero no conocen ni los dioses, ni los espíritus, ni los hombres, a aquél cuyas pasiones están extinguidas y que ha alcanzado la santidad.
Yo llamo brahmín a aquél para quien nada existe delante, nada detrás, nada en el medio, a aquél que nada posee y está libre del amor por este mundo.
Yo llamo brahmín a aquél que no tiene temor, que es noble, heroico, poseedor de gran sabiduría, conquistador, sin pecado, a aquél que tras haber completado su estudio es iluminado.
Yo llamo brahmín a aquél que conoce sus vidas anteriores, que ve el cielo y el infierno, que ha alcanzado el fin de las reencarnaciones, que es sabio y posee un conocimiento perfecto, que ha conseguido todo aquello que debe ser conseguido.
El budismo resumen histórico
A lo largo de sus más de dos mil quinientos años de historia, el budismo ha ejercido una gran influencia política y cultural en muchos países de Extremo Oriente. En política, los monjes budistas han juga­do papeles determinantes en la India, en China, en Japón y en el Tíbet. En cuanto a su influencia cultural, la literatura, la escultura, la arquitectura y la pintura de los países donde el budismo ha florecido han estado profundamente impregnadas por los principios y las le­yendas de esta religión. La historia del budismo es, en consecuencia, parte integral de la historia general de los países donde ha florecido, que comprenden, además de los cuatro mencionados más arriba, Tai­landia, Binnania, Camboya, Laos y Sri Lanka como los principales. Esta extensión geográfica, así como la inmensidad de las fuentes tex­tuales existentes en varios idiomas —los textos tibetanos, por ejem­plo, abarcan más trescientos volúmenes del mil páginas cada uno— hacen que cualquier aproximación a la historia del budismo no pueda ir mucho más allá de un breve e incompleto resumen que resalte las principales doctrinas, escuelas y maestros más sobresalientes. Sobre todo en aquellos países donde el budismo ha conocido un mayor de­sarrollo doctrinal, como en la India, China, Japón y el Tíbet. Esto es precisamente lo que se intenta en las páginas siguientes de este resu­men.
Misiones y divisiones
Una de las características más sobresalientes del budismo en to­das las épocas ha sido el espíritu de sus adeptos. El entusiasmo misio­nero de los budistas se ha inspirado en el ejemplo del Maestro, quien pasó toda su vida viajando de un lugar a otro por el norte de la India predicando sus doctrinas, así como en la obediencia al mandamiento especifico dado por él a sus discípulos. En efecto, apenas el Maestro consiguió la adhesión de sus primeros sesenta y un discípulos les dijo:
«¡Id, oh monjes, para el beneficio de los muchos, para el bien de muchos, por compasión hacia el mundo, id y proclamad la gloriosa doctrina, predicad la vida de santidad, perfecta y pura!»
Este mandamiento está recogido también en forma más poética en un texto titulado La Voz del Silencio que dice:
«Señalad el camino como la estrella polar lo hace a aquellos que caminan en la noche; dad luz y consuelo al cansado peregrino, y buscad a aquél que sabe menos que vosotros, a aquél que en su mísera desolación desea obtener el pan de la sabiduría, y ayudadle a que escuche la Ley»
El mandamiento fue fiel y diligentemente obedecido por sus discípulos, y ya en vida del maestro, debido a las actividades misioneras, los budistas se contaban por miles en la India. Y la expansión del budismo, prosiguió ininterrumpidamente durante los siglos siguien­tes tras la muerte del Fundador, impulsada por un espíritu misionero que en el caso de los monjes de la Escuela Mahayana les inspiraba incluso a renunciar a su extinción inmediata en el Nirvana para poder consagrar sus vidas en la tierra a la salvación de aquellos que ignoran la Ley. Un famoso texto de esta Escuela define el espíritu misionero de sus adeptos con palabras de apasionada resolución:
<... asumo sobre mí mismo la carga de todo el sufrimiento; estoy decidido a hacerlo; lo soportaré, no retrocederé, no huiré, ni temblaré no me sentiré aterrorizado.., debo rescatar a todos aquellos seres de la corriente fatal del mundo del nacimiento y la muerte tan difícil de atravesar debo rescatarlos del borde del gran precipicio, debo liberarles de todas las calamidades...»
En la época de la vida del Maestro la expansión del budismo no sólo alcanzó a individuos notables y grupos de otras religiones, sino a reinos importantes como el de Magada, encabezado por su monarca Bimbisara, gran protector del budismo a partir de su conversión, y al propio reino nativo del Buda, el de los Sakyas, donde no sólo el rey Suddodana, padre del Buda, sino toda su familia y todos sus súbditos, así como el propio hijo del Buda, el príncipe Rahula, abrazaron el budismo y muchos de los conversos abandonaron su vida cortesana para vestir el hábito de los monjes y seguir tras los pasos del Fundador.
Pero el entusiasmo misionero y el éxito de las misiones de los budistas fue también una de las causas de sus numerosas divisiones en sectas y escuelas, porque los monjes, dispersos por amplias regiones de Asia, sin una autoridad central ni escrituras canónicas durante los primeros siglos de sus existencia, y expuestos a las influencias de las culturas y religiones locales, interpretaban de forma individual las enseñanzas originales del Maestro.
En realidad, las tendencias sectarias del budismo ya se manifestaron en vida del Maestro, obligándolo a salir al paso de las desviaciones doctrinales de algunos de sus seguidores y a hacerlo con palabras en ocasiones muy severas.
Un intento cismático entre los primeros seguidores del Buda lo encabezó su primo camal Devadatta, quien instigado por la ambición. llegó incluso a proyectar el asesinato del Maestro para poder hacerse con el control de la orden.
El Buda conocía bien que entre sus seguidores existían tales ten­dencias separatistas, y en cierta ocasión abordó directamente el problema y dijo a sus discípulos:
«Hay ¡oh monjes!, una tendencia peligrosa que pone en peligro la felicidad de mucha gente e incluso de los dioses.
«¿Cuál es esa tendencia?» le preguntaron los monjes.
«La disensión en el seno de la Orden» —respondió el Maestro —»por­que en una Orden que esté dividida, surgirán querellas, abusos y desacuerdos, habrá descontentos y no se gozará de la tranquilidad, y la diversidad de opiniones afectará incluso a aquellos que estén contentos.»
El Maestro atribuía las disensiones entre sus discípulos a la ignorancia, y quiso corregir aquel defecto recurriendo, entre otros remedios, a la famosa parábola del elefante y los ciegos (ver cap 2:sub21) para resaltar que la ignorancia y la ceguera intelectual podían conducir a las interpretaciones más absurdas de la realidad y crear rivalidades entre los defensores de ideas equivocadas y parciales.
Su severidad frente a los desvíos fue causa de ocultos resentimientos en algunos de sus discípulos, y uno de ellos llegó incluso a pronunciar improcedentes palabras el día de la muerte del Maestro, expresando un sentimiento de liberación de la disciplina doctrinal. El monje se llamaba Subhadda y mientras que la mayoría de los discípulos se hallaban sumidos en la más profunda tristeza, él exclamó jubiloso:
«¡No os lamentéis, ni os entristezcáis! Nos hemos librado del Gran Asceta y ya nadie nos dirá lo que hemos de hacer y podremos comportarnos como nos plazca.»
Subhadda fue severamente reprendido por muchos de sus hermanos, pero aquel episodio sin duda hizo comprender a los más fieles y ancianos de la Orden la necesidad de establecer reglas precisas y doctrinas ortodoxas para preservar las enseñanzas del Maestro y que fuesen de todos conocidas, por lo que convocaron un concilio para definir tales reglas y doctrinas.
El Concilio se celebró en Rajagraha un año después de la muerte del Maestro, 477 a.C., y duró siete meses. Participaron en él quinientos monjes y las sesiones fueron presididas por tres ilustres discípulos del Buda: Kasyapa, considerado como el mayor erudito de la Orden; Upali, el más antiguo discípulo del Buda; y Ananda, el favorito del Maestro y con quien éste había mantenido un íntima relación personal.
Estos tres monjes, ayudados yen ocasiones corregidos por los demás participantes en las sesiones conciliares, recitaron, para que fuesen memorizadas por todos los presentes, las enseñanzas del Buda como ellos las habían oído y aprendido. Kasyapa expuso las enseñanzas más profundas del Maestro; Upali sus leyes y disciplina; Ananda los discursos, parábolas y diálogos pronunciados por el Buda.
Estos tres monjes, ayudados y en ocasiones corregidos por los de­más participantes en las sesiones conciliares, recitaron, para que fuesen memorizadas por todos los presentes, las enseñanzas del Buda como ellos las habían oído y aprendido. Kasyapa expuso las enseñanzas más profundas del Maestro; Upali sus leyes y disciplina; Ananda los discursos, parábolas y diálogos pronunciados por el Buda.
El Concilio de Rajagraha, sin embargo, no recogió por escrito ninguna de las cosas que dijeron los monjes sobre las enseñanzas del Maestro, que fueron transmitidas oralmente por los presentes a sus sucesores, y así de generación en generación durante algo más de cuatro siglos, hasta que fueron por fin recogidas por escrito en el siglo 1 a.C. en el llamado Canon Pali, por ser redactado en este idioma, y descrito como Tipitaka (tres cestos) por estar dividido en tres partes una por cada uno de los tres temas básicos tratados en el Concilio.
La ausencia de una doctrina bien definida y de textos que dieran fe de ella durante tan extenso periodo fue otra de las causas de que el budismo primitivo sufriera una gran división interna y de que surgie­ran sus numerosas escuelas y sectas, una tendencia que por otra parte ya se manifestó durante el Concilio de Rajagraha. En efecto, en una de las últimas sesiones de dicho Concilio se presentó ante los padres conciliares un famoso monje llamado Purana seguido por un numeroso grupo de discípulos, y dijo que él y sus seguidores no aceptarían las decisiones del Concilio porque pensaban seguir las enseñanzas del Maestro tal y como ellos las recordaban.
Ninguno de los padres conciliares protestó o condenó aquella manifestación de independencia doctrinal, que fue, al parecer, aceptada como legítima. El episodio revelaba, por otra parte, lo que seria a partir de entonces una de las características sobresalientes del budismo: las diversas interpretaciones dadas a las enseñanzas del Maestro, origen de la multitud de sectas y escuelas en que está dividido.
La Escuela de THERAVADA
Las doctrinas expuestas en el Concilio de Bajagraha, y posterior­mente recogidas en el Canon Pali, son para muchos las más cercanas a las enseñanzas originales del Buda y la base de una de las grandes escuelas del budismo, la llamada Escuela Theravada (Doctrina de los Ancianos), también conocida bajo el nombre de Hinayana (Pequeño Vehículo o vehículo o trasbordador), prevaleciente hoy en Birmania, Sri Lanka y Tailandia.
Los seguidores de esta escuela, además de creer, como todos los budistas, que el problema central de la vida humana es el sufrimien­to, cuyas causas radican en los anhelos por los bienes materiales y la ignorancia, consideran que el camino que conduce a la salvación y eventualmente al Nirvana, exige la renuncia a las ligaduras humanas: a la familia, al hogar y a todos los bienes materiales, para buscar refugio únicamente en el Buda, en la Orden y en la Ley, las llamadas Tres Joyas de la profesión de fe que hacen aquellos que eligen el sendero de la salvación.
El arahat o monje budista de esta escuela, para alcanzar la salvación toma como guía las Cuatro Nobles Verdades anunciadas por el Maestro a sus primeros discípulos y el Octuple Sendero que conduce a la liberación (Ver cap 9, Las cuatro nobles verdades ) pero sabe que el camino es difícil, porque quienes lo eligen únicamente pueden contar para alcanzar la meta con sus propias fuerzas, sin la ayuda de nadie, porque no existen para ellos potencias sobrenaturales y porque ésta creen que, aunque exis­tieran, estarían fuera del alcance y la comprensión humana por ser finita y limitada.
El Maestro así lo había enseñado en sus predicaciones, y lo repitió a su discípulo predilecto Ananda poco antes de abandonar este mundo:
«Mantente firme en la verdad, ioh Ananda!, como tu lámpara y refugio; no busques otro refugio fuera de ti mismo; no busques refugio en nadie friera de ti mismo y consigue con tu esfuerzo diligente tu propia salvación.)
La salvación era poner fin a la inexorable cadena de las reencarnaciones y el acceso final al Nirvana. Pero aunque el objetivo primor­dial de los monjes de esta escuela sea la propia salvación, no por ello descuidan su vocación misionera en favor de la salvación de los demás, si bien se limitan a señalar el camino a otros y dejar que cada uno realice sus propios esfuerzos para alcanzar la liberación, exactamente igual a como el Buda lo había hecho con sus discípulos, porque nunca se presentó antes ellos como salvador, sino únicamente corno maestro.
LA ORDEN
Un aspecto importante del budismo, común a todas las escuelas, es la vida monástica, la Orden (Sanghah donde los monjes se refugian para dedicarse a la meditación y el estudio. La Orden, instituida por el propio Buda, nació para colmar la necesidad de recibir instrucción oral en una época en la que el budismo carecía de libros, y como refugio y cobijo durante el período de las lluvias monzónicas características de la India, una época en la que las tareas misioneras de los monjes y sus viajes resultaban difíciles a causa de las inclemencias del tiempo.
La Orden estaba abierta a todo aquél que deseaba acceder a ella y se mostraba dispuesto a aceptar ciertos principios básicos de la vida monástica, tales como renunciar a toda posesión material, a infligir daño alguno a cualquier ser vivo, a robax a la vida sexual, a mentir y tomar bebidas intoxicantes. Quienes abrazaban la vida monástica debían pasar primero por un período de noviciado antes de poder dedicarse a la enseñanza.
Esta tradición persiste todavía en la actualidad así como el hecho de que los monasterios no están organizados de forma jerárquica y carezcan del equivalente de los abades que presiden los monasterios cristianos. Por ello todos los monjes por igual deben mendigar diaria­mente sus alimentos en el lugar de ubicación del monasterio, y reci­ben los dones de sus benefactores sin dar las gracias porque conside­ran que el más beneficiado por la donación es el donante y no quién la recibe. Todos los monjes llevan la cabeza rapada y visten la túnica amarilla o color naranja, según los países, y ninguno posee otra cosa más que su túnica y el cuenco de las limosnas. En general, sus mañanas están dedicadas a la solicitud de alimentos y antes de las doce del mediodía regresan al monasterio para hacer la única comida común, dedicando el resto de la jornada a la meditación, el estudio y la con­servación y limpieza del monasterio.
En algunos países, sobre todo en aquellos donde prevalece la Escuela Mahayana, como por ejemplo en Japón, los monjes budistas han ejercido tradicionalmente funciones semejantes a las de los sacerdotes y pastores cristianos en Occidente, presidiendo los matrimonios, los funerales y otras ceremonias de carácter social. Hubo una época en la historia del budismo japonés, en los siglos XXII, durante la cual los monjes intervinieron activamente en la vida política llegando incluso a disponer de ejércitos mercenarios propios para imponer sus decisiones sobre los gobernantes por medio de las armas, pero fueron sometidos y progresivamente eliminados de la vida polí­tica del país, donde en la actualidad el budismo es una de las religio­nes aceptadas por la sociedad japonesa, pero cuya influencia se limita a la vida espiritual de los seguidores de las enseñanzas del Buda.
Un caso excepcional y extremo de la intervención en la vida polí­tica del budismo es el del Tíbet. El budismo tibetano no sólo se dife­rencia radicalmente de otras escuelas a causa de su esoterismo y prácticas mágicas, sino también por haber instaurado una teocracia donde los monjes, con el Dalai Lama a la cabeza, han ejercido el poder supremo sobre la vida política y religiosa del país hasta que el Tíbet quedó anexionado a China en 1950 y hasta que el Dalai Lama se vio obligado a huir de su residencia en Lhasa y a refugiarse en la India en 1959. El Dalai Lama sigue siendo para los budistas tibetanos la encarnación del Buda, y su autoridad es reconocida por ellos pese a su exilio.
La asociación del budismo con el poder político no ha sido un fenómeno exclusivo del Tíbet. En la India, por ejemplo, ejerció gran influencia en la vida política durante los reinados de los emperadores Asoka, Kaniska y Harsha. La influencia del primero sobre el budismo ha sido a veces comparado con la ejercida por Constantino el Grande en el desarrollo del cristianismo. En China, el budismo fue la religión más favorecida por los primeros monarcas de la dinastía Tang. Y en Japón, durante el siglo VIII el gobierno estuvo controlado por monjes budistas tan famosos como Dokyo, poderoso primer ministro de la emperatriz Shotoku Tenno. y que llegó incluso a aspirar al mismo trono imperial. En todos estos casos los budistas más activos eran seguidores de las doctrinas de la Escuela Mahayana o de alguna de sus sectas.
La Escuela Mahayana
La llamada Escuela Mahayana (Gran Vehículo o Trasbordador) nació como desarrollo de ciertas enseñanzas del Maestro y se ha trans­formado en un impresionante sistema de múltiples ramificaciones metafísicas. Para los seguidores de esta Escuela, el Buda enseñaba a sus discípulos en varios niveles intelectuales, según la capacidad de cada uno de ellos: a los más sencillos, con sencillez; a los más inteligentes y espiritualmente mejor capacitados, con profundidad. Uno de los textos de la Escuela así lo expresa:
«El Maestro mostraba a aquellos más adelantados la suprema iluminación; a los dotados de mediana sabiduría les revelaba una iluminación intermedia; y recomendaba otra enseñanza a aquellos que teman el nacimiento y la muerte.»
Según esta teoría, la Escuela Mahayana ha pretendido siempre ser la depositaria de las enseñanzas más profundas del Maestro.
Para algunos historiadores, el fundador de la Escuela, o cuando menos el gran expositor de sus doctrinas, fue el poeta indio Ashvaghosha (80-150 d.C.), quien además de ser el autor de una de las más antiguas biografías del Buda (ver cap. 21-42 ) publicó obras transcendentes sobre las doctrinas de la Escuela, como El Despertar de la Fe en la Escuela Mahayana, o como El libro de la Gloria ambos escritos en sánscrito.
Otros historiadores atribuyen la fundación de la Escuela al místico monje y gran maestro Nagarjuna, cuya vida transcurrió entre los años 150 y 250 d.C. En la literatura budista este personaje aparece como un ser excepcional, de prodigiosa memoria e inteligencia que tras una temprana juventud disipada abrazó la vida monástica y estudió el budismo bajo la dirección de un venerable maestro que residía apartado del mundo en las estribaciones del Himalaya. Una vez aprendidas las más profundas doctrinas del budismo, Nagaijuna se dedicó a la predicación y a la enseñanza y vivió, según algunas leyendas, más de trescientos años hasta que él mismo por decisión propia decidió abandonar este mundo.
Las obras escritas por este importante maestro se conocen únicamente a través de versiones chinas y tibetanas, ya que los originales sánscritos no han perdurado, y entre ellas destacan Los Fundamentos del Camino Medio, La Gran Perfección del tratado de la Sabiduría, El tratado de la iluminación en Diez Niveles, y Veinte Versos sobre el Vacío.
Una de las doctrinas sobresaliente de la Escuela Mahayana es la interpretación dada a la personalidad del Buda, considerado más que como un simple maestro terrenal como la manifestación de un ser sobrehumano de triple naturaleza divina, formada por tres cuerpos:
uno llamado el Cuerpo de la Esencia, otro el de la Bienaventuranza, y un tercero denominado Cuerpo de la transformación Mágica. Este último cuerpo es el que según esta escuela se manifestó en la tierra como el Buda histórico y como emanación del Cuerpo de la Bienaventuranza residente en el cielo y que, a su vez, es una emanación del Cuerpo de la Esencia identificado con el Nirvana.
La tendencia hacia la divinización del Buda y a considerarlo como un ser divino más que como a un hombre era una consecuencia inevi­table de las leyendas sobre sus relaciones con las divinidades del pan­teón hindú, y de episodios sobre su vida tales como su predicación a los dioses, admitida por todos los budistas y que Ashvaghosha men­ciona en su biografía. Por otra parte, la Primera Joya de la confesión de fe de los budistas —me refugio en el Buda —entraña la creencia implícita en su existencia sobrenatural y en su carácter de eterno protector y guía de los creyentes.
Otra de las doctrinas fundamentales de la Escuela Mahayana es el ideal del bodhisattva, término sánscrito que se aplica a aquellos que tras haber alcanzado la Iluminación, movidos por la compasión hacia los demás seres, renuncian a su propia entrada en el Nirvana para consagrase a ayudar a quienes aún no han alcanzado la salvación. El término fue usado inicialmente para designar a encamaciones del propio Buda, y posteriormente para describir a quienes alcanzaban la perfecta sabiduría, la salvación. Mientras que en la Escuela Theravada la característica de quienes alcanzan la Iluminación es el fin de su carrera, porque pone fin a la inexorable cadena de las reencarnacio­nes y conduce al Nirvana, en la Escuela Mahayana el iluminado, el bodhisatt va, elige posponer su entrada en el Nirvana para permane­cer en la tierra entregado a la gran tarea de salvar a los demás. Una actitud que es lo que inspira el celo misionero de los seguidores de esta Escuela, y sin duda una de las razones, aunque no la única, de la gran expansión del budismo.
UNIDAD Y DIVERSIDAD
En el breve repaso hasta aquí descrito de la historia del budismo en los principales países donde esta religión ha florecido, se ha subra­yado la existencia de muchas sectas y escuelas que han dividido el budismo a lo largo de los siglos. Sin embargo, cabe señalar que tam­bién se han realizado numerosos esfuerzos en épocas recientes por parte de los budistas de las diferentes escuelas para conseguir una unidad doctrinal aceptable para todos los que se denominan discípu­los de Buda, y en ocasiones se han conseguido definiciones de sus enseñanzas aceptadas por la mayoría de las numerosas corrientes o sectas. Una de estas definiciones fue propuesta por el budista nor­teamericano H.S. Olcott en 1891 y, curiosamente, aunque promo­vida por un hombre procedente de una parte del mundo donde el budismo no había alcanzado la extensión que tenía en Asia, fue acep­tada por la mayoría de las escuelas y merece ser recordada como un ejemplo de lo que une a todos los seguidores del maestro. La definí­són de Olcott está contenida en los siguientes catorce puntos o «afir­maciones»:
1. Los budistas aprenden a mostrar la misma tolerancia, paciencia y amor fraterno hacia todos los hombres sin distinción; y aprenden a mostrar una inmutable bondad hacia todos los miembros del reino animal.
2. El universo es el resultado de una evolución y no de una creación, y funciona de acuerdo con una ley y no de acuerdo con el capricho de cualquier dios.
3. Las verdades sobre las que se funda el budismo son natura­les. Han sido enseñadas, segun creemos, en kalpas o períodos sucesivos del mundo por ciertos seres iluminados llamados budas. El nombre Buda significa Iluminado.
4. El cuarto maestro de la actual Kalpa fue Sakya Muni, o Gau­tama Buda, nacido en una familia real de la India hace 2.500 años. Es un personaje histórico y su nombre era Siddartha Gautama.
5. Sakya Muni enseñó que la ignorancia causa el deseo, que el deseo insatisfecho es la causa de las reencarnaciones, y que las reencarnaciones son la causa del sufrimiento. Para librarse del sufrimiento, por lo tanto, es necesario extinguir el deseo, y para extinguir el deseo es necesario destruir la ignorancia.
6. La ignorancia engendra la creencia de que la reencarnación es algo necesario. Cuando la ignorancia es destruida, la inutilidad de cada reencarnación, considerada como un fin en sí misma, resulta evidente, así como la suprema necesidad de adoptar un modo de vida por medio del cual la necesidad de las reencarnaciones repetidas pueda ser abolida. La ignorancia también engendra la idea ilusoria e ilógica de que esta vida es seguida por estados placeres o tormentos inmutables.
7. La dispersión de toda esa ignorancia puede ser alcanzada por medio de la práctica perseverante de un altruismo universal en la conducta, por medio del desarrollo de la inteligencia, la sabiduría de pensamiento, y la destrucción del deseo por los placeres personales más bajos.
8. Siendo el deseo de vivir la causa de las reencarnaciones, cuanlo este ha sido extinguido cesan las reencarnaciones y el individuo perfeccionado alcanza por medio de la meditación el elevadísimo estado de paz llamado Nirvana.
9. Sakya Muni enseñó que la ignorancia puede quedar desvanecida y el sufrimiento eliminado por medio del conocimiento de las cuatro Nobles Verdades, es decir:
1. Las miserias de la existencia.
2. La causa que produce las miserias, que es el deseo, siempre renovado, de satisfacerse a uno mismo sin ser capaz de conseguir nunca tal fin.
3. La destrucción de ese deseo o su enajenamiento.
4. Los medios para obtener esa destrucción del deseo fueron llamados por él, el Noble Sendero Octuple, es decir: creencias correctas, pensamiento correcto, palabra correcta, conducta correcta, medios de vida correctos, comportamiento correcto, actitud mental correcta y meditación correcta.
10. La meditación correcta conduce a la iluminación espiritual, o al desarrollo de aquella facultad, semejante a la del Buda, que está latente en cada hombre.
11. La esencia del budismo como fue resumida por el propio Buda, es poner fin a todo pecado; conseguir la virtud; purificar el corazón.
12. El universo está sujeto a una causalidad natural conocida como karma. Los méritos o deméritos de un ser en su existencia pasada determinan su condición de existencia presente. Cada hombre, por lo tanto, ha preparado las causas de los efectos que ahora experimenta.
13. Los obstáculos para conseguir un buen karma pueden ser eliminados observando los siguientes preceptos, que están incluidos en el código moral del budismo:
1. No matar.
2. No robar.
3. No abandonarse a placeres sexuales prohibidos.
4. No mentir.
5. No tomar drogas o estupefacientes, ni licores..
14. El budismo desaprueba la credulidad supersticiosa. Gautama Buda enseñó que era deber de un padre hacer que su hijo fuese educado en la ciencia y en la literatura. También enseñó que nadie debe creer lo que diga cualquier sabio, esté escrito en cualquier libro o sea afirmado por la tradición, a menos que coincida con la razón.

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